"Recortes de mi vida" de Augusten Burroughs y la revelación de que venía usando la palabrar "raro" con demasiada ligereza.

Publicado el 06 julio 2015 por Paula Lucas @letrasconlasopa
"Todos en casa de los Finch estaban un poco locos. Siempre había alguien levantado a las horas más verosímiles y les daba igual si usabas o no posavasos en la mesa." 
Cuando no llevaba más de un par de páginas de "Recortes de mi vida", me di cuenta de que hasta ese momento había estado usando la palabra "raro" con una intolerable ligereza. Junto al término en la RAE, debería encontrarse el título del libro, porque Recortes de mi vida es raro. Todo lo demás en comparación es asquerosamente normal, ordinario y convencional. Incluso Björk. En serio. Creedme.

Muy normal no puede ser un libro donde dos de los protagonistas, unos críos adolescentes, a primera hora de la mañana deciden destrozar el techo de la cocina porque les deprime. Sí. El techo les deprime. Quieren una claraboya. Una claraboya para que entre luz. ¿Y qué hacen? Pues se ponen manos a la obra lanzando no recuerdo el qué.

Huelga decir que el resultado no fue del todo satisfactorio, terminó entrarndo más luz... y también más agua. Y esto es sólo un ejemplo aislado. Creo que por mucho que lo intente nunca podré hacer justicia al nivel de excentricidad de la historia o de los personajes.
"La línea entre lo normal y la locura parecía imposiblemente delgada. Una persona tendría que ser un experto equilibrista para no caerse."
"Recortes de mi vida" es un collage de las vivencias de Augusten, un chiquillo con una madre que está como una regadera y que es acogido por su psicoanalista, el doctor Finch, en su humilde morada junto a su esposa e hijas, no mucho más cuerdos que su progenitora.
Y mi madre empezó a volverse loca. No loca al estilo de ¡Voy a pintar la cocina de rojo! Sino: Voy a meter la cabeza en el horno de gas, voy a hacer unos sándwiches con pasta de dientes, además de creerse Dios.
Cada capítulo es una pequeña historia que conforma otra más grande, su vida. Es una memoria donde todo es tremendamente random, desde la escritura hasta los acontecimientos. Como tal, le falta ese punto de suspense o el básico principio-nudo-desenlace de toda historia de ficción, pero sigues y sigues leyendo página tras página movido por la fascinación que produce la excéntrica familia Finch (palabra que también había estado usando muy a la ligera) y porque crees que las cosas no pueden ponerse más bizarras, pero oh, sí... Sí, pueden.

 Y lo hacen. Oh, vaya, si lo hacen... 

Palabrita del niño Jesús.

Y es que si tienes una vida como la de Augusten Burroughs, es casi una obligación bien hacer un libro, bien una película o que te den tu propio reality en la MTV. Augusten optó por lo primero, luego le llegó lo segundo. De lo tercero no tengo noticias. Os mantendré informados.
"Es una maravilla que esté siquiera vivo. A veces lo pienso. Pienso que no puedo creer que no me haya suicidado. Pero hay algo en mí que hace que siga adelante. Creo que tiene algo que ver con el mañana, con que siempre habrá uno, y que todo puede cambiar cuando llegue."

¿No queréis conocer vosotros también a los Finch y a Agusten?