-Seguro que se le pasa, debe de ser un mal contacto- me contesta.
House no se caracteriza por su optimismo salvo en cuestión de electrodomésticos: un aparato no ha muerto hasta que no ha pasado varias veces por la mesa de reparaciones y se demuestra que no hay corriente que lo reanime. De momento el microondas ha resistido estoicamente los 13 años que llevamos en la nueva casa, y eso a pesar de haberse prendido fuego y, a consecuencia de ello, tener un agujero considerable en el cartón del interior (el que no sepa de qué hablo, que mire dentro de uno y lo descubrirá). El mando se engancha gracias a un pegote de blue-tac, aunque cuando la asistenta se esmera en limpiarlo, el arreglo deja de funcionar.
-Me parece que esta vez se ha roto del todo -opino.
No es una información que comunique a la ligera, antes he hecho distintas pruebas y el aparato no calienta de ninguna manera, aunque con el grill (que no usamos desde el incidente del fuego) huele a chamusquina, igual que siempre.
- Ya verás como se arregla solo- me responde House.
Le miro con gesto de asombro. ¿Arreglarse solo? ¡Y luego me acusa a mí de confiar en la magia! Me da que, en este caso, no hay bruja capaz de reparar el cacharro. Ni Merlín con una caja de herramientas obraría el milagro.
Espero. Sé que el desayuno es el momento clave. House no se despierta cargado de paciencia, necesita un rato, un buen rato, para recuperar sus habilidades sociales. No poder calentarse la leche para el café no contribuye de manera positiva a su humor matutino.
-La vez pasada empezó a funcionar después de darle un golpe- sugiero (no sin algo de malicia, lo confieso).
El microondas se convierte por unos minutos en un instrumento de percusión sin nada que envidiar a una batería de jazz, pero ni por esas.
-Voy a mirar los microondas de la tienda de abajo -le digo al percusionista.
Hace un par de meses han abierto un outlet de electrodomésticos en nuestra calle. Creo que ha llegado el momento de conocerlo.
-Pregúntales si recogen el aparato viejo.
Me acerco a la tienda y pregunto. No recogen el aparato viejo pero, aún así, me hago con uno nuevo. El maldito chisme pesa como un demonio. Aunque es en la misma calle, el paseo cargada de regreso se me hace eterno. Para colmo, llueve.
- No recogen el viejo -le comunico a House cuando llego- pero no te preocupes que ahora mismo lo llevo al punto limpio.
Cargamos el aparato en el armazón de un carrito de la compra y lo enganchamos con unos pulpos. Armada de esa guisa, y por supuesto bajo la lluvia, me doy un paseo a los sótanos de la Vaguada.
Cuando llego al punto limpio descubro que la ventana para arrojar los pequeños electrodomésticos es del tamaño de un tostador. Hay otra compuerta más grande pero, por desgracia, un hermoso candado impide su abertura.
No hay nada como una damisela en apuros para despertar los instintos protectores de los caballeros. Un señor se acerca a ayudarme, aunque poco puede hacer ante mi tesitura.
-No te preocupes- me dice- déjalo aquí al lado que no molesta y lo recogerán igualmente.
No veo otra opción, le doy la razón y las gracias. Según desato los pulpos, un nuevo caballero hace su aparición, también dispuesto a echarme una mano. Coincide con el anterior en que lo mejor que puedo hacer es dejarlo ahí al lado. Por si albergase alguna duda al respecto, me comenta que es mucho mejor eso que tirar los trastos viejos en cualquier sitio.
No acaba ahí la cosa. Desde luego no puedo quejarme de falta de atención. No he terminado de desenganchar los garfios y aparece uno de los guardas del garaje que, muy amablemente, abre la portezuela cerrada del contenedor y él mismo se encarga de depositar el microondas en su interior. Coincide con los anteriores en su opinión de que no podía hacer otra cosa. Así da gusto. Por supuesto les agradecí a los tres su gentileza, que nunca fuera dama de caballeros tan bien servida.