Apenas habían transcurrido unas pocas semanas desde la publicación del tomo lírico que llevaba por título De la misma vida(Niebla, 1999) cuando Diego García López incorporaba a las librerías otro volumen de poesía, muy diferente, que contó con el apoyo del ayuntamiento de Mula. Hablo de Región volcánica del toro, un trabajo increíblemente bello sobre el mundo taurino donde se mezclaban veinte sonetos firmados por el autor con una serie de hermosas ilustraciones aportadas por Nono García, Juan José Ayllón, Francisca Fe Montoya, Ramón González y otros artistas.El libro, que recibió los comentarios elogiosos de Juan Barceló en la revista “Murgetana”, inmortaliza a toda una serie de personajes del mundo de la tauromaquia (el picador, el banderillero, el espontáneo, la madre o la maja), así como algunos lances característicos del arte de Cúchares (la presencia de la lluvia, la alternativa, el instante terrible de la cogida o la triunfal salida a hombros), formando un trabajo extremadamente agradable y estético, que gusta incluso a quienes (como es mi caso) no amamos las corridas de toros.Alzando la barbilla con desafío torero, Diego García pretende demostrarnos que la literatura se encuentra en el cómo, y no en el qué. Y, desde luego, lo consigue.
Apenas habían transcurrido unas pocas semanas desde la publicación del tomo lírico que llevaba por título De la misma vida(Niebla, 1999) cuando Diego García López incorporaba a las librerías otro volumen de poesía, muy diferente, que contó con el apoyo del ayuntamiento de Mula. Hablo de Región volcánica del toro, un trabajo increíblemente bello sobre el mundo taurino donde se mezclaban veinte sonetos firmados por el autor con una serie de hermosas ilustraciones aportadas por Nono García, Juan José Ayllón, Francisca Fe Montoya, Ramón González y otros artistas.El libro, que recibió los comentarios elogiosos de Juan Barceló en la revista “Murgetana”, inmortaliza a toda una serie de personajes del mundo de la tauromaquia (el picador, el banderillero, el espontáneo, la madre o la maja), así como algunos lances característicos del arte de Cúchares (la presencia de la lluvia, la alternativa, el instante terrible de la cogida o la triunfal salida a hombros), formando un trabajo extremadamente agradable y estético, que gusta incluso a quienes (como es mi caso) no amamos las corridas de toros.Alzando la barbilla con desafío torero, Diego García pretende demostrarnos que la literatura se encuentra en el cómo, y no en el qué. Y, desde luego, lo consigue.