Hay una palabra que, desde hace tiempo y aplicada a un ámbito concreto, me genera un repelús terrible, esa palabra es relato cuando se aplica al ámbito político y público. Cada vez que oigo a algún experto en comunicación hablar del relato se me eriza la piel, me brinca el estómago y me da una rabia difícil de describir. Sé que quizás estoy tirando piedras sobre mi propio tejado, me dedico a la comunicación, pero creo que es precisamente la construcción de ese relato sobre la nada el que está produciendo situaciones que la ciudadanía, en general, no se merece.
La narración, el 'storytelling' -que dicen algunos para darle cierta importancia-, se sitúa por encima de los hechos y su comunicación, lo que nos condena a vivir en una historia que nos atrapa y que ni entendemos, porque la realidad que nos devora es otra y, en ella, el relato tiene poca cabida. El relato no se gana, como se suele decir, el relato se construye a través de acciones verdaderas, lo otro es artificio.
La gestión de la pandemia, desgraciadamente, no ha sido una excepción. Los científicos imploran por que las decisiones que toman los políticos se basen en la evidencia mientras asistimos a espectáculos diseñados en su mayoría por los especialistas en comunicación, quienes hemos ido arañando el lugar a los expertos.
Ya lo decía Manuel Jabois después de la terrible puesta en escena de la reunión entre el presidente del Gobierno de España y la presidenta de la Comunidad de Madrid hace solo unas semanas. "Miguel Ángel Rodríguez e Iván Redondo son muy buenos en lo suyo, pero lo suyo a nosotros nos da igual".
Creo que si en algo coincidimos todos es que no queremos más construcción de relato vacuo, que necesitamos anclajes en una realidad que nos ha desbordado y esos soportes, como no, deben venir de las personas que toman decisiones por y para nosotros. Necesitamos que se atienda a quienes saben, que se dejen de contar y que comiencen a hacer. El postureo ya da más que pereza, da rabia, impotencia y una sensación de inseguridad que no podemos permitirnos en las circunstancias actuales.
Los responsables de comunicación dejémonos de jugar a ser importantes manejando esas narrativas sin sentido y empeñémonos en hacer nuestra verdadera labor, la de comunicar lo que realmente se hace y ayudemos a los demás a saber lo que pueden hacer. La ciudadanía ya no soporta más irrealidad porque ya vivimos en un mundo tremendamente irreal. Abandonen el relato para el bien político individual y pasen a la acción por el bien común.