Hace unos años también, exactamente siete este mes de octubre que se acaba,
publicaba el escritor y diplomático José María Ridao en el diario El País, mi diario de referencia, un brillante artículo titulado el "El silencio de Azaña", glosando las emotivas palabras que el presidente de la República española, Manuel Azaña, pronunciara en Barcelona en plena guerra civil pidiendo a los españoles "paz, piedad, perdón". Pero no pudo ser: fue su último mensaje a un pueblo en plena vorágine fratricida. Y se preguntaba Ridao, con cierta angustia, que fue lo que el presidente de la República quiso decir a los españoles con su invocación, y si la invocación al "perdón" no pretendía hacer justicia a las víctimas inocentes de los desmanes de los tribunales populares republicanos. En unos momentos como aquellos de 2008, en que unos hablaban de "revancha" y otros de "procesos inquisitoriales" a cuenta de la Memoria Histórica, yo pensaba y sigo pensando que conviene mirar ese asunto como simple afán de justicia distributiva y no de venganza. Y el emotivo artículo de Ridao creo que puso perspectiva y mesura en su tratamiento.Unos días antes, el filósofo y profesor de la Universidad de Zaragoza, Daniel Innerarity, había escrito también en El País, con el título de "El retorno de la incertidumbre" y desde un punto de vista más filosófico que político o económico, sobre la crisis financiera internacional que nos asolaba en aquellos momentos, y de la que no parece que hayamos salido aún. Decía Innerarity que mientras estuvo vigente el modelo de la certeza, el mundo estaba configurado por decisiones soberanas que se adoptaban sobre la base de un saber asegurado, pero que ahora nos tocaba acostumbrarnos a la inestabilidad y la incertidumbre, tanto en lo que hacía referencia a las predicciones de los economistas, el comportamiento del mercado o el ejercicio de los liderazgos políticos. Nuestro principal desafío, decía, es la gobernanza del riesgo, que no es la renuncia a regularlo ni la ilusión de que podamos eliminarlo completamente. Y se preguntaba si los gobiernos del mundo podrían decidir bajo condiciones de incertidumbre, incertidumbre que había venido para quedarse y para convertirse en regla y no excepción. Y así seguimos.Sobre la curia episcopal española también se hablaba en aquellas fechas largo y tendido. Desde luego, la palabra perdón no la pronunciaban ni la pronuncian hoy con excesiva frecuencia. Más bien todo lo contrario: se pasan el día largando andanadas y condenando al fuego eterno a quienes no comulgan con sus doctrinas. Afortunadamente, ese fuego ya no quema, pero no deja de ser molesta tanta desfachatez. No es extraño que de vez en cuando salga alguien con autoridad moral suficiente como para responderles con claridad y poner las cosas en su sitio. Ese fue el caso del editor romano y profesor de filosofía Paolo Flores D'Arcais, que en un artículo titulado "A Su Eminencia el cardenal Rouco Varela", el pasado día 18 de aquel mismo mes de octubre de 2008, le rebatía a monseñor Rouco en El País unas declaraciones suyas ante el Sínodo de los Obispos reunido en Roma, en las que había vuelto a acusar al laicismo de querer hacer realidad la dictadura del relativismo ético, a cuenta de propuestas como la regulación de la eutanasia. Lo irónico de todo este asunto, decía Flores D'Arcais, es que se hable de un Dios que es amor para obligar a los condenados a muerte por una enfermedad terminal a sufrir horas, días, semanas e incluso meses una tortura a la que su libertad desearía poner fin. Es un amor verdaderamente extraño éste que se atribuye a Dios, concluía diciendo, si no fuera porque al atribuir a Dios una crueldad semejante, demuestran ser los herederos claramente no arrepentidos, no de Francisco de Asís, sino del inquisidor Torquemada. ¿Pedirá alguna vez la Iglesia paz, piedad y perdón, como Manuel Azaña, por los sufrimientos que ha infligido a tantos inocentes durante dos mil años de existencia? Tengo mis dudas.Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt
Entrada núm. 2492elblogdeharendt@gmail.comLa verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)