Tres adolescentes contestan a un anuncio de una mujer madura que busca sexo. Lo que empieza como una fantasía da un oscuro giro cuando se topan cara a cara con una terrorífica fuerza "sagrada" con una agenda pendiente fatal. Caerán así en la trampa mortal de un grupo fanático religioso liderado por el predicador Cooper, personaje inspirado en la figura real de Fred Phelps, líder y fundador de la Iglesia Bautista de Westboro, comunidad con un odio extremo hacia los homosexuales.
Turno ahora para una de las películas más polémicas de los ultimos meses, no porque la historia que cuenta sea escabrosa o muestre cosas que nunca antes hayamos visto, sino porque viene firmada por un Kevin Smith -el director indie clave en los años '90- que se desmarca de sus géneros habituales, y porque se ha establecido como una de esas películas que no tiene término medio: o te gusta o la detestas, dualidad que se ha acentuado después de que Red State se alzara con el galardón de Mejor Película en el Festival de Sitges de este año 2011. En mi opinión, es una película decente que, aunque podía haber dado mucho más de sí, no es el truño infumable que muchos han visto en ella. Cuestión de gustos...
En un principio la historia parece discurrir por los derroteros clásicos del cine de terror convencional. Tenemos un trío de adolescentes que, debido a sus revolucionadas hormonas, se dirigen hacia lo que cualquier espectador ducho en el género distinguiría como una trampa muy evidente. Pero claro, ajenos a ese saber empírico que viene otorgado por largas horas fagocitando cine de terror, los chavales se meten de lleno en la boca del lobo y caen prisioneros. Hasta aquí se extiende el primer acto, apenas una tramposa carta de presentación en la que Kevin Smith intenta hacer creer al espectador que se encuentra ante una película de género convencional.
Es entonces cuando el director de Clerks (1994) y Mallrats (1995) descubre parte de sus cartas y nos muestra qué tiene entre manos: los chicos acaban de caer en manos de una congregación religiosa extremadamente fanática y fundamentalista, liderada por el reverendo Abin Cooper -tremenda actuación por parte de Michael Parks, convincente al cien por cien como líder ultracristiano exacerbado y majareta-, que se marca un sermón realmente estremecedor en el que deja bien claro su aversión hacía los homosexuales y somos testigos del terrible destino que Dios y él mismo les tiene reservado a los jóvenes, que han sido confundidos con gays. Otra que brilla con luz propia gracias a su buena interpretación es Melissa Leo, en esta ocasión dando vida a Sara, una de las mujeres protagonistas de esta familia religiosa un tanto desquiciada. Este segundo acto es escalofriante por momentos, con grandes dosis de terror "real" provocado no por criaturas extrañas ni por asesinos del más allá, sino por monstruos humanos que asustan cuando muestran los oscuros recovecos de su alma, manejada por un loco a su antojo. Mención especial para la gran tensión contenida y finalmente desatada que se vive en este tramo de film,y baste como muestra una trepidante persecución dentro del edificio de la congregación y otro par más de escenas que prefiero no desvelar. Eso sí, la crítica al fundamentalismo religioso extremo y a la intolerancia de los fanatismos no puede ser más explícita en este tramo de la historia.
A partir de aquí es cuando entran en escena la ATF (Bureau of Alcohol, Tobacco, Firearms and Explosives) con el agente Joseph Keenan al mando -personaje que recae sobre John Goodman en lo que supone la otra gran interpretación del film- y se desata una espiral de violencia y destrucción que abarca un adrenalítico tercer acto cimentado totalmente en un aumento considerable de la acción y que esconde otra nítida crítica, esta vez a las formas y procedimientos de las fuerzas de seguridad. Está claro que todos reciben lo suyo por parte de un Kevin Smith que atiza a diestro y siniestro. El punto y final lo pone un epílogo centrado en el personaje de John Goodman con una conversación -casi un monólogo- con el que se vuelve a criticar al gobierno de los EE.UU.
En resumidas cuentas, Red State no es una maravilla de película, pero sí que tiene a su favor una serie de puntos fuertes a tener en cuenta. Lo primero es que considero ese deambular entre géneros -aunque titubeante- un acierto ya que el espectador es sorprendido una y otra vez con cada giro que da el argumento y con ese baile de situaciones que van desde el terror al drama, pasando por algo thriller y un poco de acción, todo ello con algunas pinceladas de humor negro dispuesto de manera sutil. También cuenta a su favor con tres grandes interpretaciones -Michael Parks, John Goodman, Melissa Leo- que sobresalen por encima del resto del reparto. Por último hay que reconocer que aunque puede que se quede corto a la hora de la verdad, la apuesta de Kevin Smith es arriesgada al criticar sin tapujos a los tres estamentos mencionados anteriormente. Pero también tiene sus defectos, claro está: un guión en ocasiones confuso, situaciones demasiado forzadas, una conversación final que -en mi opinión- sobraba y la sensación generalizada de que podía haber sido más, mucho más. Pero insisto: es una historia relativamente correcta si tenemos en cuenta que es la primera película de Kevin Smith que se aleja de su hábitat natural.