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La adolescencia es un período de transición y preparación para los roles adultos. Es, esencialmente, una época de cambios; la etapa que marca el proceso de transformación del niño en adulto.
Se llama adolescencia, porque sus protagonistas son jóvenes que aún no son adultos pero que ya no son niños. Es una etapa de descubrimiento de la propia identidad, así como de la autonomía individual. El adolescente puede comenzar a elegir a sus amigos y a establecer diferencias en el tipo y la profundidad de sentimientos, personalizando sus afectos.
La adolescencia conlleva también la consolidación de la personalidad, proceso que culmina cuando el individuo alcanza un nivel de madurez intelectual y física suficiente como para tener una voluntad válida y plena capacidad para obrar.
La función de Recursos Humanos lleva suficiente tiempo existiendo en las organizaciones como para haber podido superar la adolescencia y madurar. En algunos casos, aunque minoritarios, así ha sido y, gracias a ello, hoy podemos encontrar profesionales de RRHH que contribuyen con su madurez profesional y experiencia a garantizar el futuro de la organizaciones.
Sin embargo, gran parte de la función de RRHH parece padecer el síndrome de Peter Pan, ya que continúa inmersa en una inacabable adolescencia profesional.
Recursos Humanos aún no ha descubierto su propia identidad y sigue jugando a sus nóminas y demás juguetes. Ese es el espacio en el que se siente cómoda porque es en el que ha crecido y el que conoce.
Tampoco ha alcanzado la autonomía que corresponde a una función adulta, porque continúa siendo ese niño inseguro que tiene miedo a sus padres. Miedo que es también el causante de que sus acciones y su discurso no sean propios sino los que deciden papá y mamá.
A Recursos Humanos, en general, le falta personalidad. Los profesionales de RRHH se imitan unos a otros, simplemente por miedo a perder la aceptación del grupo. En su pandilla, con otros profesionales de Recursos Humanos, todos son “guay”. Compiten entre ellos a juegos que a nadie más importan y hacen concursos en los que se votan unos a otros para intercambiarse premios. Su autoimagen dentro del grupo es fantástica pero fuera de él nadie les toma en serio.
Como si de adolescentes pandilleros se tratara, abusan de los pequeños pero no se atreven a rechistar ante los mayores. Carecen de discurso propio porque no tienen criterio suficiente para posicionarse en un sentido o en otro, así que simplemente repiten lo que oyen decir a sus padres.
Recursos Humanos tiene que decidir ya qué quiere ser de mayor y empezar a actuar de forma coherente con ello. La personalidad se cuaja tomando decisiones y asumiendo plenamente sus consecuencias. Hay que superar el miedo a discrepar de los padres. Hay que aprender a exponer y defender ideas como un adulto, dejando las pataletas a un lado. Hacerte mayor significa pasar a comportarte como una persona mayor.
En el momento histórico y económico actual, las organizaciones necesitan, probablemente ahora más que nunca, una función de Recursos Humanos adulta capaz de liderar el proceso de transformación de las mismas para adaptarlas a esta nueva realidad. Un proceso que no es un juego de niños.
El problema es que el tiempo se acaba. Hace mucho que Recursos Humanos se queja de lo poco que le dejan hacer y de lo mucho que haría si le dejaran. Ha llegado el momento de pasar a la acción. Hay que actuar ahora.
Recursos Humanos tiene que madurar y dejar de ser ese eterno adolescente o acabará siendo expulsado de un mundo de adultos.
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