La semana pasada ( del veinticuatro al veintisiete de octubre, dos mil dieciséis) acudí al IV Congreso de Teología -católico- organizado por la Arquidiócesis de mi localidad (Guadalajara, México) y aunque hay mucha tela de dónde cortar, iniciaré una de estas reflexiones con quizá lo más básico y fundamental.
Iglesia samaritana para un mundo herido. Ese fue el eslogan y tema sobre el que giraron todas las charlas: misericordia - que cristianamente se sobreentiende como "ser samaritano", en relación a la parábola del buen samaritano [Lc 10, 25 - 37]-, la falta de, y el cómo hacer frente haciendo uso de ella en un mundo que necesita de mucha, mucha ayuda.
Partamos de la definición que de facto brinda la teología cristiana-católica sobre la misericordia: (la) cualidad de tener un corazón para el que sufre. Del latín cordis/cor (corazón), miser (miserable, desdichado) y el sufijo -ia (condición de).
Se puede entender también como compasión (de hecho se usa como sinónimo), es decir, sufrir con el otro; ver en mi semejante su dolor y reaccionar movido, eso sí, en el amor o por amor a dios, para contrarestar dicho dolor.
Todo giró, en su mayoría, en el cómo está llamado el creyente a amar a su prójimo al ser imagen y semejanza del Creador. La temática es profunda y no quiero extenderme mucho en esta primera entrega pero en el Congreso se aterrizó tanto en nuestro evidente mundo herido ( por guerras, desigualdad, pobreza...) y en cómo la mayoría de los creyentes - fue una actitud crítica que reconozco muy buena- hacen poco o nada para remediarlo.
Uno de los punto que puede y debe debatirse es, sin duda, cómo desde la perspectiva religiosa el ser creyente genera -en teoría- la empatía y el amor hacia los semejantes ( recordemos que es el "mandamiento de oro" de Jesús) pero al mismo tiempo se reconoció que el cristiano del siglo veintiuno es un ente individualista que vela únicamente por su bienestar, o a lo mucho el de su familia, olvidando y obviando que todos los seres humanos son su semejantes, hermanos en Cristo, e imagen y semejanza de su dios.
Aunque no todo es tan bello -o crítico como aparenta- ya que se tachó a la increencia. Si bien no en el plano de categorizarles como seres malignos y endemoniados... sí colocándoles como personas que no tienen un motivo -real, palpable- para hacer el bien ¿?; es decir, que pese a las instituciones benéficas areligiosas y demás movimientos de esa índole en el fondo están huecos, vacíos, porque la misericordia hacia los otros no viene del amor en o por amor de dios sino de una empatía que al final no termina de coajar.
Es interesante todo esto ya que por un lado se ve que existe una gran mayoría de creyentes que no son benéficos/compasivos y al mismo tiempo se reconoce que muchas instituciones de asistencia son netamente laicas pero a su vez ambos lados de la moneda se cuestionan y critican.
Independientemente de la creencia religiosa, la doctirna oficial de la Iglesia católica reconoce y acepta que los hombres justos -gente que no cree pero que hace el bien- pueden llegar al cielo y eso, al final, creo que es concluyente. Es decir, la conclusión a la que se llega - pese a la crítica a creyentes y no creyentes- es que lo importante es atender al que sufre, al necesitado de amor, de compasión, de misericordia.
Es una pena que desde el lado creyente se utilice el hecho de serlo como un, o más bien, como el motivo para ser caritativos. ¿A caso no es más importante que el otro sea mi semejante antes que imagen del "dios vivo"?
Se debe, la institucionalidad religiosa sobretodo, de olvidar un poco-mucho del aspecto creencias y velar más por un mundo incluyente en donde realmente la simpatía hacia con el otro se genere como fruto de verlo igual a mí, como miembro de una misma especie, como alguien parecido a mí aunque piense y crea de maneras que puedo llegar a no entender; y por ente que puedo incluso repudiar o tachar de herejes.
Y lo mismo aplica del otro lado. Muchas veces desde la increencia se juzga y critica fuertemente al creyente culpando incluso el hecho de creer en como causa de su miseria y por ende obviando que requiere de ayuda antes de un juicio porque pese a ser creyente es un ser humano como yo.
La misericordia, empatía, compasión, caridad... no debe de ser monopolizada por nadie sino todo lo contrario, ser la llave maestra que nos lleve a convertirnos en una mejor raza humana en donde, quizá pecando de utópico, las barreras se borren para dar paso a las semejanzas dejando el creer o no creer al ámbito que pertenece.
Algo curioso: el congreso aunque de teología estuvo destinado primariamente a fieles laicos ( es decir, a creyentes en general) pero de siete charlas solo una fue impartida por una teóloga laica; las restantes se expusieron por gente del clero -eso sí, licenciados o doctores, pero sacerdotes al fin y al cabo- que, guste o no, son de los más alejados (por su condición de consagrados y de vivir estudiando a dios) a la vida diaria: falta de dinero para comer, no alcanzar para pagar la luz, compar ropa, vivir un despido o la carencia de asistencia médica, tener que alquilar una casa...
En cuestiones tan mundanas la voz más fuerte debe y tendría que resonar desde la perspectiva más cercana a la gente doliente: el creyente de a pie. El religioso está dentro de un halo de comodidad donde es fácil analizar la doctrina desde el libro/teoría pero que no se vive en primera persona. En ese espacio donde antes que pensar en ser cristiano es saber qué voy o si voy a comer.