Son muchos los medios que le dedican hoy unas líneas, páginas o minutos en sus ediciones. También numerosas asociaciones, colectivos e instituciones han programado actividades de homenaje a este hombre humilde, dispuesto siempre a partir "ligero de equipaje, casi desnudo, como los hijos de la mar". Versos que, por desgracia, terminaron siendo proféticos, pues, enfermo y muy debilitado, su muerte se produjo un triste miércoles de ceniza, en una ciudad donde estaba de paso, huyendo de las miserias de la guerra y echando de menos su tierra.
Quizá por eso llevaba consigo una cajita con tierra que había recogido antes de cruzar la frontera, y pidió a su hermano que si moría la vaciasen en su tumba, como así hicieron. Una sencilla lápida señala el lugar donde reposan sus restos, adornada con frecuencia por flores y banderas tricolores.
Reivindicando su dignidad en el sufrimiento y como humilde homenaje al poeta, quiero recordar en esta entrada el último verso del poeta, que su hermano José encontró en un papel arrugado en un bolsillo de su abrigo, un verso tan sencillo como hermoso:
Estos días azules y este sol de la infancia.