Me dolían los brazos de llevarlos en alto, sujetando mi mochila sobre la cabeza, cuando divisé una figura humana a lo lejos. "¡Socorro!" grité con energía. Pero las sílabas se quedaron dentro arañándome la garganta y de mi boca no brotó ningún sonido. "¡Eh! ¡¡Ayuda!!" -volví a intentar en vano, mientras me bamboleaba intentando llamar la atención de aquella sombra.
Aún no sé cómo, conseguí alcanzar la tierra. Tiritaba. Febril y exhausta, arrojé la mochila sobre la hierba y me dejé caer encima. Intenté captar los tenues rayos de sol que aún quedaban para recobrar la temperatura corporal. Debí quedarme dormida y al despertar, la cabeza me martilleaba como en una resaca antológica y el cuerpo me ardía. Me levanté y comencé a caminar con las zapatillas rígidas por el fango reseco.
Noté movimiento entre los árboles. Me pareció ver otra vez la silueta que había visto desde el río. Aceleré el paso y grité "¡Eh, hola, espera!". Ahora sí se escuchó. Parecía una chica, el pelo liso castaño sobre los hombros, vaqueros, camiseta... Huía. "Espera, por favor, no sé dónde estoy". Se detuvo, de espaldas a mí y dejó que me acercara. Tenía mi estatura. Le toqué el hombro y se volvió mostrándome su rostro, el mío, aterrorizado al reconocerse en mí. Gritamos. Pero esta vez nadie, salvo nosotras mismas, nos pudo escuchar.