Si hubierais visto, como yo, comulgar el horizonte y el mar intercambiando mensajes de espuma. Si hubierais visto a nubes arreboladas celosas de esa zalema, habríais soñado que erais montañas para que os acariciara, habríais soñado que yo he sido vuestra.
Recuerdo perfectamente en aquellos días de hace siglos, en aquellas horas que serán milenios, cómo se estremecía la tierra con ideas que podían durar dos segundos en el reloj de la arena de Cronos.
Me acuerdo del labriego deslomado bajo el sol ardiente que agradecía con un suspiro el regalo de mi asistencia y me dejaba vestida y alborotada como novia de pueblo y entonces, despechada, convocaba a algún sátiro geniecillo, de esos que creéis ver entre el sueño y el ensueño, para aumentar su trabajo, revolviéndome entre los surcos de la madre tierra manchados de
sudor y miseria. Y me iba. Llevándome conmigo la parva del trigo, el calor del verano, dejando a cambio oxígeno a la vida.
Recuerdo cuando, sin motivo aparente, me enfadaba y mi melodía serena se transmutaba en un escándalo de violines endemoniados. Me gustaba ver a la gente correr, tapando sus rostros, cubriendo sus ojos asustados como pecadores ante el juicio Dios.
¿No os acordáis de cuántas veces me he colado por vuestros labios como una exhalación, suspirando por fuera, latiendo por dentro? Sin prisas, lenta, atenta.
Desde que descubristeis que era posible atraparme en una lona y hacer menos fatigosos vuestros desplazamientos por el mar, me convertí en la mejor de las aliadas. Pero siempre he tenido un carácter caprichoso, negándome, no en pocas ocasiones, a complacer al ser humano y entonces gritaba: “¡yo soy la señora de vuestro destino y el capitán de vuestra alma!”. Revolvía los mares y os lanzaba sobres sus fauces haciendo que los espíritus volaran, de mi mano, sobre sus aguas con las alas rotas para llevarlos a través de las heridas del tiempo.
Nunca he tenido rostro, jamás he usado nombre, pero he lucido todos los colores para que vuestros recuerdos os hagan vivir dos veces: Celeste, he sido celeste, devolviendo al anciano el aroma de su juventud, soy el rosa que da viso a vuestras mejillas, el gris de la tormenta de vuestra desesperación y seré el negro que os abrirá la tumba.
¿Os gustaría recordar qué hay más allá? ¿Estaríais dispuestos a comprobar hasta dónde os pueden llevar los sueños? No temáis pues, en dejar las ventanas abiertas a la incógnita de mi aliento y os puedo asegurar que en esa noche, hasta la luna querrá ser testigo de nuestro acto.
De entre todos mis recuerdos, el mejor es aquel que me devuelve el sabor de tu boca mientras me respirabas, el calor de tus ojos cuando te atreviste a mirarme de frente y a partir de ese momento, todos los demás recuerdos fueron quemados en el altar de nuestro tálamo. De vez en cuando su humo vuelve para enamorar a la pereza.
Recuerdo cuántos desiertos he atravesado, cuántos hielos he quebrado, las ramas que he desnudado de hojas secas, frutas maduras que he ayudado a caer, faldas que he levantado, edificios altivos sometidos a mi grito. He bandeado banderas, he destruido murallas, he robado la gorra al general y he conseguido que el rey tape sus ojos y humille su rostro.
He sido la protagonista de cuentos y de historias terroríficas. He movido las manos de gigantes que sólo eran molinos. En mis remos han viajado besos enamorados y siempre me llevo las palabras.
Recuerdo haber peinado las crines del caballo del guerrero y acompañado el cimbreo de su espada con un silbido y aún guardo las lágrimas de aquel que lloró como mujer.
No sólo me acuerdo del pasado, a veces mis recuerdos se acicalan de futuro.
Recuerdo cómo serán vuestras arrugas y el gemido agónico que escupiréis por quienes se van. Recuerdo todos vuestros recuerdos porque todos están escritos en mis páginas. Llegará el tiempo en el que, algunos de vosotros, querréis unir vuestras cenizas a mi canto.
Recuerdo también cuando a la final, cansada de vagar, enmudezco como la lira del poeta.
Recuerdos, ¡Cuántos recuerdos! ¡Qué fácil es atrapar entre mis sentidos el que me trae aquel tiempo en el que sólo fui viento!
Texto: Esther D. (Mae)puertas sillas hosteleria mobiliario hosteleria calderas precios calderas