Reflexiones anárquicas en torno a las redes, en el Boletín Emotools
“Nuestras sociedades se estructuran cada vez más en torno a una oposición bipolar entre la red y el yo”
Manuel Castells, La Era de la Información (La Sociedad Red)
Vivimos en una era de gran confusión, con mensajes contradictorios en todos los ámbitos, con fuerzas que nos arrastran hacia uno u otro lado, tensando nuestro ánimo y, muy posiblemente, nuestra capacidad de entendimiento. Recibimos información de tantas fuentes que en ocasiones elegir entre una u otra no depende tanto de que sea la correcta como de que esté en el momento adecuado en el sitio justo. El maldito poder del timeline. En esta sociedad de constantes estímulos corremos el riesgo de que éstos se conviertan en leves impactos intrascendentes en lugar de ayudar a construir nuestro discurso intelectual y nuestra visión del mundo. La famosa infoxicación.
En realidad lo que está pasando no es otra cosa que la implantación del ser humano en un entorno dominado por la tecnología de la información y comunicación (TIC), un ser humano limitado en sus capacidades pero no en sus sueños, visiones e intenciones. El deseo de asir toda la realidad le obliga a interpretarla, a decodificarla según sus propias experiencias y conocimientos (“Yo soy yo y mis circunstancias”, que decía Ortega), le lleva a buscar herramientas y estrategias que faciliten ese objetivo. Las redes y las comunidades aparecen como entornos aparentemente amigables y más cercanos a la dimensión humana que queremos gestionar y comprender.
El individuo en las redes
La red nos hace formar parte, en realidad, de una dimensión mayor, de un entorno más rico, y puede que tal vez por eso no más controlable. Como miembros de un entorno conectado ayudamos a construir una realidad que no necesariamente se corresponde con nuestra percepción.
Las redes enriquecen el concepto de Verdad, pero también lo difuminan, lo hacen menos asible. La Verdad deja de ser una y se modula por las redes según la van alimentando.
No hay una Red, sino la unión de muchas redes. Manuel Castells ya lo apunta cuando dice que existe un cierto enfrentamiento entre la red y el yo, entre el posicionamiento personal y subjetivo ante el mundo y esas fuerzas que nos llevan a formar parte de comunidades activas y definidoras de la realidad. Al final, como digo, cada sujeto define sus propias redes, elige su propia realidad.
Las redes son una herramienta perfecta para el relativismo postmodernista
Nuestra pertenencia a la red, a las redes, nos hace acceder a toda la información disponible, a todas las opiniones y puntos de vista posibles. Pero la red no se convierte, aunque parezca extraño, en un antídoto frente a los localismos. Puede que, al contrario, los fomente. Primero por ese relativismo mencionado. La existencia de una Verdad difusa hace que cualquier opinión pueda encontrar su público, una red de difusión que la ayude a alimentarla y darle el marchamo de verdad. A eso contribuye un modelo cultural previo que considera que la verdad es un término relativo y que depende mucho del entorno y el momento histórico. Ya decía Karl Popper que las teorías científicas no eran ni verdaderas ni falsas, sencillamente había algunas que habían sido falsadas (se habían demostrado falsas) y otras que hasta la fecha no lo habían sido.
Aparentemente las redes hacen que potencialmente pierda algo de sentido una división antropológicamente intelectual tradicional, pudiendo saltar límites políticos, culturales o religiosos.
Pero precisamente esta posibilidad hace que muchas comunidades, posiblemente influidas por grupos muy concretos, tiendan a potenciar la diferencia.
No estoy haciendo juicios de valor. La diferencia en sí no es ni buena ni mala si no se llena de contenido (¿diferencia sobre qué?). Al contrario, creo que de un modo u otro lo que están haciendo las redes es enriquecernos culturalmente, mixtificando costumbres desde la particularidad del grupo, reinterpretándolas y adaptándolas a las propias necesidades y gustos. Las redes en muchos casos están permitiendo la visibilización de la diferencia desde una perspectiva enriquecedora, aumentando nuestra capacidad de acceder a realidades culturales e intelectuales que ni siquiera imaginábamos que existieran. Las redes nos colocan en el centro del mundo, luego somos nosotros los que circulan por ellas.
Dice Alain Touraine que “en una sociedad postindustrial, en la que los servicios culturales han reemplazado a los bienes materiales en el núcleo de la producción, la defensa del sujeto, en su personalidad y su cultura, contra la lógica de los aparatos y los mercados, es la que reemplaza la idea de la lucha de clases”.
Pues bien, esta defensa del yo, de lo particular, se está desarrollando también en las redes y por las redes. Ya hemos visto el efecto reacción y el propio efecto red que facilita la creación de modelos de pensamiento individuales. Porque las redes no hacen sino potenciar la capacidad de conocimiento, y aunque es cierto que integra al usuario en entornos de pensamiento concretos, facilitando la integración en dinámicas prosélitas, también lo es que potencia su capacidad de razonar, conocer y crear un discurso intelectual propio.
Valor de uso y valor de posesión
El conocimiento y la información, gracias a las redes, se ha convertido en una commodity, un bien con valor de uso, no de posesión, y que es relevante en cuanto que nosotros le damos sentido a ese uso. Esta comoditización de la información hace que, en cierto modo, pierda valor en sí misma y sólo sea relevante en cuanto que somos capaces de darle un sentido, no a su posesión, sino a su acción, a la forma en que la procesamos para definir nuestra presencia en el mundo, nuestras acciones en una realidad cambiante pero ante la que queremos y debemos reafirmarnos. Paradójicamente las redes han socializado la información pero al mismo tiempo la han vaciado de valor. En un mundo de superabundancia de información el valor de la misma no está en su posesión, sino en su uso. Buena lección para los legisladores educativos.
Política y redes
También la política, una de las patas de la filosofía práctica junto con la ética, se ve influida por las redes y su sociología. La política no es sino la forma en que el ser humano se organiza en sociedad. Desde este punto de vista es interesante visitar brevemente el concepto de adhocracia. Henry Jenkins, en su ya clásico libro Convergencia cultural (2006), calificaba la adhocracia de la siguiente manera:
“La adhocracia se caracteriza por la falta de jerarquía. Cada persona se enfrenta a un problema basado en sus propios conocimientos y habilidades, y el liderato cambia según va evolucionando el proyecto. Es una cultura que convierte el conocimiento en acción”.
La adhocracia se alimenta pues de un modelo de gestión abierto y horizontal en el que los miembros que participan tienen un mismo status. Además centra su valor en el conocimiento, que es lo que alimenta el modelo. El conocimiento supone la información contextualizada y puesta en valor, por lo que la participación individual sólo es posible si se apoya en el trabajo de los miembros del grupo (de la red) y contribuye al trabajo de los demás. Así se genera una dinámica de “aprender haciendo” en la que un modelo red enriquece la información, adecua la evolución y la dirige.
La adhocracia busca salvar la comoditización del conocimiento dándole un sentido dentro de un entorno determinado. Entorno, objetivos, gestión y recursos interactúan con un sentido muy concreto en la adhocracia, buscando un mayor impacto de la suma de las individualidades y ofreciendo valor a todas y cada una de las partes, de los nodos de la red. Y dentro de este proceso de creación de valor el error, estigmatizado en otros modelos, tiene su función y su razón de ser.
Así el error fluye por la red de manera natural y se difumina convenientemente después de dejar su poso de mejora. Puesto que los proyectos, entendidos en sentido amplio, van desarrollándose de manera natural, casi orgánica, con la adhocracia, sólo las redes presentan un modelo de relación adecuado para este contexto.
Colaboración y redes
Interesante es también el enfoque ético/político de Yochai Benkler, cuando en su libro El Pingüino y el Leviatán apuesta por la naturaleza cooperativa del ser humano.
Sin duda la cooperación sólo es posible, o al menos sólo puede generar todo su potencial, en entornos en los que la red, ya sea online u offline, permitan un diseño adecuado de las relaciones.
Las redes o comunidades vecinales son fundamentales para que un modelo de cooperación como el proyecto Kaboom! se desarrolle de manera exitosa. La cooperación necesita conexiones, personas que se relacionen y cuyos intereses sean, si no iguales sí al menos complementarios. No es tan importante la conexión física como la conexión intelectual y emocional.
Una última reflexión. Creo que es cierto lo que dice Manuel Castells, como ya he comentado.
Hay “a una oposición bipolar entre la red y el yo”, una tensión entre una fuerza centrípeta que es el yo y una centrífuga que facilitan las redes.
Esto no sólo no es una debilidad sino que nos fortalece al ofrecernos constantemente dos enfoques de la realidad y del conocimiento, o al menos dos fuentes de creación, el yo y el nosotros. Incluso saltándome cualquier ortodoxia diría que este doble enfoque es vital para comprender las nuevas corrientes de innovación y empresariales que se están poco a poco imponiendo, desde un modelo de gestión dogmático e impuesto desde el yo (la dirección, los límites del “nosotros” como unicidad) a un modelo que facilita y fomenta el nosotros, y el yo participativo, que busca salir de sí mismo para descubrir un modelo de gestión, de creación de productos en comunión con la sociedad, un modelo de gestión antropológico, como diría Amalio Rey (design thinking, service design, innovación abierta, empresa abierta…). Las redes están intensificando el conocimiento personal al posicionarnos adecuadamente en nuestro entorno.
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