El arte de decir es un concepto que nació en boca de mi hijo, Camilo. Creo que alguna vez fuimos artistas desde el inconciente, allá en la infancia, donde jugar a las palabras es más sincero y más fácil. Dejo aquí la primera entrega de tantas habladurías que el pequeño me ha regalado, enseñandome así a volver a jugar con las palabras. El único artista en este juego es Camilo, quien hoy a penas camina los 8 años de edad y me sigue sorprendiendo con el maravilloso don de decir: hay que decir, pura y exclusivamente, cuando tengamos algo más interesante que decir que el silencio. El silencio: esclavo de todas las palabras.
El arte de decir: Lo que quiero ser cuando sea niño
Camilo tiene siete años y no es porque yo sea el padre pero es el changuito más hermoso que vi en mi vida. El aún no lo sabe pero el día que se ponga a escribir yo voy a renunciar a las palabras, o mejor aún, voy a aprender de el porque es un maldito genio.
Ocurrió una tarde de paseo como ocurre cada vez que el pequeño saca a relucir su genialidad: en un momento de distracción le hago la pregunta más inútil que un padre le puede hacer a su hijo:
– Hijo ¿ Que queres ser cuando seas grande?
El chango convirtió la burda curiosidad en una agudeza envidiable:– Quiero ser nuevo, papá.
El changuito me puso en jaque, como siempre y cada vez que me distraigo.
En ese momento yo debi resolver en cuestión de segundos entre divagar en el inverosímil mundo que desafia lo establecido o mantenerme al margen, atascado en mis capacidades de un madrado padre de pleno siglo veintiuno. Opte por la primera opción y replique:
– ¿ Nuevo ? ¿ Cómo es eso de que queres ser nuevo ?
Como sabiendo que yo había entrado en su universo paralelo el changuito disparo sin titubeos:– Si,nuevo. Porque si me hago viejo me muero y me voy al cielo.
Jaque mate, pensé. Un silencio abrumador invadió la tarde y solo atiné a agarrar fuerte de su manito y continuar el itinerario.
El día empezaba a dar sus primeros bostezos y las hamacas en las plazas destinlaban su aroma a roble.
Cuando pensé que la catedra había concluido el pequeño granuja terminó de pasearme con una estocada gramatical inconcebible:
– ¿ Y vos papá? ¿ Que queres ser cuando seas niño ?
Bastardo y eterno, sea mi hijo.