Es curioso cómo, en función de la etapa de la vida en la que nos encontremos, las personas con las que interactuamos consideran que hemos de estar enfocados hacia el futuro o hacia el pasado. Así, es muy habitual que a los niños se les pregunte por lo que querrán ser de mayores, mientras que a los ancianos se les insista en que recuerden cómo eran de jóvenes. En ambos casos, tendemos a olvidarnos del presente, como si no importase. Como si los niños no pudiesen permitirse el lujo de disfrutar de su infancia, de degustarla intensamente, sin enredarse en preocupaciones que ya se irán encontrando por el camino a medida que vayan creciendo. Y como si los ancianos sólo tuviesen ya pasado y no pudiesen seguir sintiéndose muy vivos y muy capaces de seguir experimentando nuevas sensaciones y creando nuevos recuerdos.En general, nos cuesta concentrarnos en el aquí y el ahora y mucho de nuestro limitado tiempo se nos escapa de las manos difuminándose en esperas absurdas. Dejamos de vivir el momento esperando que llegue otro momento ideal y desestimamos la suerte que ya tenemos por seguir estando vivos, por mantenernos sanos y lúcidos en medio de un mundo en el que la enfermedad y la falta de lucidez campa a sus anchas, ansiando tener la suerte de que nos toque una lotería que contribuya a cambiarnos la vida. Como si la vida presente no nos pareciera la que nos merecemos y pudiésemos permitirnos el lujo de despreciarla.A veces no tenemos tiempo de vivir plenamente el presente porque nos lo hemos hipotecado creándonos necesidades del todo innecesarias. ¿De verdad necesitábamos una casa nueva en la que no podemos estar nunca porque tenemos que trabajar el doble que antes para poder hacer frente a los gastos que comporta?¿De verdad necesitábamos cambiar el coche cuando tenemos la ventaja de tener el trabajo a unos pocos minutos andando?¿De verdad era imprescindible pedir un crédito para poder construirnos una piscina, o hacer un viaje a New York o practicarnos una cirugía estética?¿Qué sentido tiene presumir de una casa, de unas fotos en lo alto del Empire States o de un físico imponente si luego no nos queda tiempo para disfrutar nada de todo eso porque tenemos el presente embargado. Quizá por todas estas cosas, se ha dicho siempre aquello de “No es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita”.Si nuestras necesidades son más básicas, el esfuerzo para llegar a cubrirlas también será menor y dispondremos de más tiempo para disfrutar del ahora. Por sencillo y vulgar que nos parezca nuestro ahora es lo único que de verdad tenemos. Ese canasto que hemos llenado de frutas y verduras frescas en el mercado, esa planta que ha florecido y ha llenado de vida ese rincón del comedor junto a la ventana, esa conversación telefónica con nuestra madre o con nuestra pareja o esa comida que estamos preparando con tanto mimo para degustarla juntos, son fragmentos de la vida que estamos disfrutando ahora mismo y que hacen que todo cobre y mantenga su sentido.
Lo demás son pájaros volando que muy raramente se van a dejar atrapar.Da igual lo que pase mañana o lo que pasó ayer. Lo único que ha de preocuparnos es lo que nos está pasando ahora y atrevernos a preguntarnos si nos satisface y nos hace sentir plenos. Si es el caso, será perfecto. Si no lo es, habremos de preguntarnos
cómo tendría que ser el presente para que no sintiésemos la necesidad de salir huyendo de él y refugiarnos en el pasado que ya no va a volver o en el futuro que aún no ha acontecido. Tratar de construir ese escenario en el que recrear ese presente en el que creemos que nos sentiríamos cómodos y a gusto con nuestras vidas será la mejor manera de ocupar nuestro ahora.Estrella PisaPsicóloga col. 13749