Relato de fantasía: La deuda

Por Déborah F. Muñoz @DeborahFMu

De nuevo uso las cartas Fatum como base para un relato, esto es lo que significa:

El personaje es una mujer orco, artista, examante de un draconiano, lacaya de un hechicero, cuyo origen es un puerto. Le marcó en su pasado una hechicera capaz de transformarse en bestia. Su motivación es una deuda que tiene con una pícara que habla en nombre de una deidad.


Gasdag tenía que pagar su deuda con Lidsa. Daba igual que no creyera en el dios de los ladrones, por el que esa pícara decía hablar, o que el hechicero que la tenía en nómina no viera con buenos ojos que se relacionara con ella. Tenía que hacerlo.


Años atrás, Lidsa le había salvado de la esclavitud junto a su entonces amante después de que ambos se enfrentaran a la hechicera cambiaformas que dominaba el puerto en el que se habían criado y se convirtieran en sus juguetes. Daba igual que lo hubiera hecho todo para derrocar a la hechicera y que el puerto volviera a ser franco, lo que favorecía los intereses del clero al que pertenecía, que no dejaba de ser una banda de ladrones encubierta. El caso era que los había liberado y le debían su libertad.

Drac ya había saldado su deuda dejando escapar a unos cuantos prisioneros de la fortaleza en la que era soldado. Un trabajo fácil. Eran tan gregarios que se habían horrorizado cuando se enteraron de que Gasdag tenía una relación con él y había tenido que dejarla para conseguir que le aceptaran en la fortaleza; ninguno sospechaba siquiera que permitiría escapar a un montón de ladronzuelos humanos y todavía pensaban que habían logrado huir gracias a la magia o a algún otro pícaro que les ayudó desde el exterior.

Ahora le tocaba a Gasdag hacer su parte. Maldijo el día en que le comentó a Lidsa que era artista, porque para saldar su deuda debía componer una canción que contuviera una serie de frases en un orden muy concreto, aunque pudiera haber más estrofas entre medias. Una petición que, en principio, parecía muy inocente, pero que podía tener consecuencias catastróficas si no tenía cuidado y la entonaba un bardo con habilidades mágicas.

Esas frases tenían el potencial de incitar a la gente a rebelarse y a acabar con toda autoridad. Aunque en otros lugares los orcos como ella se alimentaban del caos, ella solo quería seguir con su vida fácil y tranquila en ese puerto franco que era su hogar, que llevaba la bandera de la neutralidad desde el día que la cambiaformas cayó en desgracia.

Así pues, tuvo mucho cuidado a la hora de componer. En vez de un himno movido, creó una nana, y las estrofas entre frase y frase eran tan tranquilizadoras que transformaban ese potencial revolucionario en algo tranquilizador y conformista, incitando a los oyentes a aceptar lo malo sin rechistar demasiado.

Para su sorpresa, Lidsa se mostró de lo más satisfecha cuando le entregó la canción y le dijo que la deuda estaba más que saldada porque era exactamente lo que quería. No entendería por qué hasta que empezaran a circular rumores sobre gente a la que habían robado a plena vista, sin ninguna clase de violencia. Todos ellos tenían en común recuerdos vagos sobre una dulce melodía y sobre unos ladrones que, amablemente, les pedían que les entregaran sus pertenencias sin rechistar.


Por un momento, se sintió tentada de ir en busca de Lidsa y de recriminarla por haberla manipulado. No obstante, se lo pensó mejor. No hacían daño a nadie y, para qué engañarse, había sido una pequeño engaño brillante. Quizás sí que existiera un dios de los ladrones y ella fuera su sacerdotisa, después de todo.


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