Recolecto partos: María Jesús Alegre

Por Latetaymas @LaTetayMas

Mi no-parto. El nacimiento de mi hijo Rodrigo.

El embarazo había sido normal salvo por una tensión un poco alta pero sin complicaciones. El día 8 de julio empezaron a dolerme los riñones y fui a urgencias a que me pincharan algo para el dolor (eran las 9 de la noche y no había parado desde las 4 de la tarde), me exploraron y monitorizaron para una comprobación rutinaria (quedaba una semana para salir de cuentas) y me dijeron que el parto había comenzado y me iban a romper la bolsa porque el líquido estaba turbio. Todo fue muy rápido y no me dio tiempo a pensar en nada. Rotura manual de bolsa, enema, rasurado. Todo era dolor: las exploraciones dolían (soy muy grande y la matrona era muy pequeña y no llegaba), las contracciones dolían, cuando me rasuraron me dejaron toda escocida de lo mal que lo hicieron… Así que cuando me dijeron de ponerme la epidural dije que sí pensando que el dolor se calmaría. ¡Qué ilusa! Sólo se calmaron las contracciones, tanto, que dejé de tener. Pero los tactos, la sonda, y todo lo demás, lo sentí perfectamente y no es que tuvieran cuidado precisamente (porque como estaba con la epidural…). Toda la noche la pasé postrada en una cama con los brazos extendidos (oxitocina por uno y el tensiómetro por otro). Además del monitor, claro, que por cierto, le encargaron controlar a mi marido junto con la tensión que se tomaba automática cada 10 minutos dejándome el brazo hecho polvo. Fue una de las peores noches de mi vida. El estar tumbada, sin poder moverme ni para mear a pesar de mis peticiones, sin poder ver a mi familia,… fue muy duro. Sin olvidar que estaba al lado del paritorio y oía perfectamente a las otras mujeres que llegaban durante la noche a dar a luz. Además, el hospital donde nació mi hijo tiene muchos estudiantes y cada vez que venían a hacerme tactos venían 3 ó 4 personas y lo repetían una y otra vez. Nadie me pidió permiso y nadie me explicó qué iban a hacer. Simplemente lo hacían y yo me dejaba porque las horas pasaban y estaba agotada sin comer ni beber desde el mediodía salvo algunos tragos de agua a escondidas que me daba mi marido porque me dijeron expresamente que no debía meter nada al estómago, que debía estar preparada por si el niño no era capaz de salir solo.

Por la mañana, en el cambio de turno, decidieron que, como no dilataba (seguía con los 3 cm que llegué) y el bebé había perdido su oportunidad de nacer solo, me iban a hacer cesárea. Yo sólo podía llorar y pedir que, lo que sea, pero que fuera ya para no hacer sufrir al bebé. Pues todavía esperaron hasta las 11 para entrarme en el quirófano (después de las cesáreas programadas para ese día) y una hora más que estuve allí sola hasta que se prepararon (no les quedaba material estéril después de tanto ajetreo diurno) y llegó todo el mundo. Yo estaba temblando y dolorida. Los efectos de la epidural ya estaban olvidados hacía rato y solo me calmaba sentir a mi bebé e intentar transmitirle tranquilidad y fuerza para lo que quedaba. Sentirle me daba la energía que ya mi cuerpo por sí solo no tenía.

En el quirófano me volvieron a “crucificar”, tensión por un lado y gotero por el otro, atados ambos brazos a las extensiones de la camilla de quirófano y me pincharon más analgesia pero no fue suficiente. A partir de los primeros cortes de las capas superficiales de piel empecé a notar un dolor indescriptible que no pasó hasta que, pidiendo casi a gritos que pararan me inyectaron más analgesia aún hasta el punto de quedarme medio drogada. No se creían que me dolía. Había mucha gente a mi alrededor y, a pesar de eso, nadie hablaba conmigo. Sólo el anestesista me dirigía algunas palabras de vez en cuando para controlar como iba (supongo). Entre ellos sí hablaban y hacían comentarios de lo grande (o gorda más bien) que estaba y de cómo sería mi cama porque mi marido era como yo. Yo les escuchaba entre sueños y en ese momento no les di importancia, era algo horrible más de todo lo que me estaba pasando.

Cuando me dijeron que ya estaba fuera el bebé, no me lo enseñaron y me angustié un montón porque no le oí llorar, sólo un pequeño quejido que no sabía qué significaba pero estaba tan drogada que ya no podía ni hablar y apenas me mantenía despierta. Alguien dijo: “Todo está bien, ahora lo ves”. Pero no fue así. Se lo llevaron. Y a mí me dejaron (una vez cerrada, claro) nuevamente sola en la sala de postoperatorio para reponerme. En cuanto cogí fuerzas y pude hablar pedí ver al niño pero nadie me hizo ni caso. Pedí ver a mi marido al menos, a alguien de mi familia, pero les oí comentar desde la otra habitación que era una pesada. Me sacaron para subirme a la habitación y fuera me esperaba mi familia super contenta porque ellos sí habían visto a mi pequeño, estaba bien, y gracias al morro de mis hermanos que se metieron en el ascensor que le llevaba a neonatos y le hicieron fotos pude ver su carita y me puse a llorar de rabia y de impotencia. A mi marido tampoco le dejaron verlo más que de pasada mientras le ponían unos papeles delante para que firmara y que nadie le explicó nunca qué eran. Él estaba pendiente del niño, los firmó rápido pero no llegó a tiempo de que se lo llevaran. Después supimos por el informe de alta que había tenido un APGAR 9/10. ¿Por qué se lo llevaron entonces?

Ya en la habitación, ¡¡esperé 4 horas hasta que me lo subieron!! Y, por fin, pude abrazarlo y besarlo a mis anchas. Pero me disgusté nuevamente cuando no conseguí que se enganchara al pecho porque en neonatos le habían dado un biberón sin mi permiso. Igual que le pincharon las vitaminas y todas las cosas que se hacen “por protocolo”. La enfermera que lo subió me dijo que no me quejara que lo habían hecho para que no llorara y estuviera tranquila. Me dijo lo del biberón como si tuviera que darle las gracias por ello.

Yo estaba agotada y no tenía fuerzas para discutir, me esperaban más días de lucha después de aquello y sólo quería estar con mi hijo. Cosa que aprovecho cada minuto del día y de la noche. Aunque los problemas que tuve después con la lactancia materna estoy segura que son debidos a la poca ayuda que recibí allí ya que el fomento de la LM brilló por su ausencia en mi caso, que sé que no es el único aunque también sé que otras madres tuvieron más suerte que yo y las ayudaron un montón. Depende del profesional que te toque supongo.

A pesar de todos los problemas, Rodrigo ya tiene cinco años, 7 meses de LM exclusiva con extractor y en diferido y hemos practicado el porteo y el colecho siempre para “compensar” el comienzo duro que tuvimos. Y una cosa tengo clara: el próximo parto no será como este. He aprendido cosas y tengo mucha más fuerza para luchar por lo que considero imprescindible: el bienestar de mi bebe y el mío, entre otras cosas. Hace 5 años pero aún hoy no puedo evitar seguir llorando cuando recuerdo ese momento, no puedo evitar sentirme mal, no puedo evitar pensar que aún no me he quedado embarazada de nuevo y puede que en parte sea por el bloqueo psicológico, no puedo evitar enfadarme con el mundo cuando alguna de mis amigas pasa por algo parecido y se queda tan a gusto pensando que ha sido lo mejor. Y me mira con cara rara como si yo fuera una extraña con ideas de loca. No puedo evitar desear que las cosas no hubieran sido así pero a la vez no puedo evitar estar agradecida por esos momentos que hicieron que algo dentro de mi cabeza cambiara para siempre y hoy en día me hagan ser la persona que soy. He llegado a un punto al que hubiera preferido llegar por otro camino pero eso no se puede cambiar ya.