Como nos decía Anne Frank en su diario:
Aún no he terminado con estas tristes noticias. ¿Has oído hablar alguna vez de rehenes? Es el último invento para castigar a los saboteadores. La cosa más atroz que pueda imaginarse. Ciudadanos inocentes y dignos de todo respeto son arrestados, aguardando en la cárcel su condena. Si el saboteador no aparece, sin ningún preámbulo la Gestapo fusila a cinco rehenes. En los periódicos aparecen frecuentemente los anuncios de defunción de estos hombres, ¡bajo el título de accidente fatal! ¡Hermoso pueblo, los alemanes! ¡Y decir que yo pertenecía a él!
Viernes, 9 de octubre de 1942
Con estas palabras prestadas introduzco la reseña de hoy, para que todo el mundo se sitúe en el contexto de la II Guerra mundial, donde Stefan Heym nos relatará la situación de esos cinco rehenes, cinco de tantos, que serán fusilados.
Todo comienza en un café de Praga, en 1941. El teniente Glasenapp baja a los lavabos, muy ebrio, y se cruza con Janoschilk, el torpe encargado de la limpieza que será, sin saberlo, el último en ver al teniente con vida. Minutos más tarde los compañeros de Glasenapp se dan cuenta de que ha desaparecido y, por consiguiente, la Gestapo decide encarcelar a todos los ocupantes del café en el momento del suceso que, luego sabremos, ha pasado a ser un homicidio. Si el culpable de la muerte de Glasenapp no confiesa, los 20 rehenes serán fusilados.
En las celdas están encerrados de cinco en cinco, tal y como serán ejecutados. Janoschilk, pobre hombre, era más que un simple encargado de los servicios: colaboraba con la resistencia y, pese a no tener ninguna relación con la suerte que ha corrido la víctima, sí que está preocupado, pues de él depende (dependía, más bien) una delicada operación para evitar que un vagón lleno de armamento llegue a las tropas alemanas del frente ruso. Sus otros cuatro compañeros de celda, cada cual más dispar que el anterior, intentarán encontrar la manera de librarse de su sentencia, incluso culpando a los demás de la muerte del teniente, pero allí dentro el único que no se preocupa de su suerte, de su propia persona, es nuestro Janoschilk.
También asistiremos a los intentos del comisario de la gestapo Reinhardt por ocultar la verdad, pues él conoce todo lo relacionado con la muerte del teniente pero, por diversas circunstancias, no le interesa que salga a la luz y, además, sembrar un poco de terror entre los checos nunca está de más.
Es una novela de ritmo bastante lento, que se ambienta entre la cárcel, en la pequeña celda de los rehenes, y el exterior, donde el comisario Renhardt trata de que ningún cabo quede suelto para proceder a eliminar hombres impunemente. Cada uno de los rehenes tendrá su parte de protagonismo en la historia; conoceremos su pasado y sus intenciones futuras pues, a pesar de saber que van a morir, cada uno trata de evadirse de este pensamiento y trazar planes que le permitan seguir adelante con su vida; algunos sacrificándose ellos mismos, otros intentando de sacrificar a los demás en su propio beneficio. Además, conoceremos a personajes “del exterior” que también tienen su parte en todo el entramado de la resistencia checa frente a los nazis y que no pueden luchar abiertamente ni tienen ningún arma ante las torturas e interrogatorios nazis, aunque intentan mantenerse íntegros.
Pero Janischilk es el protagonista indiscutible de la historia, y creo que es uno de los personajes más entrañables que he conocido en mucho tiempo: es un hombre que se hace pasar por alguien algo corto de entendederas, que empieza a hablar y no calla, y que deja a todo el mundo tan desquiciado, que intentan evitarle como sea, dejarle en paz; lo que viene siendo en realidad su objetivo. O quizás él, simplemente, sea así.
-A su servicio, señor -dijo-, el encargado de los lavabos, servidor, ése soy yo. He vivido días mejores, se lo puedo asegurar. Efectivamente, hubo incluso momentos en que ni siquiera me hubiera dignado a mirar a un tipo como yo. Pero es un trabajo honesto y, al fin y al cabo, hay que tener presente que hoy en día no es tan fácil ganarse el pan…
-¡Silencio! -dijo Gruber tras reponerse del sobresalto que le había provocado aquel aluvión de palabras.
Ya lo he comentado, pero siempre digo que me parece que cada libro sobre la II Guerra Mundial es totalmente distinto al anterior, y Rehenes no es una excepción. En este caso, el autor lo vivió de segunda mano, pues su padre fue apresado como rehén y, aunque no fue ejecutado, al poco tiempo se suicidó. Pero ¿qué otra cosa nos podíamos esperar del nazismo? Parece que, después de los campos de exterminio, esto es casi hasta benévolo; solo 5 ejecuciones… En fin. Un acierto el dejarnos un pequeño resumen de la biografía del autor al finalizar la novela: yo jamás había oído su nombre pero, por lo que leí, ha sido un periodista muy famoso por su lucha por la libertad de expresión en la RDA.
Os encontraréis con una trama interesante sobre unos desgraciados personajes que se encuentran inesperadamente con su propio final, sin haber hecho nada para merecerlo, pero que luchan hasta el último minuto. Os acordaréis del pobre Janoschilk al cerrar las páginas, seguro.