La derecha que gobierna en España está decidida a realizar los recortes necesarios, también con respecto a los derechos de los ciudadanos, con tal de moldear la sociedad a su completa satisfacción; es decir, que se rija conforme a los valores religiosos ultraconservadores que el Partido Popular propugna. Actúa así movido por una ideología que se mantiene, en cuanto al respeto de la pluralidad existente en el país, en la más absoluta intransigencia y obtuso fanatismo. Pretende que toda la población abrace sus ideas y se comporte de acuerdo a su moral, imponiendo ambas (ideario y moral) mediante ley o coacción.
El asunto del aborto es revelador de esta actitud. Atendiendo a las presiones de los sectores más recalcitrantes de la sociedad (la cúspide clerical y la derecha a la derecha de sus filas), el Gobierno se presta a realizar una modificación de la ley del aborto que, en realidad, limita el derecho de la mujer a adoptar, dentro de parámetros que comparten la mayoría de los países de nuestro entorno, la decisión de abortar para regresar a una ley de supuestos, fuera de los cuales sería delito la práctica de esta intervención. Se pasa así del derecho al delito en virtud de una imposición moral de poderosos sectores ultraconsetrvadores, una minoría social que exige el respecto a sus valores, pero desprecia los de los demás, imponiendo los suyos por la fuerza.
Aunque el ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón, pretendiera convencer de lo contrario con argumentos que avergüenzan, ninguna mujer se ve forzada a abortar si no lo desea. Pero con la ley que él prepara, lo contrario sí será posible a partir de ahora, pues impedirá abortar a quien lo pretenda si no es bajo supuestos extremadamente restrictivos que la ley tolera. Tal modificación del aborto como derecho de la mujer en las primeras 14 semanas de gestación, sin alegar motivo alguno, y hasta las 22 semanas previo informe médico sobre peligros graves para la salud de la madre o del feto, no se hace por criterios basados en la ciencia, sino por creencias religiosas. El fanatismo más reaccionario de la derecha, oportunamente azuzado por obispos que son capaces de manifestarse tras una pancarta en contra del aborto, considera que las mujeres españolas no están capacitadas para tomar por sí mismas la decisión de abortar cuando circunstancias, nunca agradables y nada favorables, las impulsan a ello. Para esos sectores inquisitoriales, abortar será una decisión que ha de quedar en manos del legislador (decide cuándo) y del médico (decide quién) que certificará el supuesto legal que posibilitará la intervención. De esta manera, obligan a la sociedad española a retroceder a épocas en que la Guardia Civil podía requisar historiales clínicos para perseguir a las abortistas y acusarlas de delitos por los que podrían ingresar en prisión.
¿Es eso lo que votaron los españoles, en especial las españolas, en las últimas elecciones generales? El Gobierno de Mariano Rajoy ha aprovechado la avalancha de “reformas” a las que se ha visto obligado por dictados de la economía de mercado para emprender también, de manera simultánea, “recortes” en relación a determinados derechos sociales que costaron años en alcanzar y a los que siempre mostró resistencia. Desde la primera ley del aborto del año 1983, que recurrió al Tribunal Constitucional, hasta la ley de plazos de 2010, que exacerbó el repudio de esos sectores intransigentes que aspiran a una sociedad clonada del catequismo, el Partido Popular nunca ha reconocido el derecho de la mujer a decidir libremente sobre su cuerpo y la gestación, una actitud de desconfianza de género que enlaza con la de sus predecesores ideológicos, cuando negabanel derecho al voto a las mujeres a principios del siglo pasado.
Estamos, por tanto, ante una ofensiva moral que pretende obligar al conjunto de la sociedad sin respetar la pluralidad existente en su seno y sin atender procedimientos democráticos.La mayoría parlamentaria que disfruta el Partido Popular no le faculta a emprender cambios radicales en el modelo de sociedad, máxime si afectan a derechos arraigados en su seno. Y no le faculta porque ni se ofertaron de manera clara en un programa electoral ni, puestos a afrontarlos, no se someten a consulta para que conciten el respaldo -o rechazo- mayoritario de la población. A golpe de Decretos-ley o por iniciativas legislativas ordinarias, camufladas como aquellas leyes de acompañamiento que se cuelan entre las de Presupuesto, no es honesto ni conveniente, aunque sea legal, propinar una vuelta de calcetín a la sociedad. Pero es así, precisamente, como se están destruyendo estadios de libertad y derechos sociales que hacían de la española una de las sociedades más avanzadas de Europa. Y no es conveniente empecinarse en imponer criterios unilaterales de esta manera porque, de igual forma, pueden ser derogados cuando el adversario ideológico alcance el Poder. Y una sociedad que no tiene clara su identidad y rumbo colectivos, está expuesta a ser objeto de manipulación por intereses ajenos, como los partidarios y los religiosos, que deberían quedar circunscritos en sus respectivos ámbitos.
Actuar sectariamente desde el Gobierno denota poca altura y grandeza políticas. Y el Partido Popular, con la ley del aborto y tantas otras leyes que ha eliminado simplemente por cuestiones ideológicas, está demostrando su incapacidad para servir a los intereses generales de los españoles.