Nos encontramos ante un dispositivo totalmente popularizado a través de fuertes campañas de marketing y por el halo de modernidad que se desprende de su uso. Sin embargo, a pesar de los innegables beneficios que ofrece, cabe preguntarse acerca de sus inconvenientes. Es innegable que a veces es más atractivo el propio uso en sí que la necesidad de uso. Es decir, que el canal, el medio, se convierte en un elemento más motivador que el mensaje en sí.
¿Puede llegar a generar dependencia esta atracción? ¿Podemos llegar a caer ante la magia de la hiperconectividad? Sin duda, pero no más que las dependencias comunes existentes antes de la llegada del móvil. El ser humano tiene una faceta adictiva que desarrolla ante diversos estímulos: drogas, tragaperras, videojuegos, deporte-espectáculo, un mando a distancia, series de televisión… por lo que una tecnología capaz de proporcionar todo lo que nos facilita un smartphone con conexión a Internet no podía estar exenta de este factor riesgo. Sin embargo, con los móviles aparece una nueva dimensión de atracción, un factor que acrecenta la capacidad de dependencia. Y está basada precisamente en la ubicuidad del medio: podemos llevarnos la oficina a casa, o la casa a la oficina, solapando dos dimensiones que antes permanecían separadas. Está ubicuidad afecta igualmente a las relaciones sociales, pues pueden llegarse a solapar las relaciones físicas, en primera persona, con las digitales. Es decir, en grupo de amigos, en un encuentro presencial, la comunicación cara a cara puede verse mermada por la comunicación con los no presentes a través de las diferentes vías de contacto digital disponibles, como whatsapp, Facebook o, más tradicional, el correo electrónico. Los medios sociales pueden acercarnos a los que están lejos, pero a veces nos alejan de los que está cerca. Radio 5. Todo Información . Aportación al programa de Gloria Cacho (13 de junio 2013)alfonsovazquez.comciberantropólogo