No puedo negar que lo mío con Roma fue amor a primera vista. Sí, confieso que es el único lugar del mundo, fuera de mi isla de Gran Canaria, en el que me gustaría vivir. Hasta en invierno, algo que detestaba César Moncada, el joven protagonista de la novela de Pío Baroja "César o nada", escrita en 1910, y que, curiosamente resulta una apología "avant la lettre" del fascismo italiano, que no nacería sino once años más tarde. ¿Premonición de Baroja? A ello le dediqué un trabajo de curso durante mis estudios de licenciatura en ciencias políticas, pero eso nada tiene que ver con mi pasión por Roma.
Tampoco voy a contar de nuevo la historia de ese mi primer encuentro con la Ciudad Eterna. La tengo comenzada y nunca concluida en la entrada del blog que lleva su nombre: "Roma". Solo animarles a leer el relato que en ella reproducía del escritor Enric González titulado
"Historias de Roma", historia que concluía con la encomiosa recomendación del autor de que no se perdieran, si tenían la ocasión de presenciarlo, el más maravilloso de los espectáculos que un mortal puede gozar en esa ciudad: ver caer la nieve en el interior del Panteón... Yo no lo he visto, pero espero hacerlo algún día. En cada una de las ocasiones en que he visitado Roma, me he dejado muchas cosas por ver. Así, siempre tendré una excusa para volver... La próxima tengo claro que me gustaría pasar una noche entera de verano deambulando por el Trastévere con mi mujer.Hoy quiero traer al blog una nueva crónica sobre Roma, en esta ocasión, publicada hace pocos días en el diario El País por el novelista español Pedro Jesús Fernández bajo el título de "Romance español en Roma", que no es otra cosa, como digo en la cabecera de la entrada, que un recorrido sentimental por la Roma española. Por las plazas, calles, edificios, estatuas, fuentes, palacios y lugares de la ciudad de Roma vinculados por la fuerza del tiempo a esa otra vieja tierra que es España y a sus gentes.
Un recorrido que comienza hace más de veinte siglos en la octava colina romana, el monte Testacio, conformado por los restos de los millones de ánforas que durante milenios llegaron a Roma trayendo el vino y el aceite de sus provincias de Hispania; sigue por la piazza Navona, con sus edificios poblados de conchas de Santiago y castillos y leones; o por el palazzo Borghese, la residencia de Paulina Bonaparte, que fue sede de la embajada de la República Española ante Italia; o por la piazza Fameta, por donde deambula aun hoy Aldonza, la lozana andaluza de Francisco Delicado. Pero también por el palazzo di Spagna, en la plaza homónima, quizá, o sin quizá, la plaza más famosa de Roma, en la que está desde 1647 la embajada más antigua del mundo: la de España ante la Santa Sede, plaza que fue durante siglos de jurisdicción española. O por Villa Medici y sus jardines, magistralmente retratados por Velázquez, y en donde también pintó su "Venus del espejo" y el que está considerado el mejor retrato de la historia de la pintura universal, el del papa Inocencio X. Y porqué no, gozando del "Extasis" de nuestra Teresa de Jesús, la sensual escultura de Bernini en la pequeña iglesita de Santa Maria della Vittoria; o si de iglesias hablamos la basílica de Santa Maria Maggiore, la más hermosa de Roma, cuyo techo está fabricado gracias a la primera remesa de oro que España trajo de América. O el castel de Sant'Angelo, la más majestuosa tumba del mundo, mandado construir por el emperador Adriano, originario de Itálica, en la provincia hispana de la Bética.
Y más cosas, muchas más cosas, lugares e historias que no quiero revelarles para así animarles a hacer conmigo, de nuevo o por vez primera, este emocionado y emocionante recorrido sentimental por las huellas que España y los españoles dejaron en Roma a lo largo de los siglos. Comprenderán ahora porqué siempre que viajo a Roma me dejo a propósito cosas y lugares por ver...
Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendtEntrada núm. 2194elblogdeharendt@gmail.com"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)