«Es interesante observar que pese al presupuesto de que los animales son inferiores, el humano les atribuyó virtudes y defectos propios y exclusivos de él. La torpeza del asno, la fidelidad del perro, la nobleza del caballo, la satanidad del gato, la abyección del cerdo son valoraciones humanas conforme a las que jerarquizó a los animales (coronando heráldicamente al oso primero y al león más tarde), lo que permanece vigente para injuriar o exaltar a otro ser humano«.
Raúl Zaffaroni en La Pachamama y el humano.
A tono con el título del primer largometraje que dirige solo, sin Pablo Bardauil, Franco Verdoia explota al máximo los atributos que los seres humanos le asignamos al cerdo: criaturita adorable cuando es –y somos– chiquitos (pensemos en Los tres chanchitos, Babe el chanchito valiente, la señorita Piggy del Show de los Muppets) y animal despreciable cuando se hace y nos hacemos mayores (recordemos algunos de los personajes que George Orwell imaginó para su Rebelión en la granja). Es más, en La chancha el realizador cordobés confronta una y otra representación a partir de un espécimen que come crías propias y ajenas.
Ese mismo animal encarna un suceso lejano –en principio olvidado– que se impone con ferocidad, y que atenta contra la estabilidad mental del protagonista del film, hombre cuarentón, casado, con un hijo. La imagen que ilustra la presente reseña remite al summum de esta alegoría destinada a reforzar el dramatismo de la situación traumática que desborda a Pablo: el encuentro casual y la convivencia forzada –en un contexto vacacional– con el autor de una agresión serial, profunda, irreparable, nunca denunciada ni por lo tanto sancionada.
Esteban Meloni y Gabriel Goity encarnan respectivamente a la víctima y al victimario. Lo hacen atentos a los matices que Verdoia indicó en su guion, libre de los estereotipos que han malogrado más de un relato sobre el abuso sexual que un niño varón sufre a manos de un adulto conocido, incluso admirado.
Uno de los momentos más interesantes de la película ocurre cuando Miguel reconoce lo ocurrido como algo natural: «Lo hacíamos todos; era así». Pronunciada en el aire (literalmente), sin testigos, la declaración evoca el recuerdo de Hannah Arendt y su teoría sobre la banalidad del mal.
Asimismo vale destacar la intervención de los personajes femeninos a cargo de la brasileña Raquel Karro y la casi irreconocible –y acertadísima– Gladys Florimonte. La esposa de Pablo repite una conducta habitual en cónyuges o novios de mujeres violadas: cierta dificultad o demora a la hora de empatizar con el sufrimiento de sus compañeras. La enésima pareja de Miguel padece, o simula padecer, la ceguera de numerosas cónyuges o novias de violadores.
En líneas generales, Verdoia mueve con habilidad los hilos de este thriller psicológico inspirado en su propia experiencia personal. Algunos espectadores creemos detectar un cabo suelto –acaso disonante– en la participación secundaria de una joven con síndrome de Down.
Al margen de esta licencia discutible, La chancha evita la sordidez. De hecho, la figura del cerdo simboliza con potencia el recuerdo abyecto, y por lo tanto permite prescindir del típico flashback que recrea el suceso aberrante, en este caso, el sometimiento a manos de un vecino querido.