Hace tiempo que dejé de recordar el momento en el que comencé a dibujarte con palabras. Desde aquella frase con la que garabateé el primero de nuestros instantes supe que tarde o temprano desaparecerías, y éste no era más que un mero hecho desesperado para guardarte en un lugar donde nunca pudiera olvidarte.
Los primeros capítulos los llené de borrones, arranqué tantas hojas que tuve que comprar nuevos cuadernos, ilustré nuestras risas conjuntas en párrafos que solo tú y yo entenderíamos mientras temblaba de terror al saber que algún día esta historia se terminaría.
El tiempo nos dio una tregua. Los párrafos cobraron vida propia. Se separaron de nosotros, de nuestros pensamientos y los miedos que vestíamos. Nos convirtieron en sus marionetas, fueron amo, señor y vasallo de nuestros besos, caricias y confesiones. La inercia marcaba nuestros movimientos y los dos sabíamos que si no hablábamos de lo inevitable todo sería más sencillo.
Pero ninguna canción pudo evitar su coda, ningún relato su epílogo y, nosotros, meros personajes de un mundo de fantasía, tuvimos que emancipar nuestra historia del papel y comenzar a bailar en el mundo real a la luz de las sombras, débiles ante el paso del tiempo.
Ni tú ni yo vimos venir la página final del cuaderno, la que ahora lleno desde que te fuiste, la que dejó de ser nuestra historia para convertirse en mi terapia, la que trazo en la oscuridad de mi dolor, la que vendería por más instantes que pintar, la que extiendo con frases sin sentido únicamente porque no quiero colocar el punto y final.
Sin ti la imaginación tiene límites, sin tus palabras las mías son vacías, y aun así escribiré hasta que no me que ninguna.
Carmelo Beltrán@CarBel1994