Tepco, la compañía que opera la central nuclear de Fukushima, difundió ayer que la radiactividad era diez millones de veces superior a la normal en el agua vertida al mar por la central. Y no pasó nada. Los diarios, digitales y de papel, las radios, las televisiones lo reprodujeron como un dato añadido, sin más. No saltó ninguna alarma especial, dado que, pese a todo, el tsunami de Japón y sus efectos colaterales han sido destronados y es ahora Libia reina por un día en la autocracia de la información. Lo escuché mientras desayunaba y apenas me inmuté, lo reconozco, pese a la buena dicción e impecable modulación de voz del periodista, enfatizando la gravedad y urgencia del asunto.
Mientras escribo esto se ha acercado una abeja a mi balcón. No se ha decidido por ninguna de mis plantas para cumplir su función polinizadora y, tras unas vueltas erráticas mirando la devastación, se ha ido por donde ha venido. No se lo echo en cara, yo habría hecho lo mismo: sobrevolar el paisaje con mirada distraída para, finalmente, continuar el camino hacia otro jardín informativo más frondoso. Y es que encuentro todo tan normal y hasta obvio…