El libro relata la historia de una pareja desde 1945 hasta el año 2005, rodeada de personajes secundarios, pero no por ello menos importantes, el contexto histórico marca inevitablemente el carácter de los mismos. Éstos van pasando por distintas fases, modelando su personalidad a golpe de cincel. Cuando una persona lleva toda la vida encerrada, es posible que cuando la dejen salir, no recuerde cuáles eran sus ilusiones.
En un momento determinado el personaje principal se pregunta qué es lo que realmente quiere ser, ¿pero hay alguien que de verdad tenga claro lo que quiere ser? Tendemos a idealizarlo todo, a buscar la perfección en seres imperfectos y la perfección no existe. Cometemos errores y damos excesivo valor a cosas que no tienen tanta importancia. Nos creemos el ombligo del mundo y en realidad no somos tan especiales. Lo más importante siempre es el sentimiento.
Es muy fácil dar consejos cuando no eres tú el que está en esa situación, desde fuera las cosas parecen muy simples pero pueden ser muy complicadas.
Entramos en arenas movedizas, ¿dónde está la línea que separa la infidelidad del desliz? aquí no se ponen de acuerdo los personajes, y en el fondo no son más que inseguridades. Una cosa es lo que creemos que somos y otra lo que realmente somos, las decisiones no son fáciles y muchos menos cuando ese deseo de permanencia permanece intacto a lo largo de los años.
Hemos podido convencernos una y mil veces de las cosas que nunca perdonaríamos, aquellos puntos y aparte que marcarían un antes y un después, pero todos esos pensamientos estaban sacados de contexto. El pensamiento fluye libre hasta que la situación lo esclaviza. También es verdad que a toro pasado las cosas se ven de otra manera y siempre se puede mejorar.
Todo el mundo tiene claro lo que es el amor propio pero nadie puede definir lo que es el amor verdadero, tal vez la infidelidad o el desliz no sean más que un atentado al amor propio, pero una cosa sí está clara: lo que hace que el barco no se hunda es ese deseo de permanencia.