El recuerdo de la casa vacía aún me produce tristeza. Rememoro las paredes desnudas, los muebles desmontados, las cajas apiladas, todo acumulando polvo. Y la terraza desierta y silenciosa sin el alegre maullido de fondo.
Recuerdo mis proyectos para decorarla, siempre en espera de conseguir los fondos necesarios. Pero los ratos dedicados a esos sueños me llenaban de ilusión y entusiasmo, disfrutaba tanto como si realmente los hubiera materializado. Pensaba en los colores, en las telas, en todos los detalles, medía los huecos una y otra vez, lo anotaba todo. No me enteraba del tiempo que pasaba. Fluía. Era mi casa, algún día estaría tan bonita como la imaginaba. Entretanto, con lo que tenía a mano inventaba lo que podía para hacerla acogedora. Y bastantes veces lo lograba. Aquellos ratos eran deliciosos.
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