Con mínima cobertura informativa se cubrió en España el acto de este lunes en el que las autoridades británicas condecoraron post mortem a Ignacio Echevaría, el español que se enfrentó a los yihadistas que mataban a cuchilladas a viandantes en el centro de Londres, y que resultó uno de los ocho asesinados.
Noticia de pasada, porque en España los héroes se adoran un momento y poco después de olvidan, en lugar de mantenerse y ensalzarse perennemente como se hace en tantos otros países, como el Reino Unido, que de esta manera mantienen el orgullo de sí mismos.
Casi todos los españoles se emocionaran y recibieron una gran dosis de autoestima al conocer la gesta de Echeverría, de 38 años, que el pasado 3 de junio abandonó su bicicleta al lado del céntrico mercado de Borough, y con su monopatín acometió a los terroristas, que lo mataron mientras él le salvaba la vida a un policía y a varios viandantes.
Luego, el ejemplo de su familia, que llevó el dolor con dignidad y fortaleza, que sus padres atribuyeron a la religiosidad que compartían con Ignacio, un abogado auditor de cuentas para evitar su blanqueo en el banco HSBC.
Dentro de los pequeños recuerdos mediáticos del lunes aparecieron los localismos: en unos medios era descendiente de vascos, en otros gallego de Ferrol, para otros de Cantabria porque veraneaba allí y de Las Rozas, Madrid, donde vivió tras salir de Galicia con 9 años de edad.
En algunos lugares han bautizado lugares con su nombre, pero en su Ferrol natal el ayuntamiento de Podemos se negó a recordarlo, quizás porque no debería haber sido un héroe: para los podemitas la yihad tiene explicación política que debe comprenderse.
Despreciados los héroes se ensalza a bellacos
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SALAS
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DOS EJEMPLOS: FAMILIA DEL HÉROE RECIBIENDO LA CONDECORACIÓN Y OTRA CLASE DE HÉROES