Recuerdos de importación en 16 bits

Publicado el 15 octubre 2012 por Royramker @RoyRamker

En la actual generación de consolas quien más y quien menos está acostumbrado a importar videojuegos. Páginas como Zaavi, The hut o Playasia ofrecen precios más reducidos que los que podemos encontrar en los comercios de nuestro país, por lo que un gran número de usuarios consideran dichas tiendas como opción prioritaria a la hora de comprar sus títulos favoritos.

La importación no es algo nuevo. Ya desde las primeras generaciones de consolas (e incluso con los micro-ordenadores que nos robaron el corazón) era una práctica que, si bien no tenía tantos adeptos como en estos momentos, era bastante habitual, teniendo además una motivación completamente diferente.

Y es que por aquel entonces las distribuidoras tenían un mayor peso a la hora de decidir cuales eran los títulos que aparecían en cada país, lo que hacía que si nos limitábamos solo al catálogo PAL (europeo) nos perdiéramos grandes joyas que algún iluminado decidió no publicar porque podrían no vender lo suficiente. Eso obligó a que muchos tuviéramos que desembolsar una cantidad prohibitiva de dinero (los importadores siempre incluían una buena subida en el precio del producto) para poder disfrutar de ciertos juegos.

Precisamente sobre la importación de antaño me apetece hablaros en este artículo. Podría poneros una tabla con precios, juegos y número de ventas, pero considero que sería algo demasiado frío y artificial. En contrapartida he decidido abordar este tema desde mi propia experiencia personal, comentando mi historia con la importación y los títulos que pude disfrutar gracias a la misma. Espero que esta sucesión de historias del “abuelo cebolleta” no se os hagan excesivamente pesadas ;-)

Corría el año 1993 y un Imsai8080 adolescente acababa de adquirir una flamante Super Nintendo gracias a la bondad de su padre y a la complicidad con su hermano pequeño. Tras innumerables partidas a Street Fighter II y Super Mario World llegó el momento de adquirir un juego nuevo. Llevaba ahorrando bastantes meses y el elegido iba a ser el sensacional Starwing. Pero en una de mis habituales visitas a la tienda Game Shop de mi localidad vi algo que me hizo cambiar de opinión completamente. ¡Un juego de lucha basado en Dragon Ball Z! Aunque estaba totalmente en japonés y solo pude ver como unos chicos jugaban me cautivó completamente. ¡Si hasta se podía hacer la fuerza universal!

Como podéis suponer por las fechas el juego al que me refiero era Dragon Ball Z Super Butoden, sensacional título de lucha realizado por Bandai. Me costó ahorrar otros seis meses más y discutir con mi madre, ya que su precio era de 15.000 pesetas y la pobre no entendía como podía gastarme semejante dinero en un solo juego. Menos mal que mi padre se puso de mi lado una vez más y pude adquirirlo.

Recuerdo como si fuera ayer el día que fuimos a la tienda para comprarlo. Con el juego me regalaron una fotocopia que parecía sacada de un reportaje de la legendaria Famitsu, con todos los movimientos de los luchadores y el truco para obtener todos los personajes transformados en super guerrero. Sobra decir que durante un tiempo fui el rey del barrio, y que tanto yo como mis amigos disfrutamos como enanos del excelente juego. ¡Menudos torneos de artes marciales organizamos aquel año en mi casa!

Aproximadamente por aquellas fechas y aprovechando el incipiente interés de la chavalería en las consolas de videojuegos muchas fueron las tiendas no especializadas que se subieron al carro, vendiendo o alquilando videojuegos. Recuerdo concretamente un pequeño bazar del centro de la ciudad en el que incluso se atrevieron con la importación de títulos relativamente desconocidos. Entre tanto juego japonés de nombre impronunciable hubo uno que nos resultó ciertamente familiar: Ranma ½: Bakuretsu Rantōhen

He de confesar que no era tan aficionado a este anime como a Dragon Ball Z o Saint Seiya, aunque me resultaba bastante ameno. Por ello, mi hermano y yo decidimos alquilarlo para poder echar unas partidas con los amigotes durante el fin de semana. Su limitada jugabilidad y variedad de golpes echaron para atrás a todos mis “compis” de partidas, a los que el título les supo a bastante poco. A mi por contra me gustó muchísimo, ya que aunque lo veía muy sencillo captaba perfectamente el espíritu festivo y burlón de la serie, por lo que no fue la única vez que lo alquilé. Recuerdo que me hacían especial gracia las voces y sonidos del panda, que incomprensiblemente fueron sustituidas por otras diferentes en su adaptación a territorio europeo.

Cuando unos años después dicho bazar estaba liquidando por cierre decidí pasar para preguntar por el título, con la intención de comprarlo por un módico precio. Me quedé con las ganas, ya que me llegaron a pedir 24.000 pesetas del ala. Por suerte lo conseguí hace tiempo por 8 miserables euros.

Aunque mi experiencia con Ranma fue bastante buena no todo lo que alquilé en aquel lúgubre bazar con un Sonic dibujado en la fachada me gustó. Recuerdo especialmente una experiencia traumática que me supuso tomar la determinación de no alquilar o comprar ningún juego japonés que no hubiera visto en funcionamiento. Y no por cuestiones de incompatibilidad -adquirí en su momento un adaptador Fire FX que se tragaba absolutamente todos los juegos extracomunitarios que probé-, sino porque el juego en cuestión era una de las basuras más infectas que he tenido la desgracia de probar. Os hablo de Golden Fighter Hiryu no Ken S, culpable de que cada vez que veía el logo de Culture brain me viniera una arcada.

Su portada molaba mil. Y encima era de lucha. A esa edad, semejante combinación de factores no podía fallar de ninguna manera. Pues falló, ¡Y de que forma!. El juego era lentísimo -supongo que a 60Hz la cosa mejoraría-, la detección de impactos pésima y los movimientos eran lo más ortopédico que he tenido la desgracia de ver. Además, el que estuviera en japonés tampoco ayudaba demasiado a cogerle el gustillo, por lo que no tardé ni dos horas en devolverlo e intentar que me dejaran elegir otro. No coló -como es normal- y no volví a alquilar nada en ese sitio.

Por suerte en la ciudad quedaban bastantes sitios donde comprar o alquilar videojuegos. Prácticamente en las afueras había una pequeña tienda regentada por una rubia angelical (Rosa, creo recordar) y su marido, un chaval poco agraciado físicamente pero muy amable (y afortunado). Me parece recordar que la tienda se llamaba Telejuegos, aunque para nosotros era “La tienda de la rubia” o “telehuevos” (no recuerdo el por qué de este último apodo). He de confesar que en mas de una ocasión íbamos solo para verla a ella -estábamos con las hormonas revolucionadas-, aunque también es cierto que siempre tenían videojuegos de segunda mano a buen precio.

Fue justamente en Telejuegos donde encontré la que iba a ser mi siguiente compra de importación. Había visto la conversión de Fatal Fury en casa de un amigo antes de comprarme la Super Nintendo y me gustó bastante, y justo dio la casualidad de que lo tenían allí de segunda mano por solo 4.000 pesetas. Como no tenía un duro y estábamos en navidades aproveché para insistir a mis padres con el fin de que me lo regalaran en reyes. En esta ocasión mi madre estuvo de acuerdo desde el primer momento (la pobre siempre andaba haciendo cuentas) y fue mi padre el que no estaba muy por la labor, al ser un título de segunda mano cuya caja estaba algo sobada.

Aquel día de reyes me levanté y encontré este título como regalo. No las tenía todas conmigo, pero al final me hicieron caso y pude disfrutar de esta buena adaptación durante un montón de tiempo. Desgraciadamente lo perdí hace años, por lo que sigo buscando la versión americana -lo tengo en versión japonesa-.

Otro lugar donde normalmente alquilábamos y comprábamos títulos de importación era en la tienda que la franquicia Game Shop tenía en pleno centro de Albacete, en la que como os he dicho adquirí mi Dragon Ball Z Super butoden. Tenían una enorme cantidad de juegos PAL, pero sobre todo eran el mayor importador de la comarca. Prácticamente cualquier juego japonés medianamente interesante estaba en su catálogo.

Sabiendo de primera mano que todos los viernes recibían nuevos títulos tanto europeos como de importación era una norma no escrita en nuestro grupo de amigos el saltarnos las dos últimas clases del instituto, para así llegar los primeros a la tienda y conseguir alquilar las novedades más jugosas. Si conseguíamos algo interesante nos íbamos más que contentos a casa. En caso contrario, al menos podíamos pasar por los recreativos Rotonda para echar unas partidas.

Uno de esos días me acerqué a la tienda junto con mi buen amigo Miguel (el tío que más videojuegos importados compró en la época) y conseguimos un extraño juego de Dragon Ball Z que supuestamente acababa de llegar, aunque ya tenía su tiempo. A pesar de que Javi -un encargado simpatiquísimo con el que nos llevábamos muy bien- nos advirtió que era difícil de jugar porque estaba en japonés no nos lo pensamos. Ese viernes alquilamos Dragon Ball Z Chou Saiya Densetsu

Javi tenía razón cuando nos dijo que era difícil de jugar. Nos costó un poco entender el sistema de cartas. Pero el conocer la historia al dedillo nos facilitó mucho la tarea, y aquel fin de semana lo pasamos en grande lanzando kames, surcando los cielos y reviviendo las batallas más épicas del conocido manga. No logramos terminarlo (creo recordar que nos quedamos atascados justo antes del combate contra Freezer) pero dimos por bueno el tiempo invertido. Aunque costaba “solamente” 9.000 pesetas ninguno de los dos tuvo intención de adquirirlo. Pensábamos que ya le habíamos sacado todo el partido que podíamos sacarle.

enter>
Precisamente en ese Game Shop es donde sufrimos uno de los momentos de iluminación más grandes que hemos vivido en toda nuestra historia como jugones. Cansados ya como estábamos de jugar a mi Dragon Ball Z Super Butoden, una fría tarde de otoño salimos a dar un paseo y nos acercamos a dicha tienda antes de ir a los recreativos. No podíamos creer lo que veíamos. Dragon Ball Z Super Butoden 2 ya estaba a la venta, y en Game Shop lo tenían ahí, listo para echar unas partidas. Os puedo asegurar que nada me ha hypeado más en toda mi vida. Todo era perfecto: gráficos muy superiores, velocidad, espectacularidad, nuevos movimientos…y sobre todo Broly, la bestia parda que todos queríamos manejar.

Ahorré mucho dinero, trabajé barriendo el taller de mi padre, vendí un par de juegos para poder costeármelo…pero mis padres no me dejaron comprarlo. Y es que las 27.000 pesetas que costaba era una cifra demasiado elevada, como así me hicieron entender. Por suerte, Miguel tuvo mejor suerte en su intento, y entre él y su hermano Jose compraron esta maravilla que todos disfrutamos durante meses. Los torneos de artes marciales en su casa fueron épicos, llenos del drama y discusiones típicas de la edad (“haces siempre la misma técnica”, “me arrinconas y no me dejas jugar”). Pero sobre todo nos encantaba su modo historia, ya que no conocíamos la historia que se contaba ni a la mayoría de personajes que la protagonizaban, lo que nos llevó a crearnos nuestras propias teorías (recordad que entonces no había internet).

Un tiempo después, Javi trajo la continuación de este título, Dragon Ball Z Super Butoden 3. Aunque había mucha expectación con respecto a este juego (todavía se sabía poco acerca de la saga de Buu en nuestro entorno) y  estaba bastante bien realizado, no nos hizo demasiado tilín. Entre que los personajes no nos resultaban atractivos y que carecía de modo historia no terminó de convencernos a ninguno. Pero sobre todo no nos convencía el “nuevo precio” que había que pagar por este título: ¡32.000 pesetas! . Ninguno de nosotros lo adquirió, aunque lo alquilamos un par de veces para hacer nuestros típicos torneos de las artes marciales.

Llegados a este punto del artículo no puedo pasar por mi adolescencia como gamer sin hablar de una de las experiencias más gratificantes que vivimos por aquellos años.

Una nueva tienda de videojuegos abrió por nuestro barrio, y desde el primer día tuvimos muy buen rollo con Gloria y David, los dos encargados. Tal fue nuestra amistad que nos eligieron como “gurús” de la tienda. Nosotros les decíamos lo que tenían que comprar, lo que se iba a vender y lo que no. Como era de esperar, teníamos trato de favor en todos los sentidos (alquileres gratis, descuentos a la hora de comprar juegos) y encontramos en aquella pequeña tienda un lugar de reunión donde conversar y poder echar unas partidas a otras máquinas como Mega Drive (Sega Genesis) o NES. Para nosotros fue como un pequeño club de reunión en el que jugar y divertirnos.

¿Y por qué hablo ahora de esta tiendecita llamada Albagames? Pues porque se convirtieron en nuestros importadores personales. Si queríamos un juego de otra región, mejor comprárselo a nuestros amigos que a la competencia. Estaba más cerca de casa y siempre nos permitían comprar los juegos “a plazos” (este mes te doy 5.000 pesetas y el que viene el resto).

En esta ocasión fui yo el que inició el tema de las importaciones con nuestros amigos de Albagames.  Hacía tiempo había visto en una preview de cierta revista un título que llamó poderosamente mi atención. Aunque no era seguidor acérrimo del género RPG me había encantado The Legend of Zelda: A Link to the past, y la mecánica jugable del título comentado era muy similar. Pero sobre todo me cautivó la idea de poder jugar tres jugadores simultáneamente.

Aprovechando el dinero recaudado tras un cumpleaños y la “línea de liquidez sin condiciones adicionales” que mi padre me ofreció lo encargué. Costaba 14.000 pesetas, pero me lo terminaron vendiendo por 10.900. Este título era Secret of Mana, uno de los mejores videojuegos a los que he tenido la suerte de jugar. Recuerdo perfectamente conectarlo a la consola por primera vez y escuchar esa grandiosa melodía. Sabías que estabas ante algo muy grande. Épico. Diferente. Y una vez llegabas al punto en el que podías compartir aventura con dos compañeros más te dabas cuenta de que habías invertido bien el dinero.

Pero si mi compra resulto buena, la siguiente que hizo Miguel superó todas nuestras expectativas. Un día llegó a la tienda hablando maravillas de un nuevo RPG de Square, que decían era lo mejor que había salido hasta el momento y cuyos diseños habían sido realizados por Toriyama.  Le pidió a David que lo consiguiera y que se asegurara de comprar también una copia para la tienda, porque lo iba a querer jugar todo el mundo.

El elevado precio del juego (24.000 pesetas que se quedaron en 20.000) hjzo que David solo encargara la copia para Miguel y no comprara ninguna para la tienda.  Sabiendo que Miguel era el que más idea tenía de todos nosotros debió haberle hecho caso, ya que a posteriori le fue imposible encontrar otra unidad. Y es que Chrono Trigger es, como todos ya sabéis, uno de los mejores títulos de la historia en su género.

A mi la verdad es que la idea no me seducía demasiado. Yo era más de Action RPG y el sistema de combate por turnos solo me había convencido en aquel Dragon Ball Z Chou Saiya Densetsu. Pero Miguel insistió tanto en que tenía que jugarlo a toda costa que harto de oírle se lo pedí prestado un fin de semana. Y ahí me enamoré completamente de una historia increíble, llena de matices y sorpresas, y un juego abierto como nunca antes había visto. Me caló muy hondo, y mucho tiempo después logré adquirirlo por 100 euros, casi tanto como pagó el visionario de mi amigo en su momento.

Desgraciadamente, todo en esta vida tiene un final. Albagames cerró un par de años después ante un desafortunado cambio en la dirección del negocio. Nosotros nos íbamos distanciando poco a poco por las causas propias de la madurez y yo a nivel personal estaba más interesado en el mundo del PC, dejando de lado las consolas de videojuegos.

Miguel por su parte siguió con su Super Nintendo y terminó adquiriendo una PSX y una Nintendo 64. Sorprendentemente, un día me comentó que iba a importar un último juego para su Snes. ¿Por qué comprar un juego carísimo para una consola que prácticamente ya no utilizaba en lugar de comprar un par de juegos para sus flamantes nuevas máquinas? Sencillamente, porque era otro juego de Dragon Ball.

Así, Miguel pagó 32.000 pesetas por Dragon Ball Z Hyper Dimension. El problema llegó a la hora de probarlo, ya que con su vetusto adaptador (creo recordar que un Honey bee) no lograba hacer funcionar el juego. Evidentemente desilusionado me llamó para ver si podía acercarme a su casa con mi Fire FX para probar si había algún problema con el juego o solamente era el adaptador. Por suerte con mi adaptador funcionó perfectamente, así que pudimos echar unas últimas partidas que todavía guardo en mi memoria con mucho cariño. No me terminó de convencer demasiado el juego en su momento, acostumbrado como estaba al split screen, pero algo me decía que sería una de las últimas veces que haríamos una reunión de ese tipo, por lo que disfruté y mucho de los combates en modo versus y de los chascarrillos y bromas junto a un gran amigo.

Y aquí se acaba este extenso artículo sobre lo que significó para mi la importación de videojuegos en la época de los 16 bits. Espero que no se os haya hecho muy pesado y que alguno se haya sentido identificado con mis vivencias, que posiblemente sean muy parecidas a las vuestras. Con vuestro permiso ahora voy a sacar de la funda mi Dragon Ball Z Super Butoden para hacerme el modo historia una vez más, mientras recuerdo con cariño las tardes de vicio con Miguel, Vicen, Juanfran, Jose, Gloria y David.  Este artículo va por vosotros chicos :-)

Artículo escrito por imsai8080 (@Imsai_8080) de El Palacio de Silicio