Reírse de un pobre sólo se le ocurre a un ministro

Publicado el 23 mayo 2012 por Carmentxu

La designación de José Ignacio Wert al frente del ministerio de Educación, Cultura y Deporte dice mucho (todo) sobre la importancia que da el Gobierno a estas materias: ninguna. Dice Wert que los presupuestos de Educación son “los óptimos” para las actuales circunstancias, precisamente cuando éstas exigen un mimo especial hacia la cultura y la educación para salir de esta crisis en las que nos han metido precisamente, gentes sin cultura ni educación, aunque, eso sí, con amplios conocimientos adquiridos en uno o más másters en dirección de empresas.

¿Se puede saber qué les enseñan en esas presumiblemente prestigiosas escuelas? Como decía, Wert se descubre cada día más inepto que el anterior para desempeñar semejante cargo, a no ser que el puesto lleve consigo un brindis al sol al frente de un ministerio condenado a la nada y espolear al personal concentrando las críticas mientras el resto de mandatarios desmontan el ya escuálido estado de bienestar tras los fuegos de artificio wertianos. Porque es de wertgüenza (como ya llaman al personaje en las redes sociales) que se mofe de las familias sin recursos para pagar una educación cada vez más elitista económicamente, aduciendo que debe ser porque destinan el dinero a otras cosas (quizá se refiera al smartphone de última generación, el 4×4 especial ciudad, la televisión de pago o la play) y, claro, no hay dinero para todo.

Con ello desprecia este ministro bufón a uno de cada 25 niños que sólo en Catalunya padece malnutrición a causa de la crisis: sólo realizan la comida central del día. Uno de cada cuatro tampoco dispone de material escolar ni ropa adecuada a la época del año. Lo dice un estudio de la Federació d’Entitats d’Atenció i d’Educació a la Infància i l’Adolescència (Fedaia). Imposible hacer zapping y cambiar de canal porque no están en un poblado polvoriento de África ni en un claro del bosque de la selva amazónica. Están aquí entre nosotros en 3D y nos cruzamos con ellos en la calle cada día. Tienen sólo unos pocos años de vida y ya cargan con una pesada mochila a sus espaldas. Y los vemos y oímos correr por los parques, cambiar cromos o gritar que les pasen la pelota, pero Wert, que debió ser el niño pijo de la clase, nunca quería pasar la pelota. Ahora que ha crecido sigue carcajeándose del resto y tirando pelotas fuera y ofreciendo un diálogo, cómo no, franco.