Estaban calados hasta los huesos. Un sonoro trueno había dado el pistoletazo de salida a aquel fenómeno metereológico. La carrera que les había obligado a hacer desde las puertas de centro comercial hasta el lugar donde habían aparcado el coche podía haberles servido para clasificarse para los mundiales de atletismo. Sentados, contemplando en el salpicadero el golpeteo de una gota tras otra, se habían cogido de la mano y ella había apoyado la cabeza en su hombro.
—Me encanta el sonido de la lluvia, ¿lo sabes? —inquirió la muchacha.
Él no se precipitó en contestar. La melodía de fondo, el tacto de la mano de su compañera y la respiración cerca de su cuello conformaban un cuadro perfecto que quería plasmar en su memoria, en la zona donde los recuerdos no desaparecen nunca, en el mismo lugar donde tenemos nuestra primera palabra o el primer helado que tomamos. Y ella no le interrumpió. Le conocía como la palma de su mano y sabía que estaba tratando de inmortalizar el momento. Así que le dejó toda la calma del mundo, manteniéndose firme sin mover un solo músculo, como si realmente estuviese posando para él.
—¿Salimos y nos damos un beso bajo la lluvia?
—¿Cómo? —respondió ella sorprendida ante la proposición—. ¡Si parece que se está cayendo el cielo!
La sonrisa del joven fue suficiente respuesta. «Por eso mismo» desvelaba la curva de sus labios. La agarró de la mano con fuerza y solo la soltó cuando, decidido, empujó la puerta del vehículo para salir al exterior. La lluvia ni siquiera le molestaba, se sentía pletórico, como todos aquellos protagonistas de las películas que había visto alguna vez.
Volvió a mirarla. Su mano reposaba sobre la puerta del coche, pero en su mente la idea de mojarse hasta los huesos todavía no había aflorado completamente, y él lo sabía, así que hizo lo mejor que sabía hacer. Le mantuvo la mirada, sin descanso, inquiriéndole a salir, a dejar la seguridad de aquel techo para hacer una locura que nunca olvidarían. «Marketing de sentimientos», solía decir ella cuando posaba con tanta decisión su mirada sobre sus ojos, tanta que no lo pudo llegar a soportar.
Corrió hacia él y le agarró por la espalda. Pronto sus labios se juntaron hasta que tuvieron que separarse por la aparición de unas sonrisas furtivas que ninguno de los dos fue capaz de controlar. Se quedaron mirándose, uno, dos y hasta tres segundos, cuando se dieron cuenta de que no tenían ni una parte de su cuerpo seca y volvieron rápidamente hacia el coche.
Se rieron, lo hicieron sin parar. Sus carcajadas resonaron tan alto que si alguien paso cerca de ellos seguramente se preguntó si estaban bien de la cabeza, pero es que era precisamente ahí donde se estaba guardando ese recuerdo con fuego.
Carmelo Beltrán
@CarBel1994