rápidamente llegamos a una conclusión sobre ellas. A la mente egótica le resulta satisfactorio etiquetar a otro ser humano, darle una identidad conceptual, pronunciar juicios severos.
Cada ser humano ha sido condicionado a pensar y comportarse de cierta
manera, condicionado tanto genéticamente como por sus experiencias infantiles y su entorno cultural.
No es que ese ser humano sea así, pero así es como se presenta. Cuando
emites un juicio respecto a alguien, confundes los patrones mentales
condicionados con lo que esa persona es. Esa acción, en sí misma, denota un
patrón profundamente inconsciente y condicionado. Das a esa persona una
identidad conceptual, y esa falsa identidad se convierte en una prisión no sólo para ella, sino también para ti.
Evitar el juicio no implica ignorar lo que el otro hace; implica reconocer que su conducta es una forma de condicionamiento; implica verla y aceptarla tal como es, sin construir una identidad para esa persona a partir del condicionamiento.
Eso te libera a ti y a la otra persona de la identificación con el
condicionamiento, con la forma, con la mente. Entonces el ego ya no rige tu
relación.
y acciones surgirán del deseo y del miedo. Entonces, en las relaciones, o bien
demandarás, o bien temerás algo de la otra persona.
Puede que quieras placer o beneficios materiales, reconocimiento, alabanzas o atención, o fortalecer tu sentido del yo mediante la comparación y el
establecimiento de que eres, tienes o sabes más que la otra persona. Y lo que temes es que ocurra justo lo contrario, que esa persona pueda reducir de algún modo tu sentido del yo.
Cuando diriges tu atención al momento presente —en lugar de usarlo como
un medio para un fin— vas más allá del ego y más allá de la compulsión
inconsciente de usar a la gente como un medio para un fin, siendo el fin tu
propio fortalecimiento a costa de los demás. Cuando prestas toda tu atención a la persona con la que estás interactuando, dejas fuera de la relación el pasado y el futuro, excepto para fines prácticos. Cuando estás plenamente presente en tus encuentros con otras personas, renuncias a la identidad conceptual que has creado para ellas —tu interpretación de quiénes son y de lo que hicieron en el pasado—, y eres capaz de interactuar prescindiendo de los movimientos egóticos del deseo y del miedo. La clave está en la atención, que es una alerta serena.
Cuando recibes como a un noble invitado a cualquiera que venga al espacio del Ahora, cuando permites a cada persona ser como es, él o ella empieza a cambiar.