ANTONIA MUÑOZ
El libro rojo en el capítulo sobre Las Bases Programáticas, señala como dos de los tres grandes objetivos de la Revolución Bolivariana: 1.La consolidación de la Democracia Participativa y Protagónica y 2. La construcción del Socialismo Bolivariano. Ambos objetivos son a mediano y largo plazo. Así mismo; la consecución del segundo, pasa por lograr en la práctica el primer objetivo, más allá “del papel que aguanta todo lo que le pongan” y más allá de un discurso encendido, que nos está prohibido pronunciarlo “de dientes para afuera” para vivir políticamente de la revolución, como nos advirtiera el Ché Guevara, lo cual hoy nos permitimos recordar. En anteriores reflexiones nos hemos referido al tercer objetivo: “la derrota del imperialismo y toda forma de dominación extranjera”, el cual hoy no abordaremos directamente, pero pudiéramos tocarlo tangencialmente”.
En concordancia con el primer objetivo, las Bases Programáticas establecen que: “las fuerzas motrices o sujetos de la Revolución Bolivariana son las y los trabajadores en su doble condición de creadores de la riqueza social y expropiados del fruto de su trabajo y, en tal condición, llamados a dirigir la revolución en el marco de la lucha de clases”. Los y las trabajadoras son como la niña de los ojos de la revolución, lo cual incluye un trabajo responsable y eficiente de su parte, porque la Revolución Bolivariana y Socialista debe ser productiva, de lo contrario no sería autosustentable. No hay nada pecaminoso en producir ganancias justas y no usureras; el meollo del asunto es al bolsillo de quién van las ganancias. Por supuesto que en socialismo, las ganancias deben beneficiar a las y los trabajadores y deben permear al entorno social donde la unidad de producción funciona.
Estamos totalmente de acuerdo en que: “El enemigo principal de la Revolución Bolivariana es el imperialismo capitalista, especialmente su centro hegemónico, el imperialismo y el gobierno estadounidense, sus monopolios transnacionales, en particular los del sector financiero, tecnológico, militar, económico y mediático por una parte; y por la otra, la alta jerarquía eclesiástica contra revolucionaria, la oligarquía, las burguesías apátridas, así como todo sector social que, al igual que aquellos, le sirvan de base social al imperialismo o a cualquier fuerza extranjera para la dominación de nuestros pueblos, en especial en el ámbito de América Latina y el Caribe”.
Nosotros agregamos que el segundo enemigo de la Revolución somos nosotros mismos. ¿Cómo es eso? Eso es como no los expresó el Presidente Chávez en La líneas Estratégicas que nos presentó por primera vez el 21 de enero de 2011, y que discutimos profusamente a lo largo y ancho de las 24 entidades federales durante más de dos meses. Somos enemigos de la Revolución Bolivariana cuando prevalidos del cargo que ocupamos, perseguimos, maltratamos y desatendemos a la gente, porque “endiosados” con el cargo, se nos olvida que somos servidores públicos y a quienes tenemos el deber de atender son nuestros compatriotas, indistintamente si son miembros o no de nuestro partido. También somos enemigos de la revolución, cuando en lugar de usar los cargos para servir a todos y todas, lo utilizamos para hacer negocios y practicar un grosero tráfico de influencia en detrimento de las grandes mayorías. Somos enemigos de la revolución cuando somos ineficientes en nuestro trabajo y lo hacemos con desgano, como si estuviéramos pagando una condena. Lamentablemente, cualquiera que sea la misión encomendada debemos hacerla con alegría, con pasión y lo más eficientemente posible; de lo contrario, debemos ser suficientemente honestos para no aceptar dicha responsabilidad, porque nos constituiríamos en un estorbo para la revolución. Somos enemigos de la revolución cuando jugamos sucio, cual cuarto republicano cualquiera y nos dedicamos a calumniar, descalificar e intrigar en contra de todo aquel que consideremos nuestro adversario o no pertenezca al reducido círculo de nuestros amigos íntimos.
Somos enemigos de la revolución cuando intentamos por todos los medios de castrar al Poder Popular. La mejor manera de consolidar la Democracia Participativa y Protagónica, es promoviendo e impulsando la educación y organización del pueblo; porque de lo que se trata es que el pueblo organizado y consciente, se ponga de pie y en movimiento y tome el control de su vida política, social y económica. No se trata de querer “naricear” a la gente a todo trance y querer controlar hasta la respiración de la gente. El asunto no es controlar por la fuerza o por el engaño. Se trata de convencer con acciones, se trata de ganar adeptos con méritos; porque:”obras son amores y no buenas razones”. Además, no olvidar que “indio con palo no vuelve ni por las marusas”. Seamos pues eficientes en nuestro trabajo, seamos pues honestos de palabra y de acción, dejemos pues guiar nuestra vida revolucionaria por el mayor apego a la verdad y a la justicia. Se trata pues de lograr adeptos enarbolando la bandera del amor, del respeto y del reconocimiento al otro, aunque no piense como nosotros. “No nos cansemos, pues, de hacer el bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos (Gálatas 6:9). Presidente, claro que viviremos y venceremos!