Con la excusa de Halloween, hoy debería hablaros de una película de miedo. Sabed -para vuestra tranquilidad- que eso es exactamente lo que pretendo hacer.
Sin embargo, cuando yo hablo de “películas de miedo”, es muy posible que tú estés pensando en algo muy distinto a lo que yo quiero decir.
Aunque todas se definen como “películas de miedo” las hay que dan susto y las hay que dan terror. Las primeras son un gran ejercicio cardíaco -y es que te mantienen al borde del infarto hasta el último minuto- y las segundas no se pueden ver sin una buena manta a prueba de escalofríos: no necesitan ser demasiado intensas para ponerte los pelos como escarpias. De hecho se caracterizan por ser muy espeluznantes y a veces un poco desagradables (si no son muy buenas pueden rozar el mal gusto). El primer miedo es más físico, casi tangible, y se olvida rápidamente. El segundo es mucho más profundo y se adhiere a tu subconsciente hasta el punto de que, meses después, el recuerdo de una escena te puede procurar una agradable noche en vela.
Yo considero haber visto películas de ambos tipos, y puedo concluir de forma tajante y absoluta que me dan mucho más miedo las segundas. Aunque esto no es así con todo el mundo. Conozco a una pasmosa cantidad de personas que han visto las películas “Insidious” y “The Ring (La Señal)” y que aún se ríen al recordar la segunda, pero no se atreven a volver a ver la primera. Yo también he visto las dos, y jamás he pasado tan poco miedo con una película de miedo como con “Insidious”. Sin embargo, prefiero no hablar de “The Ring”.
Sorprendentemente, hay una película que parece afectar a todos por igual, -y con razón- probablemente pensarás si la has visto. Estoy hablando de “El Resplandor (The Shining)” de nuestro amigo Stanley Kubrick.
Esa película da miedo. De verdad. Sin categorías inútiles ni justificaciones racionales. Simplemente da miedo.
Para empezar, la historia es terrorífica. Incluso “los Simpsons” hicieron una versión, y seguía dando miedo.
Sin duda, lo que todos recuerdan es la extraordinaria interpretación de los actores. Especialmente la de Jack Nicholson, que ha creado casi un icono de la locura con la cara de psicópata más terrorífica que he visto.
Lo que nadie olvida, es el doblaje. Lo único que, por desgracia, desentona en una obra tan extraordinaria. Es tan malo que merece la pena verla en versión original aunque necesites activar los subtítulos para seguir el diálogo.
A pesar de esta nota de discordia la película cumple su cometido de forma sobresaliente, y por eso se merece 8’5 patatas de 10.