Nunca gozó de la gran fama que merecía, ni más ni menos que la de ser una de las grandes películas americanas de los 60, y raramente se la ha singularizado de su obra, parece que confinada a ser un espécimen raro camuflado entre multicolores buenos recuerdos. "Days..." sufre de otro "mal", crónico además: casi ni pertenece a Blake Edwards. Dos pesadas etiquetas cayeron sobre ella desde el principio, la de ser un film "de consulta", la última palabra y casi manual sobre lo que tenía que decir el cine de su tiempo sobre una enfermedad social como el alcoholismo y la de presentar una gran historia de amor fracasado por culpa de una adicción.
De ejemplar la verdad es que tiene muy poco ni enarbola una posición consensuada (y recta) sobre un problema tan extendido.
Sería, evaluada según unos parámetros "útiles", un mar de dudas y a ratos casi parecería una apología del disfrute de un vicio - no el único por otra parte del film, aunque se trate de uno del futuro, entonces nada "perseguido": es muy curiosa la escena de Alcohólicos Anónimos con todos los presentes envueltos en una nube de humo de tabaco -, no seguiría las fases adecuadas, no señalaría rutinas ni advertiría de los riesgos más comunes (no vemos ni un sólo bar, ni una licorería, ni un ambiente que normalice hábitos) veríamos cómo a menudo se recae con alegría y se remonta circunspectamente en contra de lo "correcto" y cómo no saca conclusiones generales más allá que de las que pueden recogerse de entre las cenizas de cada episodio.
Se enamoran en un embarcadero con él ebrio y ella agarrada a una confianza súbita (de las que parecen de ida y vuelta) depositada en un desconocido, no vemos cómo se casan, ni cómo se mudan a un bonito apartamento, ni cómo nace su hija, ni cómo crece, ni cómo viven en pareja.
No hay "escena del pomelo" como en Ray, ni una mirada furtiva a un sofá como en "The wings of eagles", esos instantes suficientes para que se sienta fehacientemente lo que dos personas significan una para la otra por muchos problemas que los separen.
El poema del inglés Ernest Dowson del que se extrae el título del film queda completamente en off: de esos cortos días de vino y rosas no parecen conscientes sus criaturas, no los recordarán, no serán apoyo para los malos momentos. A nosotros los espectadores nos son escamoteados para prepararnos para afrontar la soledad a la que están condenados.
Es el monstruo marino que aparecía en las pesadillas de la pequeña Kristen, del que también se acuerda ella en esa aludida primera esa escena clave a las tantas de la madrugada - donde está toda la película sublimemente concentrada en un plano medio sin el contraplano del sucio mar del que hablan -, que ni se podía figurar que sabía a chocolate (un brandy Alexander, su primera copa), el único protagonista y corazón del film.
Desde ese punto de vista de cine de horror - no muy distinto del de "Experiment in terror", que hasta podría ser un título intercambiable entre ambos films - de amenaza silenciosa e intolerable, se puede entender mejor una de las películas más devastadoras concebidas nunca.
Tan hirientes como cualquiera de los episodios tremendos atravesados por la pareja (pero siempre en solitario, cada uno por su lado: él con la camisa de fuerza, ella ida en el motel, ella de nuevo prendiendo fuego a su casa, él en el invernadero...) son las palabras de desconfianza del padre de ella (Charles Bickford) al conocer a Joe o ya al final, la mezcla de resentimiento y resignación que le invade cuando ha dado por perdida a su hija.