Relación ¿digital? de ayuda

Por Pcelimendiz

Los amables lectores y lectoras de este blog saben que suelo diferenciar, en lo que al Trabajo Social se refiere, el establecer una relación de ayuda con establecer una relación para "dar ayudas".


Porque aunque a veces se confundan, no es lo mismo. Suelo precisar que en este caso el plural, la "s", es relevante. Y me apetece retomar algunas de mis reflexiones al respecto, ahora que con esta crisis del coronavirus, parecen emerger formas de atención que entiendo que hay que contextualizar adecuadamente.
Creo que establecer una relación de ayuda y el establecer una relación para dar ayudas,  responden a modelos de intervención muy diferentes. Dejaremos por un momento otro modelo muy utilizado: dar ayudas para establecer una relación, dado que requiere de una reflexión aparte.
Por ahora vamos a fijarnos en los dos primeros. 
Una relación de ayuda es un encuentro con el otro (en sus más variadas formas desde el indivíduo hasta las comunidades) en un espacio que, necesariamente, ha de ser crítico y transformativo. Crítico para conseguir un cuestionamiento que nos lleve a la comprensión y diagnóstico de la realidad que tenemos enfrente. Y transformativo pues sólo, (y nada más y nada menos), en última instancia lo que se persigue es el cambio del usuario y de su interacción con los contextos en que se desenvuelve. Retroalimentación, vínculo y cambio terapeútico son el campo de juego donde se desarrolla esta relación de ayuda en la cual profesional y cliente se verán comprometidos psicológica y vitalmente.
Una relación para dar ayudas es un instrumento que pone el foco en las necesidades y derechos del cliente y en su provisión. Es un enfoque más sociologico, pues las necesidades vienen definidas socialmente y no en la relación. Se trata de proporcionar dichas ayudas, en forma de prestaciones de diversas formas, en la confianza de que ello llevará a una mejora de la situación del usuario. Las responsabilidades están definidas externamente: las del profesional en cuanto a su eficacia en el manejo de las prestaciones y las del usuario en cuanto al uso adecuado de las mismas.
Como digo son dos modelos bastante diferentes, que están basados en epistemologías distintas. La manera de comprender el mundo por parte del profesional hará que se adscriba a un modelo o a otro. Los diagnósticos y técnicas de intervención varían de igual modo en uno o en otro. Mecanismos de atribución o fenómenos como la delegación o la responsabilidad son interpretados de modo diverso y, con frecuencia, antagonicamente. (Lo cual unido a que los humanos de a pie tenemos una sóla cabeza nos dificulta sobremanera aceptar el eclecticismo en cuanto a modelos que proponen algunos).
Los que se adscriban a este segundo modelo no tendrán demasiadas dificultades en introducir nuevas formas de atencion, como las digitales o virtuales, a las que el aislamiento necesario para contener el virus ha dado especial protagonismo. Todos los elementos fundamentales que hay que garantizar en este modelo pueden hacerse sin contacto físico, desde el diagnóstico a la prescripción y su seguimiento.
Más problemas tendrá seguramente quien pretenda establecer una relación de ayuda como la descrita en el primer modelo sin hacerla fundamentalmente de modo analógico, con contacto o presencia física y utlizando esos métodos virtuales como accesorios de apoyo y no de modo preeminente.
Intentar sustituir el contacto entre dos seres humanos que se tocan, se miran y se sienten en presencia, con la relación que se puede dar entre esos mismos seres humanos a través de dos pantallas o a través de la información que puede viajar en forma de dígitos binarios por las redes eléctricas es cuanto menos difícil. Tal vez pueda hacerse, pero dudo que con la profundidad necesaria como para conseguir ese espacio de encuentro que definía al principio.
Y es que, como todo, el problema no está en la realidad social, sino en cómo la interpretamos en función de nuestros paradigmas. Por ello de esta crisis no podemos sacar ningún modelo organizativo nuevo que no estuviese previamente predeterminado por nuestras creencias.
Quien así lo proponga, creo, está haciendo trampas.