Con el reciente comienzo de clases los pequeños del hogar deben modificar sus rutinas con nuevos horarios y actividades; por ello me pareció importante compartir con Uds. algunas recomendaciones.Les propongo comenzar con un cuento ya que ellos y las historias de fantasía son una forma de explicar el mundo y las distintas situaciones de vida. Ordenan y armonizan las experiencias, nos permiten imaginarnos en diversos escenarios y ensayar la resolución de problemas. También nos ayudan a reflexionar acerca de nosotros mismos y nuestro vínculo con los demás. Los cuentos en la infancia cumplen una función pedagógica ya que enseñan cómo vivir, y cómo manejar la experiencia emocional. Los invitó entonces, a compartirlo con sus hijos o alumnos, además, a los grandes también nos vienen bien los cuentos.
Las rutinas son uno de los pilares, junto con el establecimiento de límites, que dan lugar al sistema de auto-regulación. Este sistema nos permite elegir la conducta que resulta conveniente emitir en una situación particular, y manejar adaptativamente la afectividad. Con el consejo del viejo picaflor sabio, Santiago pudo organizar sus actividades sin distraerse y dejar todo a medias y sintiendo que el tiempo nunca le alcanza. La regulación afectiva es vital para el funcionamiento psíquico; influye en la evaluación de consecuencias, la resolución de problemas, la toma de decisiones, y, obviamente, en la autoestima (valor y respeto de mí mismo al respetar mis espacios y tiempos), el autoconocimiento, la empatía (comprender y respetar a otros) y en las relaciones. Este sistema que nos permite regularnos, anatómicamente está compuesto por sistemas neuronales de excitación, y otros de inhibición de conductas. Gráficamente podemos denominarlos “aceleradores y frenos” (Dr. Gold). Con los aceleradores contamos desde el nacimiento, mientras que los frenos deben instalarlos los padres en primera instancia, y luego se instalan a través de todos los vínculos significativos que tenemos, por ejemplo en la escuela. Hay dos tipos de frenos que deben adquirirse: el control de espera y el control de impulsos. El control de espera tiene que ver con el respetar turnos para jugar, para hablar, hacer fila, esperar a estar en el lugar adecuado para realizar la acción deseada. Si el niño/a aprende a darse cuenta cuándo y cuánto hay que esperar puede regular su conducta y sus emociones evitando frustraciones innecesarias. El control de espera se instaura con las rutinas. Por ello es muy importante que se establezcan y se respeten horarios y espacios. La hora de ir a la escuela, el momento de comer, de hacer deberes, de jugar, de ordenar los juguetes, de hacer la cama, la hora de bañarse, y la de irse a dormir. Dar a cada actividad su espacio y su tiempo no solamente colabora con la organización y regulación del niño/a, como en el caso de Santiago el picaflor, sino también con la valoración de dichos tiempos y espacios propios y de otros.
El niño/a va a ir aprendiendo las normas de la casa, de la escuela y de la sociedad, pero ellas deben ser claras y organizadas. El establecimiento de rutinas permitirá que el niño/a desarrolle su capacidad de planificación y organización, y ponga en marcha su asertividad. Esto lo habilita en su curiosidad de explorar el entorno en forma segura, ya que sabe qué esperar y cómo desempeñarse; y también lo habilita a vincularse con otros ya que le brinda autonomía social. Cuando los niño/as tiene la edad suficiente, está bueno organizar las actividades diarias con ellos, esto favorece el diálogo, pasan un rato juntos y ellos empiezan a practicar la toma de decisiones. Es por ello que en esta vuelta a clases los invito a tomarnos el tiempo de organizar las rutinas de la familia, para cumplir con las responsabilidades, respetando el descanso, la higiene, la alimentación y el ocio necesarios.
Post colaborador a cargo de: Lic. en Psicología Valeria ReynoPsicóloga clínica de niños, adolescentes y adultos jóvenes, tanto en diagnóstico como psicoterapia.Tel. de contacto: 094 162353