Para evitar caer en una depresión aún mayor, huye de Madrid y se refugia en Tiles, el pueblo de su familia materna, perdido en el Pirineo oscense, en Casa Anels, la casa de sus tíos Isolina y Colau. Mientras que Isolina es una mujer cariñosa, familiar, sociable, cálida, su marido es un hombre tosco, rudo, introvertido y parece estar siempre enfadado con el resto del mundo. Solo se lleva bien con Luzer, su perro, tan huraño como su dueño. Pero, lejos de encontrar la paz, el sosiego, la tranquilidad y la estabilidad que esperaba, Brianda sigue sintiendo que algo se le escapa, no entiende qué le está pasando, qué son esas pesadillas, esas visiones, esa angustia de la que no puede escapar. ¿Por qué siente esa atracción tan irracional e inexplicable por ese vecino extranjero que está reconstruyendo la casa de sus antepasados? Neli, una vecina, es la única que parece comprenderla un poco. ¿Podrá ella ayudarle? ¿Sabrá Brianda dejarse ayudar? Aunque al principio Neli no me cayó demasiado bien, al final terminé cogiéndole muchísimo cariño a este personaje. Pero esta, la que transcurre en Tiles y el pueblo de al lado, Aiscle, en la actualidad es solo una parte de la historia. La otra transcurre a finales del siglo XVI, en el mismo escenario y también con una joven Brianda como protagonista. Se trata de Brianda de Lubich, la única heredera del señor más importante del condado de Orrun. Brianda de Lubich se verá obligada a crecer y madurar de golpe por culpa de la muerte de su padre en medio de una guerra entre los leales al conde de Orrun y los rebeldes, que se niegan a acatar su autoridad y la del rey Felipe II. Esta parte ha sido sin duda la que menos me ha gustado. Aunque el final sí que me ha enganchado más, en general me ha resultado pesada, repetitiva, demasiados personajes que me dificultaban saber quién era quién y me liaban muchísimo. Tenía la sensación de que era un pegote, un añadido que no llevaba a ningún sitio y no aportaba nada al resto de la novela. Además, me costaba entrever qué relación podía haber entre las dos partes de la historia, entre las dos Briandas, cuál era la conexión entre la trama del siglo XVI y la actual. Tenía la sensación de estar dentro de un túnel sin salida o que, al menos yo, no era capaz de ver la luz en el interior de esa historia que por momentos me resultaba absurda. Es cierto que, como no podía ser de otra forma, todas las incógnitas se despejan, todas las piezas se unen y las dos tramas se conectan. Pero el importante papel que la magia, la brujería y el misticismo juegan en esta novela no ha terminado de convencerme. No me lo he llegado a creer del todo en ningún momento. Me chirriaba, me impedía meterme completamente en la historia, por más que lo intentaba me quedaba en la superficie. Y creo que ese es precisamente el problema principal de esta historia. Se queda en la superficie. La idea es buena, original, puede dar mucho juego, pero creo que la autora no ha sido capaz de profundizar en ella, de sacarle todo el partido que la trama podía ofrecer. Lo que más me ha gustado es el final, no voy a negar que tenía ganas de llegar a él para descubrir cómo terminaba todo y encontrar las respuestas a todas las preguntas que se nos plantean a lo largo del libro. La ambientación también me ha gustado mucho, así como el tema de la brujería, no tanto por la magia, si no por cómo detalla el clima hostil, de miedo, traición, intolerancia que se puede adueñar de un pueblo sin que nadie sepa cómo ni cuándo ha empezado todo. El poder de las mayorías, los fanatismos, dejarse arrastrar sin ni siquiera plantearse cuál es la verdad...
En definitiva, una novela que aspira a tenerlo todo: Historia, amor, magia, guerras, justicia... y que, sin embargo, se queda en casi nada. Sé que a mucha gente le ha entusiasmado pero yo, desde luego, no regresaría a esta piel. Si te interesa el libro puedes encontrarlo aquí.