Hoy comienzan las negociaciones entre los representantes sindicales y los de la patronal para intentar llegar a un acuerdo en cuanto a la reforma del mercado laboral, cuya necesidad se muestra como cada vez más acuciante, dados los derroteros que está tomando la crisis, y especialmente las cifras del paro (y dentro de éstas, concretamente las de paro juvenil). Soy de la opinión de que estamos llegando a los momentos centrales de la crisis. Centrales en el sentido de críticos. No me atrevería a pronosticar si en España se ha tocado fondo o no, pero creo que sin lugar a dudas las decisiones que se tomen ahora afectarán de manera drástica al desempeño económico de la España de las próximas décadas.
La reforma laboral que se intenta abordar ahora, es claramente una de las que más impacto tendrá en la sociedad española de las que están por venir. Por un lado, por la cantidad de población que se verá afectada por ella (prácticamente cualquier persona en edad de trabajar es susceptible de verse afectada por ella), porque sus efectos se sentirán en casi todos los sectores económicos, y también en mi opinión, porque lo que salga de esta reforma, va a determinar en gran parte, en que “liga” quiere jugar España, que lugar pretende ocupar en el puzzle de las economías mundiales.
Sin entrar en detalles excesivamente técnicos creo que los resultados de estas negociaciones pueden llevarnos principalmente a dos escenarios. Uno de ellos, sería abundar en lo que ya tenemos, y seguir andando el camino de la precariedad laboral; ajuste de salarios a la baja, recorte de prestaciones, fomento de la movilidad, abaratamiento del despido…Es decir, esto sería como asumir que España entiende que su papel es competir con Marruecos, Ucrania o Estonia. Que España no quiere dar un paso adelante, que lo quiere dar hacia atrás, que entra en el juego de la descentralización productiva mal entendida, que lleva a tomar decisiones por miedo a la amenaza de las grandes empresas de “o me esclavizas a los trabajadores o me voy a otro sitio donde ya son esclavos”. Es decir, esto llevaría, como decía Anguita en el vídeo que ofrecía en la entrada de ayer, a dejar en papel mojado la Constitución y los principios democráticos, y dar todo el poder a las grandes multinacionales, cuyos dirigentes no han sido en ningún momento elegidos por los ciudadanos, pero cuyas decisiones nos afectan más que si fueran acordadas en Consejo de Ministros. Veámoslo como una manera sutil y sofisticada de dar un golpe de estado.
Y luego la otra vía. La vía que llevaría a una reforma educativa de arriba a abajo en consonancia con lo que se quiera conseguir con la reforma laboral. La que llevaría a una reforma social radical de la sociedad española, para ponerla en condiciones de competir con los países de primera división de Europa y del mundo. La que llevaría a una reforma del sistema productivo, la que haría nuestros productos competitivos en el mercado mundial y globalizado. Una reforma que implicaría, como no puede ser de otra forma, dar estabilidad laboral a los que de verdad están dispuestos a trabajar seriamente para salir del lío en el que nos hemos metido, la reforma que premiaría a los empresarios serios que saben reconocer el valor de un trabajo bien hecho y que lo pagan al precio que vale.
De lo que hagamos ahora dependerá si la salida de la crisis hace que España salga fortalecida de cara al futuro, o si solo se pretende dar un paso en falso, que permita mostrar (aún con maquillaje) que la economía se recupera, para ganar unas elecciones. Nos jugamos el futuro de nosotros mismos y de nuestros hijos. Merece la pena pensar lo que estamos haciendo.