Reforzar el ego

Publicado el 06 julio 2012 por Desmarcados @blogdesmarcados
El ego en el fútbol y en el cine se cocina de manera diferente. El cine es más de fuego lento, muy lento, y se prolonga mucho más tiempo que en el fútbol, donde todo es más inmediato y volátil. La explosión de júbilo al marcar un gol apena dura unos minutos, pero la repercusión es más demoledora que el trabajo elaborado y amasado durante meses o años, quizás, de una película. Lo que está claro es la reivindicación del ego que ambos ambientes originan, esa reafirmación del trabajo, el esfuerzo y la personalidad de uno, de tu obra o del éxito conseguido. 

Mario Balotelli, here comes the man

Como a cualquier creador, a un futbolista le gusta proyectar su amor propio en su obra, especialmente con un triunfo. Al marcar un gol o celebrar una victoria en un partido, por ejemplo. Un cineasta, en cambio, apenas tiene un terreno donde crecerse en público, excepto en la entrega de un premio, o en una declaracióna la prensa (o en un mensaje de Twitter, que para eso es más inmediato y universal). Mario Balotelli cuando decidió el otro día 'no-celebrar' (a su manera, serio, quitándose la camiseta y luciéndose) su segundo gol a Alemania amplificó el orgullo y la pasión de un gran jugador. Dotado de una excelente técnica y una alborotadora personalidad, Balotelli dice que no celebra sus goles porque, según él, los goles forman parte de su trabajo. Pero es así como infla aún más su ego. Se reivindica como protagonista absoluto sin muestras de alegría, como si no le importara la cosa. Pero le gusta sentirse protagonista, sobre todo en un momento tan excitante como es el gol y su correspondiente celebración, y encima en un escaparate como las semifinales de una Eurocopa.
Ejemplos de demostraciones públicas de ego, al margen de la actitud 'Special one" de Mourinho o Cristiano Ronaldo y la personalidad genial del gran Eric Cantona, podemos encontrarlo en futbolistas como Paolo Di Canio, con sus salidas de turno fascistoides, Raúl reivindicando su protagonismo señalándose su nombre en la espalda en sus últimas temporadas con el Real Madrid, Robbie Fowler reivindicando su inocencia esnifando la cal del terreno de juego cuando se le acusó de ser cocainómano, o Michel con su clásico 'Me lo merezco' al marcar un hat trick ante Corea, molesto por las críticas sufridas tras el primer partido ante Uruguay.
El cine, como cualquier arte, esconde en cada esquina un nido de avispas cargadas de ego, que en algunas ocasiones (en Hollywood hay mil historias al respecto) han convertido rodajes en auténticas batallas. La expresión futbolera al referirse a un entrenador con personalidad como "un buen gestor de egos de un banquillo" se podría aplicar a la gran familia del cine, en muchos casos. El amor propio, el deseo de reconocimiento o la proyección de la personalidad exhibicionista, se esconden detrás de la firma de muchos autores (escepto cuando es tan desastroso el producto final que el director acaba firmando como Alan Smithee). Venga, ¿quién de los popes festivaleros sería capaz de realizar una obra de forma anónima) ¿QUIËN?
Existen obras que se han realizado únicamente para y por el placer de sus protagonistas, o por su autor, con la consecuente sangría de dinero en esas producciones. El árbol de la vida, de ese ser tímido y tan peculiar como Terrence Malick, es el reflejo perfecto de cómo un autor se quiere TANTO y es capaz de expresar lo INENTENDIBLE de una manera lírica y personal. Que se lo digan a los compositores de sus películas (guerra, guerra) y a muchos actores (Penn). ¿Realmente eso sería un ejemplo de una producción modélica? Aquí en España tenemos el ejemplo reciente de Capitán Trueno, megalomanía de pacotilla en manos de un productor vícitima y culpable de un ego desastroso. 
Por poner ejemplos de grandes egos, el campeón es Stanley Kubrick, director genial y obsesivo hasta la enfermedad, capaz de conseguir que cada película suya fuera un acontecimiento mundial en sí misma, Pedro Almodóvar, capaz de hablar de sí mismo como nunca lo había hecho un autor en La mala educación, o Jean Luc Godard y su eterna búsqueda de reconocimiento gafapastil. De todas formas, hay pocos ejemplos de exhibiciones públicas, en plan 'me quito la camiseta al marcar un gol' de ese superego, salvo en festivales. Ahí están, las pataletas y rabietas por no recibir cariñitos, del típico cineasta consagrado (y festivalero, cómo no), al estilo Arturo Ripstein, con sus polémicas declaraciones sobre el Festival de Cine de San Sebastián: "Zinemaldia era un festival serio y, de pronto, es subnormal. No volveré ".  
Pero es bueno recordar, también, momentos como el de James Cameron , dentro de la parafernalia showbusiness por excelencia, como son los Oscars, y su 'I'm the king of the world' que vale más que cualquier megalomanía en 35mm.
Ah, el ego.