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Por Bernardo Pino Rojas

El ojo que ves no es ojo porque tú lo veas, es ojo porquete ve
Antonio Machado.
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Cotidianamente, hablamos y pensamos acerca de las cosas que amueblan el mundo, y cuando lo hacemos, no es común que nos detengamos a considerar cómo es que las cosas que pensamos acerca del mundo pueden ser, efectivamente, acerca de las cosas que realmente hay en el mundo.

Si es que realmente hay cosas en el mundo que no existen solamente porque las pensemos, entonces es razonable preguntarse acerca de la relación que existe entre los pensamientos que tenemos acerca de aquellas cosas, por un lado, y por otro, aquellas cosas que son el objeto de nuestros pensamientos. 
Cuando un padre le dice a su pequeña hija “esto es un gato”, con el propósito de enseñarle que, en Español, la palabra “gato” significa el objeto gato, se asume que este último objeto animado es una de las tantas cosas que amueblan el mundo y que la palabra “gato” es una etiqueta que, de alguna manera y a partir de algún momento en el desarrollo, las niñas y niños hispano-hablantes logran adherir al objeto gato. La utilidad práctica de ese aprendizaje particular es considerable puesto que el uso correcto de dicha etiqueta lingüística facilitará una comunicación más económica y efectiva que aquella que existe en el desarrollo antes de aprender el término “gato” con los fines ya mencionados. Por supuesto, lo mismo se puede decir en el caso de las niñas y niños de cualquier lugar del planeta que aprenden las etiquetas correspondientes a la lengua natural que se utilice en el grupo humano en que les haya tocado nacer y crecer.
De lo anterior, alguien podría pensar que un aprendizaje de etiquetado como el recién descrito es suficiente para dar cuenta del significado del término “gato” y de por qué cuando utilizamos dicho término casi siempre logramos referirnos al objeto gato. Y por extensión, lo mismo se podría pensar con respecto a todos los demás términos que ocupamos cotidianamente para referirnos a las cosas que, como los gatos, también amueblan el mundo. De hecho, no es infrecuente que los profesores de lingüística hagan alusión a alguna versión de este procedimiento de etiquetado de las cosas del mundo cuando enfatizan el carácter arbitrario y convencional de los símbolos lingüísticos. Sin embargo, si se considera este procedimiento con mayor detención, uno puede notar que, aún cuando sea correcto atribuir un carácter arbitrario y convencional a las etiquetas o símbolos lingüísticos en cuestión, no es del todo obvio que el significado de un término como “gato” sea algo que surge a partir del procedimiento en cuestión. Es decir, no es obvio que dicho significado no esté ya presupuesto al momento de proferir inicialmente “esto es un gato”. 
Considérese qué es aquello que significa el término “esto” en dicha expresión cuando, por ejemplo, es proferida en el contexto específico donde un padre le enseña el uso del término “gato” a su hija mientras ambos interactúan con el objeto gato en el living de la casa. En este caso, el uso de “esto” pareciera indicar o apuntar en la dirección de algo en el mundo que es más ambiguo y equívoco que lo indicado por el término “gato” que se busca enseñar a través de “esto”, en ese contexto de situación en particular. Dada dicha ambigüedad en la interpretación del término “esto”, es claro que se requiere de algo más que dicho término para que su aplicación apunte en la dirección de aquella parte del espacio físico del universo que está amoblado por el objeto gato, y no por algo que sea distinto a dicho objeto. ¿Qué es aquello que “esto” requiere adicionalmente para cumplir el objetivo de ser aplicado como se pretende?
Respuesta 1: “Esto” apunta al significado que dicho término adquiereen el contexto de uso específico utilizado, que es distinto al objeto gato, pero que es el mismo significado que se busca fijar para el término “gato”. Se requiere una noción de significado independiende.
Respuesta 2: “Esto” y “gato” son términos que, en el contexto de uso específico utilizado, están en una relación de aposición especificadora, por lo que parte del significado de uno está presupuesto en el del otro. Se requiere una relación de aposición que especifique el término indexical.

Respuesta 3: El significado de “gato” no depende directamente de un proceso etiquetador que determina una relación arbitraria y convencional entre términos como “gato” y objetos como gato. Se requiere una relación directa entre un objeto y un tercero que medie y garantice la relación de significación entre el objeto y el término que lo denota. 

La respuesta 1 presupone un panorama metafísico en el cual los significados de los términos lingüísticos son ontológicamente distintos a sus los referentes. El significado de un término no es su referente.La respuesta 2 presupone un panorama metafísico que es compatible con el presupuesto en la respuesta 1. Sin embargo, la relación de aposición según la cual “gato” corresponde a un etiquetado menos ambiguo e inequívoco que “esto”, deja abierta la posibilidad de que el significado del más específico sea compatible el panorama metafísico según el cual el significado de un término no es ontológicamente distinto a su referente. La respuesta 3 presupone un panorama metafísico en el cual el significado de un término es derivado del significado de aquel tercero que media y garantiza dicha significación. La relación directa entre el objeto y ese tercero permite que el significado y referente sean uno y lo mimo.
Si se piensa que de estas tres respuestas, la más razonable es la tercera (o alguna versión de ella), podemos plantear el problema inicial de la siguiente manera:
Llamemos a ese tercero el concepto GATO, y consideremos las siguientes dos preguntas:A) ¿Qué determina la referencia del concepto GATO? B) ¿Qué determina el hecho de que seamos capaces de hacer referencia al objeto gato por medio de ese concepto? 
La primera pregunta tiene que ver con los conceptos. La segunda pregunta tiene que ver con nosotros. Dicho de otra manera, la primera tiene que ver con aquello que hace posible que nuestros pensamientos acerca de gatos puedan ser, efectivamente, acerca de gatos. La segunda tiene que ver con nuestra capacidad de poseer conceptos como GATO, y por lo tanto, tener pensamientos acerca gatos. La posesión de algo (e.g. GATO) requiere que, primeramente, exista aquello que se es susceptible de poseer (e.g. GATO). Al menos, se requiere que la posibilidad de existencia de algo sea anterior a la posibilidad de posesión de ese algo – aunque, tal vez, ya tengamos suficiente problema con filosofar acerca de las cosas que existen como para, además, preocuparnos de aquellas que, en potencia, podrían existir.
De lo anterior, se sigue que, aún sin tener respuestas concluyentes acerca de las preguntas A y B, parece más razonable suponer que la respuesta a la primera pregunta es independiente de la respuesta a la segunda, que suponer lo opuesto. 
Es cierto que hay cosas respecto de las cuales creemos que son lo son por el uso que le damos. Una puerta es una puerta si es que cumple la función que cumplen las puertas. Y un colgador es un colgador aunque se haga de una llave de paso. Pero, por variadas razones que no discutiremos ahora, nuestros pensamientos no pueden estar hechos de ni de puertas, ni de gatos, ni de colgadores. Hay propiedades que nuestros conceptos deberían poseer que no son el tipo de propiedades que esos objetos poseen. Lo que hace a un concepto ser lo que es, por lo tanto, no es lo podemos hacer con él. Son variadas las capacidades que parecen depender de nuestros conceptos (categorizar, razonar inductivamente, aprender y utilizar lenguajes naturales, representarnos el mundo, etc.). Si los conceptos refieren al mundo de la manera que hemos señalado aquí como la más razonable (falible, por cierto), entonces es esencial a lo que son el que pueden significar o referir a las cosas del mundo. 
Al estilo de Machado, podríamos concluir diciendo que...
El concepto que refiere no refiere porque tú lo ocupas para referir, refiere porque es concepto. 

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