26 de julio de 1986. El Telediario abre con la noticia de un nuevo atentado de ETA que me deja profundamente conmocionado. Hablan de dos guardias civiles asesinados y no puedo creer que uno de ellos sea Adrián, compañero de colegio durante tres años con los Mercedarios en Sarria (Lugo) y Poio (Pontevedra). Era un tipo estupendo. De esos que se hacen querer. Campechano, abierto, divertido, con una gran capacidad para el liderazgo… buena gente, en definitiva. Una persona de las que nunca se olvidan. No es de extrañar, por tanto, que su desaparición me produjera un profundo dolor y pesar. Ha transcurrido mucho tiempo, pero cuando con el paso de los años nos hemos vuelto a reunir los compañeros de entonces (Raúl, Marcelo, Alejandro, Cecilio, Isidro, Ángel, Rafa, Marcos, Julián, Cardeso, José Manuel, Fernando, Emilio, Goyo, José María, Pedro, Martín, Domingo, Valentín, José Luis, Iñaki…) siempre le hemos recordado con emoción y cariño.
Adrián González Revilla (Cillamayor, Palencia, 23-11-1957) murió asesinado junto al teniente Ignacio Mateu Isturiz tras la explosión de una bomba trampa junto a la casa cuartel de Aretxabaleta, Guipúzcoa, a 10 kilómetros de Mondragón, en cuyo hospital ingresó cadáver con la cabeza destrozada. Pertenecía al cuartel de los GAR (Grupos Antiterroristas Rurales) en Logroño. Tenía 29 años cuando ETA segó su vida. Ahora que la banda anuncia un esperanzador “cese definitivo” de la violencia terrorista, me parecía oportuno honrar su memoria, convencido de que su muerte, como la del resto de víctimas, también ha servido para derrotar a ETA.