Regreso a los veranos de Pineta (I)
Pradera de Pineta, antigua acampada libre Foto: Benjamín Recacha
Cuando cerraron la acampada libre del Valle de Pineta lo primero que lamenté fue que mi hijo (bebé por entonces) no podría disfrutar de los veranos al aire libre, rodeado de exuberante naturaleza, que yo gocé en mi infancia y adolescencia, y que de hecho continué gozando hasta un año antes de la clausura definitiva. Había otro camping, de los que tienen parcelas delimitadas, a 6 kilómetros de distancia, pero nunca me planteé veranear allí. Sentía que hacerlo sería una especie de traición a la esencia de Pineta, aquella pradera alrededor de la cual año tras año repetían las mismas tiendas, los mismos vecinos de veraneo, todos con el denominador común del amor por la naturaleza y, concretamente, por un paisaje que en nuestro interior sentíamos propio.
Recuerdo que cuando en pleno agosto llegaban los rezagados, o los nuevos descubridores del “paraíso”, ya sin espacio en los laterales de la pradera, y decidían instalarse en medio, a pleno sol, invadiendo el campo de fútbol (en el que las porterías, evidentemente, las delimitaban un par de pedruscos) donde cada tarde disputábamos competidísimos partidos o las pistas de tenis que dibujábamos con rollos de cuerda y palos (qué grandes torneos ha vivido Wimbledon-Pineta), inmediatamente se ganaban nuestra animadversión. Luego pretenderían no recibir pelotazos…
En fin, que este verano no me ha quedado más remedio que volver a Bielsa (menudo suplicio…) para llevar ejemplares de ‘El viaje de Pau’, y aprovechando que hace tres o cuatro años abrió un nuevo camping a las puertas del pueblo decidimos probar suerte en él. Buena decisión.
Vistas desde el camping Bielsa Foto: Benjamín Recacha
El camping Bielsa es pequeño, está ubicado en una ladera casi enfrente del pueblo, en un lugar muy tranquilo desde el que disfrutar de excelentes vistas, incluida la sorprendente aparición en el horizonte de la cumbre del Monte Perdido (3.355 metros). Las parcelas son amplias y cuenta con un equipamiento excelente, incluido un café-restaurante con comida de calidad a buen precio, y ¡wi-fi! en todo el recinto.
Atardecer en el camping Bielsa. Al fondo, Monte Perdido Foto: Benjamín Recacha
Nada que ver, evidentemente, con la rudimentaria acampada libre donde, por no haber, no había ni agua caliente ni, por supuesto, inodoro donde sentarse para leer el periódico mientras dejábamos a nuestro sistema excretor llevar a cabo su vital labor. Aquella falta de servicios que definitivamente te hacía sentir al margen de la civilización formaba parte del encanto del lugar. “Menudo encanto”, diréis. Pues sí, visto desde fuera, poco, pero había que vivirlo. Allí sentía que realmente formaba parte de la naturaleza, del planeta que tanto hemos transformado hasta hacerlo irreconocible en tantos sitios.
Sentí que había vuelto a casa cuando nada más parar el motor del coche nos recibieron los espeluznantes truenos que en alta montaña retumban en la roca de modo que parece que vaya a quebrar. Sacamos el iglú de su bolsa, los desplegamos, y lo fijamos al suelo con las primeras gotas de la anunciada tormenta advirtiendo sobre lo que se avecinaba. Total, que me puse el chubasquero y monté la tienda bajo un copioso chaparrón. Qué buen recibimiento de mi amado Pirineo Aragonés… No esperaba menos de él. Tenía que comprobar si aquel muchacho intrépido conservaba el espíritu aventurero y la convicción de querer formar parte del entorno natural que lo acogía durante unos pocos días de verano. ¿Y quién era aquel pequeño humano desconocido? Un buen trueno para quitarle las ganas de acampar… Pero no, Albert ha heredado de su padre el amor por la naturaleza y la vida al aire libre que yo heredé del mío. Un trueno en plena montaña no es más que la señal de algo que quizás sea digno de ser recordado.
Río Cinca en el Valle de Pineta Foto: Lucía Pastor
El golpeteo de la lluvia en la lona, con el incesante rumor del saltarín río Cinca de fondo (encantador sonido que por siempre relacionaré con las noches en Pineta) son el mejor somnífero posible… Lástima no poder decir lo mismo de los huecos de la colchoneta hinchable… De todas formas, aquella noche apenas llovió, y durante el resto de días las nubes no fueron más que bonitos adornos pasajeros.
Contemplar el cielo nocturno despejado activó más inolvidables recuerdos de los veranos de Pineta: los miles de millones de estrellas que se apelotonan hechizando la maravillada mirada del urbanita que ignoraba la existencia de tal espectáculo, con las llamadas estrellas fugaces paseando de aquí para allá sus haces de luz no tan fugaces como pudiéramos pensar. Y qué decir de la luna, llena durante los días de nuestra estancia, que cuando aparece tras la montaña ilumina de tal forma que las luces del firmamento se apagan y podemos contemplar nuestra propia sombra. En la ciudad la luz artificial de las calles impide experimentar tal sensación.
El cuadro se completa con los olores. El inconfundible aroma a bosque, a vegetación fresca, a tierra húmeda, a flores, a río… Desde el coche es lo primero que se percibe, la señal de bienvenida al paraíso.
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