La catedral de Zaragoza entregó una parte de la cabeza del primer inquisidor de Aragón, San Pedro Arbués, custodiado en un relicario original del siglo XVII.
Relicari de San Pedro de Arbués [Fuente Catedral Primada]
El marqués de Spínola, el mismo que retrató Rubens durante su gobierno en Flandes como General de las Armadas españolas y de los Tercios, donó otras tantas cabezas de santos junto a dos de las 11.000 vírgenes (que fueron muchas menos, tan sólo 11, pero las malas traducciones se pegan por la historia como el chapapote) martirizadas junto a Santa Úrsula.
La cabeza de San Alejandro, los cuerpos de San Máximo, San Felipe Mártir y de San Dionisio Mártir (con la autenticación de la reliquia dada por un Cardenal de la Santa Sede) se fueron sumando a la colección durante el siglo XVII.
E incluso en el XVIII, bien avanzado el siglo y como última entrada del listado manuscrito, don Pedro de Aragón, duque de Cardona y Segorbe, entregaba varios relicarios con huesos de San Pablo y de San Pedro Apóstol, partes de las cadenas y de la tierra de la cárcel en la que estuvo apresado, seis cabellos de la Virgen María y un hueso de Santa Ana, “todo con testimonio auténtico de verificación de dichas reliquias” como indica la memoria manuscrita.
Los arzobispos toledanos fueron especialmente prolijos en donaciones. Según la memoria manuscrita, Gil de Albornoz hizo entrega de la mano derecha de Santa Lucía, envuelta en telas del siglo XVII y conservada actualmente en un relicario de plata realizado en Siena en el siglo XIV.
Relicario de Santa Lucía [Fuente Catedral Primada]
Pedro González de Mendoza, compañero de los Reyes Católicos en la toma de Granada de 1492, entregó entre otras la cruz que presidió el final de la conquista desde Torres Bermejas en aquel mes de enero, con un pedazo de la cruz de Cristo (Lignum crucis) en su interior, que ocupa la parte central de la sala.
Relicario del cardenal Mendoza [Fuente Catedral Primada]
García Loaysa y Girón, apasionado coleccionista de cabezas, entregó de su colección privada la de San Florián, dos de los Mártires de la Compañía de San Gereón y otra más de las 11 (mil) vírgenes. Tan sobrado iba de cabezas que donó otras dos sin nombre ni procedencia “de santos cuyos nombres se ignoran” como indica el manuscrito.
Fuesen quienes fuesen, santos eran (o igual no). Bernardo de Sandoval y Rojas añadió más trozos de la cruz de Cristo a la colección, una espina de la corona que llevó durante el calvario, el cuerpo de San Reinaldo Monje y un brazo de Santa Dorotea.
Relicario de Santa Dorotea [Fuente Catedral Primada]
Pero ninguno fue tan generoso según esta relación como don Pascual de Aragón, a quien el coleccionismo de reliquias debía fascinarle. Tras su paso por Italia como embajador de Felipe IV hizo la entrega más espectacular de todas las realizadas por los prelados: los cuerpos de los santos mártires San Olimpo, Santa Aurelia, San Germán, San Procopio y otros que había conseguido durante su estancia en Roma.
En 1674 volvió a obsequiar con el cuerpo de Santa Úrsula, aumentando la nómina de las reliquias procedentes de la vírgenes y mártires alemanas asesinadas por orden de Atila, Rey de los Hunos, que había empezado con las donaciones de Spínola.
También un dedo de San Juan de Dios en un relicario de plata, un relicario variado con restos del apóstol San Andrés, de San Mauro, San Pancracio y otros que el cardenal obtuvo en uno de sus viajes por la ciudad de Amalfi y varias otras reliquias “menores”.
La donación terminó con una camisa de San Felipe Neri y una reliquia que anticipaba la llegada con la que daba inicio este artículo: un hueso de San Ildefonso, patrón de la ciudad, cuyos restos no llegarían hasta el año 2007.
Años después un nuevo arzobispo, Luis Portocarrero, no quiso quedarse atrás y ofreció a la iglesia varias reliquias de su colección, todas de Santa Rosalía, patrona de Sicilia, en una procesión que inevitablemente recuerda a la mucho más reciente de San Ildefonso.
Según el manuscrito Portocarrero “de su palacio trajo el cabildo procesionalmente asistido del Clero, Religiones, y Ciudad el cuerpo de San Magno Mártir en una urna de bronce dorado, y en ella también una copa de vidrio con sangre del mismo santo el 3 de septiembre de 1679″.
A ellas sumó otras reliquias de Santa Sabina, una muela de Santa Teresa de Jesús, una firma en papel y un hueso de Santo Tomás de Villanueva y otro idéntico con firma y hueso de San Carlos Borromeo.
Especialmente interesantes son las entregas que algunos reyes hicieron, sobre todo porque han teñido de leyendas al Ochavo de la Catedral haciéndole poseedor de reliquias que, quizá, nunca existieron. O como nos gusta decir a los españoles: sí existieron y estaban aquí, pero se las llevaron los franceses en el siglo XIX.
El rey Fernando el Católico regaló varios huesos de San Pedro y de San Pablo. Felipe II, el mayor coleccionista de reliquias de la España del siglo XVI, y a quien se debe en gran parte el relicario del monasterio de El Escorial, donó algunos cuerpos tras cuya llegada comenzaron las obras de construcción del Ochavo.
Junto al de Santa Ana (según la memoria manuscrita), el San Eugenio, primer arzobispo toledano, llegaba procedente de la abadía de Saint Denis por decisión personal del Rey Prudente, cuyo escudo flanquea el arca que las contiene.
Relicario de San Eugenio [Fuente Catedral Primada]
Años después, desde el monasterio de San Ghislen en la diócesis de Cambray, el rey hizo traer el cuerpo de Santa Leocadia, que supuestamente había sido evacuado de la ciudad tras la conquista islámica.
Relicario de Santa Leocadia [Fuente Catedral Primada]
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por tulaytula | 11/May/2018 | Historia y tradiciones, Toledo
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