Relájate, te va a doler – @EricaJade_es

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

Salgo de casa de Nuria decepcionada. Sólo quería compartir este momento de felicidad con ella pero, aunque luego ha intentado suavizarlo, lo primero que ha dicho al ver mi entusiasmo ha sido “relájate, te va a doler”.  Sí, está casado, ya lo sé.

Está casado, y tiene un hijo, y tiene su casa a ochocientos kilómetros. Todo eso lo sé, como sé que no seré su prioridad, y lo sé desde antes de esta charla realista con Nuria que me ha caído como un puñetazo en el estómago. Yo sólo quería poder compartir esta alegría que me embarga con mi amiga. Pero no he podido compartir nada porque a cada retazo de felicidad que yo le contaba, ella alegaba varias razones con las que cuestionar la situación. La situación. Joder, lo que tengo con Mario no es una situación, es una historia, y es real. Lo que sentimos es real, y precioso, y sincero. Siento que una lágrima se desliza por mi cara. Trago. Siendo sincera, Nuria no ha hecho mas que poner sobre la mesa todo aquello que me ha hecho dudar desde el principio y que he ido relegando siempre al fondo de mi mente.

Hace ya tres meses que comenzamos a vernos a solas, Mario y yo, tres meses en que no dejo de sonreír un solo día y en los que me siento mejor de lo que me he sentido en toda mi vida. Me encanta su sinceridad, ésa que desde el primer día me habló de su situación y de lo difícil que es a veces mantener una relación llena de amor, rutina y distancia para llenar la nevera, la cartera del niño y pagar las facturas. Me encanta la manera en que me mira, en que sonríe; me embobo en su cuerpo. Vino para estar un año y va relativamente a menudo a su casa pero no todos los fines de semana, pocos se pueden permitir costearse vuelos cada semana. Doy un rodeo de camino a casa, quiero serenarme un poco y quitarme este malestar. Pasear siempre me calma.

Pienso en Mario y todo tiene sentido, pero ahora la cantinela de mi conciencia arrecia. Suena el móvil y cuando veo que es Nuria dudo si contestar. Al final lo hago y me pide que vuelva a su casa, que no nos quedemos mal las dos. Cuando me abre no tiene buena cara.

– Lo siento, Cres.

Y me abraza. Nos abrazamos.

– Sé que tienes razón en la mayoría de las cosas, pero…

Levanta la mano y me frena, no me deja hablar, y su mirada me dice más de lo que pudieran expresar en palabras. Prepara café y hay un silencio tenso, poco habitual entre nosotras. Por fin se sienta frente a mí, con el café humeante entre las manos, al que parece aferrarse sin decidirse a hablar.

– No pasa nada.

– Cres, por favor, déjame explicarme. Me siento mal por cómo te he hablado, aunque sigo pensando lo mismo, que deberías salir de ahí. Te dolerá demasiado.

Hace una pausa que se me hace eterna, pero esta vez no la interrumpo y, cuando por fin se arranca a hablar, su tono es bajo, suave, y su mirada ya no me esquiva, enfrenta la mía, rendida.  “Se llama Quique y es el amor de mi vida”, así de rotunda comienza a contarme su historia, una historia un poco tormentosa de la que yo no tenía ni idea y en la que nunca hubiera imaginado a mi amiga. Me cuenta que también lo conoció en el trabajo, que fue un profesor que estuvo en su centro el año pasado, y que aunque ella al principio no supo que estaba casado, cuando se enteró ya no pudo dejarlo, estaba enamorada hasta las trancas. Quique no lo negó cuando ella le enfrentó pero la espina de haberse enterado por otro lado, aún seguía ahí. Él se iba a casa todos los fines de semana pero el resto de días eran para ella, y Nuria los vivió con una intensidad que aún le hacía temblar la voz. Nunca le prometió nada, pero tampoco negaba… Quizás podrían quedar de vez en cuando, al acabar el curso, todo era querer. Y a pocos, ella se fue ilusionando, fue forjando momentos futuros donde en ambos los sentimientos crecían, y en los que se fueron asentando los cimientos de la persona que tenía enfrente.

De la bofetada de realidad que recibió Nuria aún no se ha repuesto, puedo verlo reflejado en su cara y en su tono. Calla.

– ¿Y qué pasó? Porque no está contigo…

– Pasó que se dejaba llevar tanto por su realidad, en cada momento, sin cuestionarse nada más, que estando aquí se adaptó a estar conmigo y cuando se fue, se adaptó a no verme. ¿No te parece una sencilla manera de vivir?

Y aquí, mi amiga se derrumba, y es que hay ciertas puertas que una se resiste a abrir porque nos suele gustar guardar nuestros fantasmas; nos suelen parecer únicos, y el miedo a no ser comprendidas en nuestro dolor, nos atrinchera tras esas puertas. Pienso en todo el tiempo que la he estado viendo sin saber esto, sin intuir siquiera que pudiera estar pasándolo mal. Las máscaras que usamos son mejores de lo que creemos, está claro. Me acerco y la abrazo, y su llanto crece. La acuno y lloro con ella.

No necesito saber más detalles, ahora entiendo su reacción inicial con mi historia.

Esa noche no encuentro sonrisa alguna a mano. Este fin de semana Mario se marcha a su casa, y me alegro, porque no podría enfrentarlo con el poso que me ha dejado Nuria. Duermo poco. Comparo mi historia con la suya y no encuentro ninguna similitud, excepto en que él está casado. Bueno, y que todo sólo hay afecto en privado, nada de demostraciones en público. Sé que hay sinceridad en lo que tenemos pero es cierto que no me he parado a pensar en cuánto va a durar o en qué pasará cuando él se vaya. En parte entiendo a Quique, en lo de vivir en cada momento eso que la vida te trae, pero no se me escapa que es algo irresponsable porque al fin y al cabo todo tiene unos efectos a posteriori. ¿Estoy siendo irresponsable? ¿Estoy viviendo demasiado al día? Una parte de mí se niega a renunciar a nada. No quiero renunciar a Mario. ¿Por qué habría de hacerlo?

Mi termómetro siempre ha sido cómo me siento, mi cabeza ha sido un actor secundario. Es la primera vez que dejo paso a las dudas, pero claro, es la primera vez que siento esto… Y así paso el fin de semana, sin llegar a una conclusión clara, pero con la determinación de que, a menos que él lo pare, esto durará mientras él siga aquí o desvirtuemos lo que existe ahora mismo entre nosotros. Porque lo único que tengo claro es que no renuncio a lo que siento.

Hoy en la oficina me siento nerviosa, como si él fuera a radiografiarme y ver esa pequeña luz de duda que hasta hoy no existía. Y llega, y no me mira siquiera, y siento que el corazón se me va a salir por la boca. Saltan las alarmas y la Cres calmada, con aparentemente todo bajo control, se diluye. Cierro los ojos, respiro. “Será todo como tenga que ser”, me digo, esperando que ese mantra que tan efectivo suele ser para mí también surta efecto esta vez.

Mario me llama a su oficina, como siempre, y me pide lo de siempre, café para los dos y la agenda. Sólo espero que no note en el café el temblor de manos. Veo que se levanta cuando entro… “¿Dónde va? ¿Qué pasa esta mañana?”

– Buenos días, princesa. – Me dice acercándose y agarrando mi cintura.

Y no me da tiempo a reaccionar, me besa. Se mezclan la sorpresa, el alivio y la ilusión. Mi cabeza se para. Mi mundo se para. Siento el tiempo detenido y no sé cuánto dura el beso. Entonces recuerdo que la puerta siempre está abierta y me aparto con suavidad. Intento preguntarle, saber, pero la ternura en su mirada y la caricia en mi cara me responden a cualquier pregunta que mi mente pudiera inventar.

– Eres tú, tú eres mi hogar.

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