Mis recuerdos
Creo que no tengo mucha memoria, porque a pesar de llevar viviendo en el mismo barrio desde la infancia, me falta la capacidad para recordar con exactitud cómo era cuando empecé a conocerlo. No llego a saber qué edificios y lugares había por los alrededores antes de que la voracidad especulativa acabase con su vieja y abigarrada estampa. Lo que si me parece recordar, cuando camino por sus calles estrechas, es haberlas visto salpicadas de casitas antiguas de una planta que se alternaban con edificios de pisos, también antiguos. Luego me queda la sensación de que desde mediados o finales de los setenta los derribos y las nuevas construcciones eran una escena cotidiana. Sin embargo, cuando veo fotos del barrio de esas fechas, soy incapaz de recordar los edificios que ya no existen o los antiguos espacios que fueron transformados o eliminados.
Haciendo memoria
Quiero hacer memoria del viejo barrio de la Prosperidad. Y en este recorrido nostálgico voy a utilizar recuerdos ajenos de lectores del Blog, de memoria más ágil que la mía, que han ido dejando en algunas entradas. Ángel y Carlos, que además me ha enviado unas fotos, emocionan con sus poéticas evocaciones. Muchas de las imágenes que ilustran estos recuerdos fueron publicadas también en diferentes posts, y otras las he tomado en préstamo a Isabel Gea, vecina del barrio durante un tiempo, que retrató algunos edificios que formaron parte del entorno de la Prospe y que han ido desapareciendo poco a poco.
Mis recuerdos del barrio de la Prosperidad comienzan con la calle de López de Hoyos, calle larga y en algún tramo sinuosa y estrecha. Esta calle nace junto al Paseo de la Castellana, en unión con la calle Pinar, muy cerca de la Residencia de Estudiantes y del Museo de Ciencias Naturales. Antiguamente fue el camino que conducía al pequeño pueblo de Hortaleza y en 1905 cambió su nombre por el del preceptor de Miguel de Cervantes que ahora lleva. López de Hoyos es para mí una calle evocadora, aunque de recuerdos vagos, dado mi carácter olvidadizo. Desde muy pequeño he vivido en las proximidades de la calle General Mola (Príncipe de Vergara) cuando todavía acababa en Francisco Silvela, muy cerca de la glorieta de López de Hoyos. Esta rotonda, que hasta 1980 se llamó de Ruiz de Alda, por el aviador famoso del Plus Ultra, marcaba la frontera de una zona que espacialmente ya no me pertenecía, pues yo vivía más arriba, junto al parque de Berlín (1967). Sin embargo, cruzando por López de Hoyos, junto a los descampados de la futura prolongación de General Mola se llegaba al entramado de calles estrechas de la Prosperidad, al norte del eje principal, que era más mi territorio, pues al otro lado de la calle también comenzaba a desorientarme. López de Hoyos era y es la calle más comercial del barrio y ahí se encontraban el mercado, los comercios más importantes y, por supuesto, los cines. Curiósamente, en los últimos años, parte del comercio ha abandonado la vieja calle comercial y se ha mudado a la calle Suero de Quiñones, mucho más modesta en dimensiones pero que le quiere tomar el relevo en actividad comercial y trasiego de gente.
Los cines del barrio
En la zona de López de Hoyos los cines mas populares eran el “López de Hoyos”, con ofertas de 2,50 ptas. los jueves y el “Covadonga” a 2,00 ptas. Algunos cahavales se divertían poniendo monedas de 5 y de 10 céntimos en los railes del tranvía y otros hacían lo mismo pero con cables de cobre de las obras, para después vender lo que quedaba al chamarilero de la calle Gabriel Lobo. Luego se iban al cine Covadonga los jueves por 2 “pelas” con cincuenta, sesión doble con derecho a Nodo. Todo ello a la altura del nº 60 de López de Hoyos y la vía del “Tranca” nº 40, apelativo del tranvía en la Prosperidad, -Quevedo a Ciudad Jardín-. Vendiendo papel en el chamarilero de Luís Vives también se podían sacar unas pesetas. (Ruper y Tinín).
Más adelante, la apertura del cine “Marvi”, en la calle Cartagena casi esquina Avenida de America, desbancó a los que salpicaban López de Hoyos. La novedad. Este cine fue en los 60 el más “moderno” de la Guindalera y la Prosperidad. Tenía programas dobles y competia con el “Oraa”, con el “Silvela“, con el “Lopez de Hoyos” y con el “Covadonga” (Ángel Alda). El cine, construido por los arquitectos Felipe Heredero y Carlos Sobrini en 1958, se mantuvo hasta 1980 y luego comenzó a funcionar como bingo -Sala América- hasta el año 2008 que cerró definitivamente. En los bajos del cine Marvi estaba la sala de fiestas “El Cisne Negro”. Luego hubo otros cines por la zona como el resucitado “Morasol”, en Pradillo, y el “Royal”, en López de Hoyos, actualmente cerrado y abandonado.
Un poco de historia
Para entender y contextualizar mejor este album nostálgico será bueno hacerlo con el apoyo de un poco de historia.
Ya desde la segunda mitad del siglo XIX algunas fincas y huertas en la Prosperidad y en la Guindalera cercanas al arroyo Abroñigal, se estaban parcelando para la venta, aprovechando que la continua llegada de gentes del campo a la capital en busca de trabajo generaban una importante demanda de terrenos para construir . Las viviendas que se iban levantando, normalmente a cargo de maestros de obra o autoconstruidas por sus propietarios, solían ser de una sola planta, de aspecto semirrural y factura tosca a base de materiales económicos. Disponían, a modo de ejemplo, de cocina, sala, gabinete y dos dormitorios. Ocupaban parcelas rectangulares, con pequeño jardín a la entrada y patio trasero. En otros casos la fachada estaba en línea de calle o camino y el jardín o huerta se situaba en las traseras de la casa. Su estilo era muy sobrio, con fachadas de ladrillo y revoco y sin concesiones artísticas, y normalmente se trataba de casas aisladas o pareadas.
El periodista y político del siglo XIX Angel Fernández de los Ríos en su obra de 1876, Guía de Madrid, se refiería al arrabal de la Prosperidad como un escaso conjunto de 19 casas nacido en 1868 en torno al antiguo camino de Hortaleza y que se había desarrollado en los últimos años en medio del más deplorable desorden de rasantes y alineaciones. En 1888 reunía 166 edificios, 3/4 partes de ellos casas terrenas, con un elevado número de corrales o patios de vecindad en condiciones de salubridad deficientes (Díez de Baldeón, 1985.).
El 5 de enero de 1890 el periódico El Día publicaba una nota que da idea de la situación socioeconómica del barrio: “Ayer, en el barrio de la Prosperidad, fueron repartidas ante el donante, Sr. marqués de Sierra Bullones, 50 chalecos de Bayona, 50 mantones y 150 mantas; socorriéndose con estos objetos a 27 familias de la Guindalera, 14 del barrio del Carmen y unas 50 de la Prosperidad. Además envió, con destino al hospital allí establecido por los señores Soto y Avilés, garbanzos, judías, arroz, tocino y una cesta con botellas de vino generoso”.
La imprenta del hospicio de la calle Fuencarral editó en 1890 una Memoria escrita por Alberto Aguilera y Velasco, Gobernador civil de Madrid, en la que daba cuenta de los “socorros y donativos realizados durante la epidemia de gripe de 1889-90″, haciendo referencia al mencionado hospital: “Durante la epidemia -dice la Memoria- se proporcionó alimento á 62.000 pobres, realizando esta piadosa distribución por su propia mano, las caritativas señoras que componen la Junta del Sagrado Corazón de Jesús. Aparte de esto inauguráronse, merced á la iniciativa particular, hospitales provisionales en los barrios extremos de Madrid, donde la población proletaria alcanza mayores cifras de existencia, siendo el primero en instalarse el de la Prosperidad, debido a la activísima gestión de los conocidos industriales Sres. Soto y Aviles, quienes no descansaron hasta ver realizada su caritativa empresa, poniendo en su realización la suma de inteligencia, de constancia y de desinterés que tan abundantemente les caracteriza. Su generosa iniciativa obtuvo bien pronto el poderoso concurso de los Sres. Montero Ríos, Cánovas del Castillo, Ducazcal, Rodríguez (D. Manuel) y Marqués de Sierra Bullones, alcanzando entre todos y con los espontáneos é inteligentes servicios de los médicos Sres. Massip y Rodríguez (D. Carlos) instalar una enfermería modelo, en la que encontraron gratuita y celosa asistencia todos los enfermos pobres del barrio de la Prosperidad, quienes seguramente recordarán siempre el gran beneficio que deben á la diligente caridad de sus conciudadanos”.
En la Memoria de 1914 para el Ayuntamiento de Madrid sobre la vivienda insalubre, César Chicote incluía a la Prosperidad entre los barrios “muy insalubres”, al alcanzar algo más de un 33 por mil de mortalidad, valor equivalente a la media de la ciudad en 1900, cuando para 1914 esta era ya de 24’5, con tendencia a seguir disminuyendo. La tuberculosis era la principal causa de decesos en la población y su propagación se debía a la densidad y especialmente al hacinamiento por falta de espacio, relacionado en general con las casas de corredor y las de patio. Además, hay que tener en cuenta que este tipo de casas solo solía disponer de una fuente para todos los vecinos y de un retrete por planta. En la Prosperidad se apuntaba el dato de mortalidad a causa de la tuberculosis de 2’79 por mil, algo por encima del 1’97 por mil de media del distrito de Buenavista -al que pertenecía la Prosperidad-, pero bastante por debajo del 4’58 por mil de la Arganzuela o del 4’97 por mil del barrio de Calatrava en la Latina. Estos datos intermedios, probáblemente fueran resultado de la escasa profusión de las casas de corredor -normalmente producto de motivaciones especulativas y que en estas zonas periféricas casi no se justificaban, ya que el precio de los terrenos y de las propias viviendas estaba por debajo de la media de la ciudad- y también de la abundancia de casas bajas con patio o jardín que en cierto modo impedían el hacinamiento.
Sergio Tomé Fernández explica en un trabajo sobre el barrio de la Prosperidad, que en las cincuenta y seis manzanas de casas correspondientes a la extensión original del suburbio únicamente pervivían, a comienzos del 2003, setenta y ocho edificios de primera generación, anteriores a la Guerra Civil, distribuidos una parte de forma dispersa por las calles del barrio, y otra parte agrupada a lo largo de López de Hoyos, donde se conserva parcialmente el antiguo frente urbano.
Con el tiempo, antes del fin de siglo XIX fue llegando el agua corriente a la Prosperidad (1894) y el transporte urbano (1893),coincidiendo con la apertura de la calle Cartagena que la unía con el barrio de La Guindalera y que se convirtió en una calle de carácter algo más señorial y elegante que López de Hoyos. De 2.087 habitantes y 394 edificios que se contaban en 1900, se saltó a 502 construcciones y algunas industrias en 1905.
Barriada de casas bajas, corralas y alfares
En la importante cartografía de 1900 realizada por Facundo Cañada López, se puede acotar fácilmente el perímetro del asentamiento original del barrio y su trama, compuesta por siete calles paralelas y doce transversales a López de Hoyos, con simetría entre ambos lados de la vía principal. Por encima de García Luna, que era la última calle delineada paralela a López de Hoyos hacia el norte, aparecen en el mapa tres calles más semiparalelas y cuatro más perpendiculares que en el futuro acabarían por integrarse en las ya existentes Marcenado, Eugenio Salazar, Mantuano y Vinaroz. Había notables diferencias de tipología en las construcciones, dándose grupos de casas exentas con jardín, villas y quintas como Villa Clara, Villa Aurora, Villa Rosa, Villa Carmen, Villa Castelo, Villa Manrique, Villa Merecedes, Quinta Concepción,etc. en la parte más cercana al Ensanche (entre Cartagena y Francisco Silvela) y en el extremo norte del barrio (por encima de la calle Luis Vives), junto con casas de corredor abiertas a uno o dos patios en las calles interiores, con mayor aprovechamiento del espacio.
Todavía hay quien recuerda como hasta finales de los sesenta, todavía había alguna familia que iba a pasar parte del verano a casa de una tía o abuela que vivía en Prosperidad. Estas casas, tan apropiadas para el veraneo, eran frescas y cómodas como casas de campo, pues tenían jardín y patio con pozo. Según parece, había bastantes de ese estilo en el barrio, que se alternaban con otras de pisos con corredor, cuyo patio interior daba acceso a las viviendas bajas.
De aquellas casas bajas y de las corralas ya no queda prácticamente ni rastro. Algunos de los pocos testimonios de casitas bajas con jardín a la entrada y patio que todavía quedan en pie se pueden ver todavía en la calle Luís Cabrera nº14 , en la calle Juan Bautista de Toledo nº16, en la calle de Zabaleta nº31, en la calle Padre Jesús Ordóñez nº8, en la calle de Vinaroz nº40, en la calle de Mantuano nº20, y lo largo de la calle de Anastasio Aroca donde hay un conjunto amplio bien conservado.
Por su parte, los edificios de más categoría situaron su fachada en la vía principal de López de Hoyos, con alternancia en el uso de ladrillo visto en estilo neomudejar y modelos más preciosistas con acabados de reboco y cierto alarde decorativo en cornisas y balcones a base de molduras. Excepcionalmente, hay ejemplos de edificios con cierta pretensión en calles interiores, como es el de la foto que se incluye en el texto, en la calle de Malcampo nº 9. También tuvo gran presencia la autoconstrucción debida en parte a los maestros de obras y albañiles, que se repartía especialmente por las calles interiores. El asilo de Cartagena de las Hermanitas de los Pobres, el de Santamarca o el colegio de Santa Matilde, del primer tercio del siglo XX, se fueron situando en los alrrededores producto de generosas donaciones de píos caudales aristocráticos, y dotaron al barrio de ciertos recursos de beneficencia. Finalmente, es de destacar el gran número de alfares y te tejares que se encontraban repartidos por todo el suburbio.
Centro Cultural y CEP "Nicolás Salmerón"
En 1933, durante la Segunda República, se añadían a la oferta educativa las Escuelas Nicolás Salmerón. El sistema pedagógico utilizado en el centro era especialmente vanguardista en la época y su nivel tan alto que llegó a ser conocido como el “Coloso de Chamartín”. También es de este periodo el Colegio Isidro Almazán, actual C.P. Luís Bello, en la calle de Luís cabrera nº 66, y el C.E.I.P. Padre Poveda, en la calle Luís Larrainza. Acabada la guerra civil y trás un periodo incierto, se convirtió en la Escuela de Mandos “José Antonio”. En su azotea se cantaba a diario, a las 9 de la mañana, el “Cara al sol”, himno que daba comienzo a la jornada académica. Con la llegada de la Democracia el local pasó a ser una delegación del INEF (Instituto Nacional de Educación Física) y más adelante quedó abandonado y fue ocupado por diferentes grupos con ambiciones más o menos culturales y artísticas. Pedro Almodovar rodó en su interior y alrrededores su primer largometraje “Pepi, Luci, Bum…” A partir de 1979, la Corporación municipal democrática, salida de las urnas, se hizo cargo del edificio y decidió rehabilitarlo. En su reconstrucción se gastaron más de 160 millones de pesetas (un millón de Euros) y en la actualidad es Colegio público del Ayuntamiento y uno de los Centros Culturales más importantes de la capital.
La primera transformación del viejo arrabal
En la posguerra la ingente inmigración a Madrid hizo que la población del barrio creciese vertiginósamente y ello se nota en el aumento de construcciones y en su tipología, adaptada a las condiciones socioeconómicas de los recien llegados. En 1955, la urbanización al norte de López de Hoyos llega ya al antiguo parque de la terminal del tranvía y la finca del conde de Polentinos, entre Sánchez Pacheco y Pradillo, en un proceso basado en la agregación de parcelaciones particulares, que origina calles estrechas -8 metros o menos-, diferencia en el tamaño de las manzanas, gran cantidad de parcelas diseminadas de tamaños muy diversos, y ausencia de espacios libres de carácter público, provocando la pérdida de continuidad de las calles y cierta anarquía en su trazado.
Casa en Pérez Ayuso, 5. (Foto: Enrique F. Rojo, 2010)
En 1949 se creo el mercado de abastos de Prosperidad con el fin de dar servicio a la cada vez mayor población del barrio, lo que estimuló la apertura de pequeños comercios de todo tipo en su entorno y a lo largo de la calle López de Hoyos, complementando así el conjunto de bienes ofertados. Por su parte, la pequeña industria y los talleres se concentraron primordialmente en la zona nororiental limitado por las calles Pradillo al norte, Nieremberg al oeste, Gustavo Fernández Balbuena al este y López de Hoyos al sur. Con el paso del tiempo esta zona industrial se va poblando y se especializa en en sectores como el farmaceútico, con cierta tradición en la Prosperidad, artes gráficas, medios audiovisuales y tecnologías de vanguardia. También proliferaron los talleres mecánicos, que encontraron un rentable espacio de negocio con la llegada de nuevos pobladores con un nivel adquisitivo elevado que podían poseer más de un vehículo por familia.
Como expone Sergio Tomé Fernández, en la década de 1970 se abriría el periodo de transformación del antiguo suburbio de una manera especialmente intensa. La apertura de la prolongación de General Mola (Príncipe de Vergara), la inauguración en 1972 de la línea 4 de metro (Diego de León- Alfonso XIII), y la creación de la M-30, supusieron un aumento formidable de la accesibilidad del barrio y su acercamiento al centro de Madrid, cada vez más próximo debido al propio crecimiento urbano de la capital hacia las antiguas periferias. También habría que incluir la apertura del tramo de la línea 9 de metro (Pavones-Herrera Oria) en diciembre de 1983, con estaciones en Avenida de América, Cruz del Rayo y Concha Espina, recorriendo bajo tierra el trazado de la prolongación de General Mola.
Las nuevas construcciones en la Avenida de América, al sur y en Príncipe de Vergara, al oeste, delimitan el viejo caserío de la Prosperidad y ejercen su influencia al atraer nueva población a la zona, con un perfil socioeconómico también nuevo. Se produce, en especial a partir de mediados los 80, una revalorización del suelo que se traduce en la veloz ocupación de los solares vacíos y en el derribo de gran parte de las construcciones antiguas, levantándose nuevos edificios que, aunque corrigen los problemas de alineación, superan en altura las viviendas originales, provocando cierta sensación de ahogo en las estrechas calles del barrio. En este periodo las demoliciones se ejecutan casi contemporáneamente por todas partes, empezndo por los talleres o pequeñas fábricas y continuando por las casas bajas con patio o jardín, cuyo derribo permitía aumentar notablemente la intensidad del uso del suelo y, por consiguiente la densidad residencial.
En cuanto a la dinámica demográfica, 1971 la Prosperidad rondaba los 36.000 habitantes. En 1978 eran ya 38.500, y en 1983 la cifra bajó a 37.900. Este leve descenso pudo deberse al notable descenso de la natalidad, que afectaba a todo el estado español en general, y también a la disminución de la llegada de nuevos vecinos. A pesar de que seguía aumentando la capacidad de alojamiento gracias a los nuevos edificios que se levantaban, muchos de ellos permanecían vacíos y no se compensaban las pérdidas poblacionales producto de los decesos de una población envejecida y por la salida del barrio de las generaciones jóvenes que buscaban alojamiento en las nuevas periferias, más económicas.
“Elitización” del barrio
Por otra parte, el deterioro del parque inmobiliario y el envejecimiento de la población originaria propició a lo largo de las dos últimas décadas del siglo XX el desarrollo de un proceso de “regeneración” que se tradujo en un encarecimiento generalizado, perceptible tanto en el ámbito inmobiliario como en el del consumo asociado a la “bolsa de la compra”. Pero también la elitización del barrio, con su perverso poder de segregación de clase, se hizo presente a través de la presión inmobiliaria, primero de forma selectiva a favor de los espacios que limitaban el barrio (Clara del Rey, Alfonso XIII, Príncipe de Vergara y avenida de América), después ya más uniformemente hasta cobrar cierta homogeneidad en el precio del suelo y de la vivienda. Así que, por una parte los promotores -empresas o particulares ligados a la propiedad- hacían lo posible por especular derribando viejas casas y construyendo nuevas viviendas por lo general de cierto lujo, que atraían al barrio a una población joven de clase media con importantes recursos económicos; y por otra parte, las construcciones antiguas una vez vacías por deceso de sus propietarios o antiguos inquilinos se alquilaban, muchas veces en mal estado de conservación, a familias de inmigarntes extranjeros, por lo general procedentes de República Dominicana y en menor medida de Ecuador, China, Marruecos y Rumanía, a precios altos no acordes al tamaño y a la categoría de los inmuebles. De manera que el barrio pasa en poco tiempo a alojar a los vecinos de toda la vida, a los nuevos que ocupan las viviendas más recientes y que poseen un nivel adquisitivo superior, y a los inmigrantes, que se movían en niveles de renta inferiores, por debajo de la media.
Recuerdo 1: “El Ultramarinos del señor Glicerio” (por Ángel Alda)
“De niño mi madre me mandaba bajar al ultramarinos del señor Glicerio, en Francisco Silvela 108, la “casa de cartón”. Chaquetiila y camisa blanca, corbata de color indefinible, mandil de rayas grisáceas. Libreta para apuntar la deuda de cada vecino. Se pagaba a final de mes o cuando se podía. Balanzas, guillotina para el bacalao, papel de estraza. Aceite por cuartillos, azúcar por libras, onzas de chocolate. Medidas de otros tiempos. Sacos de legumbres, lentejas que había que revisar por la noche sobre el hule de la mesa para eliminar piedras y otros seres invitados, antes de ponerlas en remojo.
Embutidos colgados de largas perchas. Botes apilados y alineados con todo tipo de caramelos a granel. Cajas abiertas con arenques. Latas redondas y grandes de escabeche.
Los supermercados llegaron mas tarde. El primero que conocí se llamaba Hungaria, en la esquina de Bejar con Francisco Silvela. Decían que el dueño era Puskas. Aquello fue la revolución. Comercios en los que tú mismo te servías.
Allí empezó la ruina del comercio tradicional. Del ultramarino, pero también de la carnicería de barrio, de la frutería. Cayeron una detrás de otra la frutería de la señora Aurelia, la lechería del padre de mi amigo Gonzalo, la casquería- quien sabe hoy día que era una casquería-. La carnicería de los gordos Panizo de la Avenida de América.
Hoy las calles del centro y de muchos barrios se llenan de tiendas de chinos. Parece que solo el aguante de los orientales, el trabajo en familia y las muchas horas de apertura permite el sostenimiento de las tiendas de barrio. Todo el espacio se puebla de tiendas franquiciadas, de establecimientos de hostelería, parece que son los únicos que se salvan del cambio en los paisajes urbanos.
Por si acaso el proceso no fuese lo suficientemente agresivo, las autoridades lo alientan mas si cabe mediante procesos de liberación de horarios, así lo llaman, liberación, que paradoja.
Aquello que distinguía los centros urbanos de las áreas residenciales metropolitanas: la existencia del pequeño comercio, hoy está en trance de extinción. Parece como si el fenómeno de los mall, de los hiper, de las grandes agrupaciones comerciales ejerciese un poder de atracción magnético y succionador de las viejas estructuras comerciales urbanas. Desaparecen los cines tanto como los ultramarinos. Y ya nuestra memoria no da para recordar los nombres de tantas desapariciones”. (Angel de Olavide)
Desaparición del tejido industrial
Edificio industrial en desuso Calle Pradillo (Foto: Enrique F. Rojo, 2010)
El vaciado industrial consecuencia de la progresiva desaparición del tejido industrial y la renovación posterior del uso de estos nuevos espacios urbanos, está generando la transformación física y social del barrio, lo que también afecta a las relaciones sociales, entre vecinos, por cuanto atraen a nuevos residentes con carácterísticas socioeconómicas diferentes. En realidad, se trata de una tendencia generalizada en Madrid, que expulsa la industria del interior de la ciudad hacia la periferia y el extrarradio en áreas diseñadas exclusivamente para desarrollar la actividad fabril o industrial –polígonos industriales-, al tiempo que dificulta la permanencia de aquellas industrias que por sus características encajaban bien en zonas que admitían usos distintos al estríctamente industrial. En el caso de esta mínima zona industrial de la Prosperidad, las empresas han convivido sin conflicto con las áreas residenciales, fundamentalmente por el tipo de actividad no invasiva que venían desarrollando. En cualquier caso, motivado por condicionantes especulativos, la norma viene siendo desde los últimos veinte años la de liberar suelo, muy rentable económicamente, modificando su uso de industrial a residencial. (Ver Desindustrialización y transformación urbana).
Entre las empresas o talleres que constituían la malla industrial dispersa de la Prosperidad hasta el último tercio del siglo XX se encontraban los Laboratorios Galján-Productos farmaceúticos Nacionales S.A. en López de Hoyos 69, junto al antiguo cine López de Hoyos (1920), que fue derribado en 1968 y que dejó un solar de 609 m2., en el que se construyó un edificio de viviendas; Orfebrería y cubiertos S.A., en Luís Vives, 11. Se derribó en 1981 dejando un solar de 533 m2. dedicado a viviendas. En García Luna, 12, se encontraba Manufacturas médicas, S.A., derribado en 1982, dejando un solar de 347 m2. para viviendas. En en Vinaroz nº 16 estaba Productos Químicos y farmaceúticos Abelló (1925), derribado en 1976 se levantaron sobre un solar de 8.188 m2, 330 viviendas que ocupan un total de 35.0226 m2.
Edificio industrial en desuso Calle Pradillo (Foto: Enrique F. Rojo, 2010)
Entre las industrias desaparecidas o trasladadas en tiempos más recientes, que también han liberado suelo para construir viviendas, se encuentran las ubicadas en la referida zona nororiental, limitada por las calles Pradillo al norte, Nieremberg al oeste, Gustavo Fernández Balbuena al este y López de Hoyos al sur. En la calle López de Hoyos 153, en 1994 por traslado de la fábrica de lácteos Danone a Tres Cantos, se derribó el edificio que ocupaba para la construcción de viviendas. Almacén de Tabacalera Española, situado en Sánchez Pacheco 3, derribado en los años 90 y con el solar sin uso hasta el momento. En 2004, Laboratorios Normon, Nieremberg nº 10, deja sus instalaciones por traslado a una nueva sede en Tres Cantos. Se esta procediendo a su transformación en viviendas. Timbrados y Papeles, S.L., en la calle Sánchez Pacheco, derribado el edificio en 2008 y actualmente en fase de construcción un edificio de viviendas. Microelectrónica Española, calle Pradillo nº 36, abandona su sede y tras su venta se procede a la demolición en septiembre de 2011, presumiblemente para edificar viviendas de lujo. También el diario El Mundo, en la calle Pradillo, bandonó su antigua sede por traslado y hasta el momento el edificio se encuentra vacío. Además de estas empresas, se pueden encontrar algunos edificios más en los que la actividad es escasa o nula y presumíblemente acaben por derribarse con el consiguiente cambio de calificación de los solares resultantes.
Etapa final en la transformación del barrio
Patio Interior viviendas en Luís Vives 13. (Foto: Charlotte Vorms, 2000)
Sobrepasada ya la primera década del siglo XXI el barrio de la Prosperidad parece estar en la fase final de su transformación, comenzada a mediados de los 70. “En las cincuenta y seis manzanas de casas correspondientes a la extensión original del suburbio únicamente perviven, según recuento efectuado a comienzos del 2003, setenta y ocho edificios de primera generación, anteriores a la Guerra Civil. La distribución física de esos elementos heredados es dispersa, puesto que solamente forman conjunto en la calle López de Hoyos, donde se conserva parcialmente el antiguo frente urbano. Hay agrupaciones secundarias en ejes inmediatos a aquella vía, General Zabala y Malcampo, así como una representación significativa en las calles Luis Cabrera, Juan Bautista de Toledo y Mantuano”. (Sergio Tomé Fernández. Vivienda y clase: La Prosperidad, el suburbio histórico en el Madrid actual).
La acción destructiva ejercida sobre ellos seguía siendo intensa durante el primer lustro del siglo XXI, si bien la crisis de la construcción y la subsiguiente crisis económica ha ralentizado el proceso hasta casi paralizarlo. En los últimos años se asiste a ejemplos de derribos con preservación de fachadas, como es el caso actual del edificio en López de Hoyos con vuelta a Juan Bautista de Toledo cuya fase de ejecución se encuentra de momento detenida, habiéndose procedido solo al derribo y al apuntalamiento de los muros de fachada; el edificio de Luís Cabrera 26, al que se le ha añadido una altura; o la reconversión en lofts del edificio de Quintiliano 6 con vuelta a Luís Cabrera. Este tipo de iniciativa tuvo un antecedente en antiguo Asilo de las Hermanitas de los Pobres en Cartagena con vuelta a López de Hoyos, cuyas ruinas se recuperaron para levantar un centro residencial de la tercera edad de alto nivel, actualmente en funcionamiento.
Frente a Lacazette estaba el Cine “López de Hoyos” y más abajo estaba “El Arca de Noe”, allí había de todo. Una curiosidad: como los tranvias circulaban pegados a las aceras, para permitir la fácil subida y bajada de viajeros, los vehiculos aparcaban en el centro de la calle. Entonces la calle López de Hoyos tenía tres carriles; despues la ensancharon (León Sanz). Frente al Cine Lopez de Hoyos, se encontraba la la taberna Casa Emilio , también habia un cuartelillo de la Guardia Civil en la calle Cardenal Siliceo. En esa zona, a lo largo de la calle, estaban también Almacenes Arias, el Cine “Covadonga”, Bar “La Estecha”, “Pasteleria Mauro”, “Cafeteria Dos Pasos”, “Drogueria Hidalgo”…, algunos de los negocios que ya no existen (Chi). Algo más abajo, hacia Alfonso XIII y en la acera del mercado, había una camiseria “Pintado”, más abajo todavía una papelería y librería, luego “La Ostrería”, y luego en un esquinazo, en un local con poca fachada no se si habilitaron una biblioteca pública. En los años 58 al 66 la acera de los pares era un lio, al estar las casas nuevas retranqueadas para ensanchar la calle, y las viejas más salientes. A lo que había que sumar el inteso tráfico, primero de tranvias, autobuses, coches y camiones. Luego quitaron los tranvias, y asfaltaron la calle con brea, dejando debajo los railes tranviarios, que todavía continúan ahí (León).
Recuerdo 2: Mi casa en “la Prospe” (por Carlos Moreno)
“De niño viví en la Prosperidad, en la calle Constancia 44, más tarde 52, concretamente en lo que mucho tiempo después supe que se trataba de una “ciudadela”, las 4 viviendas que fueron de los obreros de una antigua tejera, más la que debió de ser la del capataz, todas ellas agrupadas en torno a un patio central. La del capataz la única con un váter propio, las demás con uno comunal, una especie de caseta con una puerta de madera y una ventana para ventilación, y en el suelo, una taza turca. Viviendas asimismo muy humildes, pero un pequeño progreso respecto a mi antigua casa en la Guindalera: al menos teníamos agua dentro de casa”.
La primera vivienda, la que aparece señalada como principal, era más grande que las otras y tenía un WC propio, por lo que deduzco que en su día debió ser la del dueño del taller o bien la del capataz. Las otras eran todas diminutas, más o menos de igual tamaño. En el centro del patio interior había una tapa de alcantarilla (“el pozo”) y una rejilla de sumidero. Mi casa sería la 2, justo la de la esquina superior izquierda. En el edificio de dos plantas de la imagen anterior coloreada vivía el que durante muchos años fue mi mejor amigo, y compañero en el colegio“Isidro Almazán”, actual “Luís Bello”, cuyo nombre era Juan Carlos, pero no recuerdo el apellido. Era hijo único y vivía con sus dos padres y su abuelo, que era quien regentaba una carpintería instalada en la planta baja, donde también trabajaba el hermano de éste. El padre de Juan Carlos trabajaba en el Parque Móvil de los Ministerios, no sé si como mecánico, y la madre se dedicaba exclusivamente a tareas domésticas. Su nivel de vida era ligeramente más alto que el nuestro.
En el número 44 (creo recordar que en algún momento hubo un cambio de numeración en la calle) había 5 viviendas. En la principal vivía una señora de cierta edad con dos hijos varones adultos pero jóvenes. En la vivienda 1 vivía un matrimonio con sus hijos: el padre, albañil de Ávila (tenía un hermano en la Policía Armada), su mujer, extemeña; una hija llamada Guadalupe; un hijo llamado Demetrio, ella adolescente y él joven; también una abuela, siempre vestida de negro y con unos pendientes negros y redondos, similares a los que se pueden ver en las fotos de La Pasionaria, de hecho su rostro no se parecía al de ella, pero sí su aspecto general.
En la vivienda 3 vivía un matrimonio muy anciano: la señora Juana, muy obesa y también con moño, como la abuela anterior; y su marido, el señor Rafael, antiguo carpintero ebanista que aún conservaba algunas herramientas en aquel lugar oscuro. Recuerdo que siempre llevaba pantalones de pana sujetos con una correa de cuero, o bien un peto. Y ambos siempre con alpargatas o zapatillas.
En la vivienda 4 vivía otro matrimonio, pero de nivel económico mayor que los anteriores. Él se llamaba Eusebio y era tranviario, hasta que se jubiló. Su mujer era una señora de pelo blanco y aspecto muy agradable cuyo nombre no recuerdo. Tenían hijos ya independientes.
Aquí se me puede ver a mí en el patio interior de la ciudadela. En el suelo se ve el registro de la alcantarilla. Al fondo a la derecha aparece el servicio con dos ventanucos. El de la izquierda es el comunal, y el de la derecha pertenece a la casa principal. Al otro lado de la tapia, el taller alfarero. A la derecha de la imagen se entrevé el pasillo que permitía la salida al patio exterior y a la calle.
Y por último estaba la vivienda 2, que era en la que vivía mi familia, mi padre, mi madre, mis dos hermanos y yo. Verdaderamente muy poco espacio para tanta gente. En el dormitorio más cercano a la puerta de entrada dormía mi hermana, ya adulta. En el segundo dormitorio había una cama grande y otra plegable. En la grande mis padres, y en la plegable mi hermano y yo, todavía niños. La habitación de mi hermana poseía una ventana que daba al patio, la otra tenía otra que daba al solar de la parte trasera, donde se podían ver grandes tinajas enteras y fragmentos de ellas, así como algunas tejas apiladas, pero no recuerdo que hubiera actividad alguna, simplemente cuando el taller alfarero cesó su actividad allí debió de quedar todo aquel material. Al mismo solar daba la ventana, tan pequeña como la anterior, de la cocina, que contaba con un fregadero de piedra (“la pila”) y una cocina de carbón. En el comedor había una mesa, unas cuantas sillas y un aparador. En una repisa, una radio. Con el tiempo compramos nuestro primer televisor, un Vanguard que vendía un vendedor a domicilio, ofreciendo toda clase de facilidades de pago en cómodas letras. Recuerdo que eso fue en el año 64, porque se podía ver a Franco con aquello de “25 años de paz”.
En el suelo, justo debajo de la mesa del comedor, había una trampilla que se podía levantar. Para mí fue durante mucho tiempo un lugar misterioso e inquietante. Las pocas veces que ví a mi padre abrirla y descender por una escalera de madera, apenas me atrevía a mirar. Pasados los años, ya con más edad, me atreví a descender para ver qué había: muchos trastos y un banco de zapatero, una ocupación ocasional de mi padre nada más terminar la Guerra Civil, no estaban los tiempos como para comprar zapatos. Recuerdo que por las noches sentíamos ruidos como de rascar: eran las ratas, que también andaban de vez en cuando por el patio, salidas de la alcantarilla. Todas las ventanas del conjunto tenían alambreras, y los repechos cubiertos por una chapa de zinc. Cuando la carga de la parte inferior de la pared externa se desprendía o agrietaba, era mi propio padre quien preparaba cemento y lo aplicaba con una llana para repararla, bajo mi atenta mirada. Él trabajaba en la fábrica de relojes J.G. Girod, en la calle Porvenir, creo que perteneciente a La Guindalera. Recuerdo que durante mucho tiempo mi madre acudía a esa fábrica a llevarle la comida con una tartera, acompañándola yo en alguna ocasión. Y también recuerdo a mi padre ataviado en época de frío con un chaquetón de cuero oscuro que pesaba una tonelada. En el horno de aquella cocina de carbón era donde mi madre asaba boniatos.
El conjunto lo completaba un servicio comunal, para todos los vecinos salvo para la casa principal, que contaba con el suyo propio. En alguna de las fotos se pueden ver los dos ventanucos juntos. Tenía una taza turca, un pequeño lavamanos una cisterna con cadena y una puerta de madera pintada de gris. Entre este WC y la vivienda 4 había una pequeña tapia, a cuyo otro lado estaba el taller alfarero que no sé si era el mismo de la parte posterior.
Recuerdo 3: Sobre el “canalillo” (por León Sanz)
En principio el ramal del Este del Canal de Isabel II, terminaba justo antes de cruzar la calle de López de Hoyos, después de cruzar la calle Azcona y Marqés de Monteagudo. Antes de su final tenía varios rebosaderos, tres o cuatro, por los que salía el agua cuando llevaba mucho caudal o cuando había poco consumo. Estos rebosaderos consistian en un rebaje de la pared del lado Este, podían ser unos diez o doce centimetros,lo que permitía salir el agua en dirección al Arroyo Abroñigal, que discurría a un nivel inferior, y era aprovechada para regar las huertas que había en las inmediaciones.
Arturo Soria batalló con el Canal de Isabel II para conseguir que se prolongase el Canal hasta las inmediaciones de la parte de atrás de la fabrica de Pan de Viena “La Luna”. Al final lo consiguió la CMU, y además logró aumentar el caudal que tenía contratado con el Canal, que servía para suministrar agua a la Ciudad Lineal, a través de la casa de máquinas.
A la altura del Parral, es decir en la Gindalera antes de cruzar la Avenida de América tenía una sección en forma de trapecio. Podía tener unos 90 centimetros la base superior y 75 la inferior, la altura podía ser de unos 40 centimetros.
Para controlar la velocidad había unas pequeñas presas de madera móviles, que se subían o bajaban por un torniquete, según el caudal. En esta zona las paredes estaban recubiertas de cemento liso, y era frecuente ver unos insectos que se conocían como aclara-aguas o patinadores que se delizaban sobre la superficie del agua.
Este tramo solía estar vallado con alambres de espino. (León Sanz)
En el espacio libre dejado por el bloque derribado rápidamente se comenzó a construir. En su solar se levantó la nueva Junta Municipal de Chamartín y el Centro Sociocultural Juvenil “Luís Gonzaga”. En frente, uno de los edificios que se proyectaron ocuparía el número 133 de Príncipe de Vergara. Recuerdo que cuando el bloque se encontraba ya en su fase final, con todos los pisos construidos, una mañana de tormenta que seguía a una noche de vientos furiosos y abundante lluvia, la grua de la obra se desplomó sobre la calle matando a una persona. El País lo contaba así: “De todos los accidentes que el viento provocó en la ciudad, el más importante sin duda fue el que tuvo como escenario la calle del Príncipe cle Vergara. En el número 133 de la citada calle, cerca de su cruce con la calle de López de Hoyos, se está construyendo un edificio de viviendas de lujo denominado Pronor- 2. Poco antes del mediodía, una de las grúas utilizadas en la construcción, de aproximadamente treinta metros de altura, se desplomó por acción del viento y fue a caer sobre la calzada, hasta apoyarse en el edificio situado al otro lado, en el número 130, donde tiene su sede una entidad aseguradora. En su caída aplastó un coche que estaba estacionado y otro que circulaba por la calle. En el interior del segundo de los vehículos citados se encontraba Carlos Villacastín Ayuso, de 33 años, padre de cinco, hijos e ingeniero de Profesión, quien resultó muerto en el acto. Era cuñado del vicerrector de la Universidad Complutense, Salvador Rivas. Los bomberos, que acudieron al lugar dotados con una potente grúa, tardaron algo más de una hora en conseguir retirar el armazón de la grúa desplomada para rescatar el cadáver de Carlos Villacastín.”. (El País, 31/12/1981)
Recuerdo 4: “Juegos de un niño de barrio del Madrid de 1955 a 1965″ (por Ángel de Olavide)
“Éramos los primeros niños con una dieta razonable, pocos años hace que ha desaparecido la cartilla de racionamiento. Nos daban leche en los colegios. Leche que mandaban los americanos. Recuerdo unas botellitas con la boca ancha cubierta con aluminio. El Vitacal, un sucedáneo de chocolate que contenía calcio, que permitía el escatológico lema aquel de “chaval toma vitacal que el culo te huele mal” formaba parte de la dieta callejera de entonces; era junto con los caramelos Saci, el paloluz y los polos de agua las chuches de entonces. También fuimos los primeros niños que tomábamos yogures de la marca Danone por supuesto. Y hasta jamón de york. Pero en cuanto a juegos me temo que éramos absolutamente dependientes de la creatividad de las escuchimizadas generaciones anteriores”.
Si nuestros padres o hermanos mayores jugaban al pídola, nosotros lo hacíamos al dola. El dola era posiblemente el juego deportivo mas practicado en aquellos años. Un chico hacía de burro y por encima de su cuerpo doblado saltaban los demás practicando toda suerte de golpes siguiendo las instrucciones de la “madre”. El lique, la taba, el doble lique, la culada, etc. Eran golpes con el pie en el trasero del burro o caídas sobre el cuerpo del pobre burro. Según se alargaba el juego el salto sobre el burro había que practicarlo desde mas lejos lo que provocaba que de salto en salto cada vez hubiera mas burros que saltadores. Había algunas variantes. A veces los burros se fijaban sobre la pared y el ejercicio consistía en acumularse saltadores uno encima del otro. Otras veces el salto había que practicarlo sobre un grupo de burros mas o menos largo. Recuerdo algún pareado con el que se acompañaba el juego. A la una anda la mula, a las dos anda el reloj, a las cuatro salto, a las cinco brinco…y así.
Si el dola era un juego practicado en exclusiva por los varones, tengan ustedes en cuenta que los colegios de entonces no eran mixtos, existía un juego que se practicaba por niños y niñas. Era el juego del pañuelo. Los equipos se formaban por jefes de fila que elegían por turno, previamente definido por el viejo procedimiento de echar pasos, aquello de oro, plata, monta y cabe. En el centro un niño mantenía un pañuelo en el brazo extendido. Desde cada uno de los lados y a una distancia de unos veinte metros mas o menos, saltaban los competidores de turno. El asunto consistía en arrebatar el pañuelo y llevárselo a tu campo sin que el adversario pudiera tocarte. No solo era cuestión de velocidad. También de la picardía de amagar y provocar que el contrario entrara en tu campo sin que tu hubieras tomado el pañuelo, cosa que descalificaba.
El “tú la ligas” era una versión de los antiguos juegos de alcance y contacto. La cosa consistía en evitar que nadie te tocase antes de llegar a tu refugio. Si eras alcanzado te convertías en cazador. No tiene mucho que explicar. Creo que en versiones mas o menos brutas sigue siendo practicado por niños de todos los países y todas las edades.
Los cromos. Creo que fuimos la primera generación en coleccionar cromos. De futbolistas, de ciclistas, poco mas. Pero no solo la cosa consistía en coleccionar las estampas. También en ganarlas por el procedimiento de levantarlas con el vuelo de la mano y ser capaces de darlos la vuelta. El golpe de la mano en el suelo, la concavidad que eras capaz de formar, el efecto que lograbas determinaba que fueses capaz de mejorar tu colección o de perderla. Por supuesto que existía el intercambio de cromos, en los patios de los colegios, en la calle, en cualquier sitio y lugar. Era como jugar a la bolsa, un bahamontes podía costar tres timoneres, un puskas cuatro Vavás.
La peonza. Echarlas a rodar. Recogerlas con la mano. Pintarlas de colores. Caparlas. Mojar la cuerda. Enhebrar la cuerda en las monedas de real para formar el tope. ¿O tengo que dar mas detalles?
Las chapas. Complejo juego que consistía en montar circuitos en la arena o en el pavimento, con sus cunetas de tierra o señales de tiza, sus puertos, curvas y rectas de meta. Había que prepararse las chapas. Tenían que ser planas, bien pulidas en el granito de los alcorques. En el fondo se colocaban recortadas fotos de los ciclistas del momento o banderas nacionales. Luego una tapa de cristal bien troquelada y un fino cerco de masilla para sellarlas. Por supuesto que tenías que tener habilidades digitales- de las de antes de los ordenadores por supuesto- y capacidades de lograr efectos para superar las curvas mejor que tus competidores. O sea, que tenías que reunir las facultades de un ingeniero de caminos, canales y puertos mas las de hábil diseñador y un eficaz juego de muñecas y de dedos. Era el juego rey del bulevar de General Mola, hoy Príncipe de Vergara. Una versión menos común consistía en simular partidos de futbol. En ese caso las chapas llevaban fotos de futbolistas.
Las canicas y el guá. Todo consistía en meter la bola en un agujero- el guá- y desde allí poder tocar otras bolas y volver al guá. Había bolas de barro, de cristal y de acero. En el juego se ganaban o se perdían bolas. No recuerdo el valor de cada bola, creo que las de acero valían tres veces mas que las de barro. A ver si algún colega de aquella generación se acuerda.
El clavo. En épocas de lluvias se jugaba sobre el suelo húmedo a clavar sobre espacios previamente dibujados un clavo, destornillador o lima sobre el suelo. El juego consistía en ir ocupando cuadros. El juego tenia sus peligros y aun recuerdo como a un niño de la Colonia del Pilar le sacaron un ojo un aciago día. Mucho mas peligroso que todos los juegos de armas virtuales actuales.
Creo que algún niño jugaba al aro. Pero aquello de los aros nos parecía cosa de niños un tanto cursis. Puede que viese por entonces algún yo-yo y por supuesto diábolos. También se practicaban malabares con las pelotas de goma que te regalaban en Segarra al comprar zapatos. Parece que perroflautas han existido en todas las épocas. El circo no goes to the town. Esto de los circos ambulantes era mas bien cosa de los pueblos o de las ciudades pequeñas. A Madrid solo llegaban compañías como el Circo Ruso o el Americano y te tenían que llevar al circo. No recuerdo cabalgatas circenses por el barrio. Si acaso algún grupo de gitanos con la cabra y la trompeta. Deplorable espectáculo.
La taba. También se jugaba a la taba. No soy capaz de recordar como se llamaban las cuatro posturas del juego ni la jerarquía que tenían. Si creo que a la taba jugaban los niños mas golfos. Los que sin duda años mas tarde dedicarían buena parte de sus ingresos a los dados y a las cartas.
Policías y ladrones. El rey de la montaña. Juegos que aprovechaban la topografía urbana de aquellos años. Solares gigantescos sobre lo que después sería la prolongación de General Mola desde Francisco Silvela hasta la actual Plaza de Cataluña. Vaquerías abandonadas. Refugios antiaéreos de la guerra civil todavía sin clausurar. Los diversos juegos del escondite.
Y por supuesto los juegos náuticos. Por aquel barrio pasaba en superficie el famoso Canalillo. Y la “manga riega que aquí no llega”. No creo que necesite dar muchas explicaciones. O si?
Una curiosidad de aquel barrio y de aquellos años. Por los años 53, 54 y 55 llegaron los americanos de EEUU a Madrid. Una de las casas que se levantaron entonces, justo en la esquina de Príncipe de Vergara, antes Mola, con la calle Pedro de Valdivia, alojaba a personal de la base de Torrejón. Debía de ser antes de que esas personas se mudasen al Encinar de los Reyes donde construyeron una especie de réplica de los típicos barrios de chalets americanos con sus jardincillos sin cerramientos. El caso es que con la proverbial simpatía de los sobrinos del Tío Sam lograron que los niños del barrio nos aficionásemos al béisbol. Regalaban camisetas y gorras y los bates de béisbol se hicieron normal herramienta entre nuestras manos. Picher y cacher eran palabras normales en nuestro diario acontecer. Creo que durante unos meses jugabamos mas al beisbol que al futbol.” (Blog de Angel Alda, El Angel de Olavide)
Recuerdo 5: Un paseo por “la Prospe” (por Moncho Alpuente)
“Una iglesia y un mercado pugnan por dar a esta plaza entidad de plaza mayor, centro neurálgico de un barrio que siempre ha sabido afrontar con buen humor su irónica denominación, que los vecinos abrevian por la vía de lo castizo hasta dejarla en Prospe, La Prospe, con las dos pes explotando en los labios como truenos. Esta paradoja nominal acució el ingenio y fomentó la rebeldía ante el Ayuntamiento, y el diccionario de la Academia del niño prosperitano Juan José Millás, que buscó en las páginas del grueso libro la definición correspondiente al barrio en el que moraba y, al no ver por ninguna parte el bienestar y el curso venturoso de las cosas que figuraban como sinónimos de Prosperidad, aprendió a desconfiar de las promesas de los adultos y de sus presuntos conocimientos.
La Prosperidad pillaba cerca del barrio, lo circundaba en los chalés de El Viso y de la Ciudad Jardín, en los últimos bloques del barrio de Salamanca y en las últimas villas y quintas de Chamartín. La Prospe nacía como barrio mestizo en la frontera de la ciudad, sobre los terrenos de un polígono industrial cuya mejor industria sería, con el tiempo, aprovechar el terreno para edificar nuevos edificios de viviendas”.
“Esta plaza mayor de la Prosperidad parece más antigua de lo que es, de puro desgastada por el uso abusivo que hacen de ella las palomas, los niños y los jubilados que enhebran su eterna partida de naipes, ajenos al trasiego de las amas de casa que vuelven de la plaza cargadas de bolsas de plástico.
Los niños que crecieron en “La Prospe”, y con la Prospe, en los años sesenta y setenta, fueron exploradores y pioneros de los innúmeros descampados de la zona, territorio híbrido entre el campo que huía y la ciudad invasora que prosperaba para cegar sus campos de juegos con cal y canto, hormigón y ladrillo. El Gran Wyoming, guía nativo criado en La Prosperidad, recuerda los felices días del Ateneo Politécnico, una academia privada reconvertida en centro de actividades culturales, lúdicas y festivas por voluntad de su propietario, cuyo edificio cobijó actuaciones musicales de grupos de casa, locales de ensayo y una popular guardería. La oposición de dos de los hijos del mecenas generó a mediados de los setenta una batalla legal y campal que terminó como suelen terminar las buenas acciones cuando hay por me dio terrenos para especular”.
Después del “movimiento”, la “movida”, el edificio que había albergado a los candidatos a profesores de Educación Física y Formación del Espíritu Nacional, terror de aulas y patios colegiales, se transformó en un nuevo ateneo artístico y libertario, sin exclusiones, donde convivieron durante un tiempo un gimnasio de artes marciales y una sala de exposiciones,El Saco, en la que jóvenes creadores y diseñadores expusieron sin rubor sus obras primerizas, esculturas con materiales reciclados entre el dada y el arte povera, el pop art y el agit prop (agitación y propaganda). Uno de los animadores de aquellos momentos iniciales e iniciáticos fue Fernando Márquez, El Zurdo, con sus fanzines y su primer grupo,Kaka de Luxe, en el que militaban Alaska y Carlos Berlanga. También pararon por allí Los Zombis de Bernardo Bonnezzi, y los obreros especializados del Aviador Dro, y Servando Carballar, que tenía las oficinas de su sello discográfico independiente unas calles más allá, en pleno corazón de La Prospe.
Antes de que abriera sus puertas el Rock-Ola, santuario de la ”movida” en la cercana calle de Padre Xifré, junto a las Torres Blancas, en los mismos locales habían figurado otras discotecas de moda, como el primitivo Nica’s, donde hizo sus pinitos como cantante pop Camilo Sesto, al frente de Los Botines, antes de soltarse la melena como baladista meloso. La proximidad de estos antros de modernidad debió suscitar las inquietudes musicales de los jóvenes prosperitanos que se plasmaron a mediados de los años setenta con La Romántica Banda Local y más tarde con “Paracelso”, el grupo de Wyoming (Chechu Monzón) y Reverendo (Ángel Muñoz), ganadores de uno de los primeros concursos de rock organizados por un Ayuntamiento que parecía dispuesto a firmar una tregua con las nuevas hornadas provocadoras e irritantes que eclosionaban por doquier. Otro de los grupos criados en La Prospe fue Los Güevos Duros embrión también de nuevas formaciones de barriada.
La gran vía de Prosperidad es la avenida de López de Hoyos, dedicada al catedrático, presbítero y cronista don Juan López de Hoyos, que fue maestro de Cervantes y autor de la Declaración de armas de Madrid. Entre las calles que cruzan esta arteria principal, la de Eugenio Salazar destaca por su acogedora infraestructura de bares entrañables y disco-bares más ruidosos, pero no menos hospitalarios, entre los que sobrevive El Garage Hermético, dedicado a la memoria gráfica del dibujante Moebius. Algunos nativos recuerdan también bares con menos pretensiones, como Casa Leo o El Chopo que les acogieron en momentos difíciles, cuando tenían dificultades para sufragar a escote las cañas consumidas y habían de rebuscar en sus fláccidos bolsillos.
Como un transatlántico varado en el asfalto, el nuevo Auditorio Nacional de Madrid ocupa una vasta extensión en el confín de “La Prospe”, dando un barniz clásico a las inquietudes musicales de los jóvenes creadores locales. En este solar hurtado a las excursiones infantiles vio el niño Wyoming pernoctar grandes rebaños de ovejas que animaban las noches de los vecinos con sus musicales balidos.
De vez en cuando, la sufrida plaza mayor de La Prosperidad ha de soportar sobre su maltratado pavimento las botas militares de un rebaño, más bien camada, de furibundos ultraderechistas convocados por el capo Ynestrillas cuando sale de presidio, pero los prosperitanos, de insumisa estirpe, ignoran las provocaciones de estos espurios discípulos de aquellos mandos de la Escuela de Mandos “José Antonio”, sobre cuya sede edificaron en su día un efímero emporio lúdico, cultural y libertario.”
Moncho Alpuente El País-1998.
Referencias.-
Avenida de América de Madrid
Concesión Tranvía Prosperidad Guindalera 1905
Documento PDF (Memoria de Madrid)
Díez de Baldeón, Alicia
López Marsá, Flora
Historia de Chamartín de la Rosa
Ayuntamiento de Madrid, 1985
Fernández de los Ríos, A.
Guía de Madrid. Manual del madrileño y del forastero.
Edición facsímil de la original de 1876.
Ediciones La Librería. Madrid, 2002.
Pardo Abad, Carlos J.
Vaciado industrial y nuevo paisaje urbano en Madrid.
Ediciones La Librería Madrid, 2004
Tomé Fernández, Sergio
Vivienda y clase: La Prosperidad, el suburbio histórico en el Madrid actual.
Departamento de Geografía. Universidad de Oviedo
Scripta Nova REVISTA ELECTRÓNICA DE GEOGRAFÍA Y CIENCIAS SOCIALES
Universidad de Barcelona, 2003
Chicote, César
La vivienda insalubre en Madrid (Memoria)
Imprenta Municipal
Madrid, 1914
Charlotte Vorms
La urbanización marginal del extrarradio de Madrid: una respuesta espontánea al problema de la vivienda.
El caso de La Prosperidad (1860-1930)
Scripta Nova. Revista electrónica de geografía y ciencias sociales.
Barcelona: Universidad de Barcelona, 1 de agosto de 2003, vol. VII, núm. 146
Blog El Ángel de Olavide
Blog Historias Matritenses