Hay épocas del año, meses me atrevería a decir, con sus propias características y hasta con su propio vocabulario –que empleamos para definir esas características tan intrínsecas-. En junio, en Córdoba, sólo en Córdoba, es de nuestra exclusiva propiedad, hablamos mucho de reinventarnos. Puede ser que no utilicemos esa palabra exactamente, que tampoco me creo yo en posesión de nada, faltaría más, pero sí que recurrimos a equivalentes. Al junio cordobés le pasa algo parecido a lo que a los septiembres y eneros generalistas, de todo el mundo, tratamos de renovarnos, cambiar hábitos, ser más sanos, más controlados, menos nosotros en cierta manera. Indiscutiblemente, esa fiebre de cambio que nos entra de cuando en cuando, en los meses señalados sobre todo, tiene su parte positiva, sus connotaciones adecuadas, porque en realidad lo único que pretendemos es ser mejores, aunque la mayoría de las veces nos quedemos atrapados en los baches y laberintos del camino. La intención es lo que cuenta, eso dicen. Con intentarlo no basta, dicen otros. Nunca terminamos de saber si el vaso se encuentra medio lleno o medio vacío. Aunque puedan entenderse como términos similares, reinvención y adaptación comparten elementos comunes pero no son exactamente lo mismo, porque la adaptación puede derivar en una reinvención obligada, por la coyuntura, por las posibilidades, por lo que sea, que los motivos pueden ser muchos y algunos incontestables. Unos días atrás, en este periódico, pude leer como los tradicionales establecimientos, tan característicos en nuestra ciudad, de merchandising –según las nuevas nomenclaturas-, de recuerdos para entendernos todos, han comenzado a renovarse y modernizarse con el objetivo de adaptarse a los nuevos tiempos y ofrecer un producto más actualizado, así grosso modo y para no complicarnos con explicaciones excesivamente extensas.
El Día de Córdoba