Una atmósfera de espiritualidad acaricia las aguas sagradas de Amristia, la ciudad sagrada de los sijs que alberga el Templo Dorado. Incrustado en el corazón del laberíntico entramado que conforman las callejuelas y bazares del barrio viejo, el centro espiritual cobija entre sus muros el ‘Adi Granth’, el libro sagrado. Las aguas del estanque de Amrit Sarovar, la piscina del néctar de la inmortalidad, lo protegen. El pausado transcurrir de las aguas refleja el constante e imperecedero peregrinaje de los sijs Poco a poco se van quitando la ropa mientras se cubren la cabeza y dejan a un lado el polvo acumulado por el peregrinaje en sus pies. Los zapatos están prohibidos Dentro, el tiempo parece deternerse, tan sólo prevalece el eterno transcurrir de las aguas. A las afueras, los sonidos de los cláxones recuerdan los pulmones de la India. Como tantas otras localidades hindúes próximas a la frontera paquistaní, un lugar polvoriento, ruidoso y atestado de gente se iergue entre la caótica vorágine del país. A pesar de la secular reputación del pueblo sij como irreductibles activistas dispuestos a todo por defender su religión, y de que Amritsar y su templo siempre han sido considerados como centros neurálgicos de las reclamaciones por parte de los sijs de un estado independiente para el Punjab el denominado Khalistán, el Templo Dorado, permaneció al margen de cualquier derramamiento de sangre hasta que el 6 de junio de 1984, cuando fundamentalistas sijs al mando del guerrero y predicador Sant Jaranil Singh Bhindranwale reclamaron una patria propia y ocuparon con sus armas el Akal Takht, el segundo santuario más sagrado del Templo Dorado y símbolo de la autoridad de Dios en la Tierra. La entonces primer ministro india, Indira Gandhi, ordenó la toma del templo. La operación, que se denominó Estrella Azul, concluyó con el bombardeo del santuario y la consecuente masacre de activistas y peregrinos que pernoctaban en el templo. Esta operación provocó, cuatro meses más tarde, el asesinato de la propia Indira Gandhi a manos de sus guardias sijs y dio paso a las mayores revueltas vividas en el Punjab desde la división de la India en dos estados. La lección cayó en saco roto y tres años más tarde, en 1987, el hijo de Indira, Rajiv Gandhi, incumplió los acuerdos alcanzados con los sijs por lo que estos ocuparon el templo por segunda vez. Si bien en esta ocasión el ejército se mantuvo al margen del desalojo, denominado operación Trueno Negro, que corrió a cuenta de la policía del Punjab y se saldó sin víctimas, el episodio convirtió la región en un foco de inestabilidad, que aún hoy se recrudece en algunas ocasiones y requiere la intervención del ejército indio.