Relato: Doble traición

Por Déborah F. Muñoz @DeborahFMu

Otro relato en base a las cartas Fatum. En este caso, este es el planteamiento inicial:

Cambiaformas secuaz de un centauro y padre de un draconiano. Su origen es unas ruinas y ha sido pirata. Le marcó en su pasado su amistad con una mujer bestia hija del propietario de un objeto mágico y su motivación es que un artificiero, maestro de un lord, le ayude.

Doble traición

Había adoptado la forma de un centauro para agradar a Crin de Viento, pero se sentía como su perrito faldero. Le llevaba de un lado para otro, siempre tres pasos por detrás, y solo le dejaba adelantarle cuando tocaba hacer el trabajo sucio. No se sentía tan miserable desde que se marchó de las ruinas en las que se crió, y echaba de menos el mar.

El problema era que no podía volver allí, era demasiado peligroso. Los soldados del rey habían inventado un arma capaz de hundir barcos piratas en cuanto los tenían a la vista, y salir a rapiñar era poco menos que un suicidio. Así que había dejado a su hijo al cargo del barco, escondido en una ensenada perteneciente a una vieja amiga, mientras partía en busca de una defensa efectiva. No era un arreglo ideal: los draconianos y los hombres bestia no se llevaban bien, pero le debían un favor y el padre de ella poseía un objeto mágico capaz de ocultar el barco, así que era el único lugar donde un pirata podría estar seguro.

Por suerte, parecía que su periplo estaba a punto de finalizar. Después de tantos meses, Crin de Viento por fin se iba a reunir con unos traficantes que llevaban una carga de un mineral especial. Ese ingrediente era muy deseado por el artificiero con el que había contactado, que le daría un arma capaz de proteger a su barco de los cazadores del Rey a cambio de su ayuda. Ni a él ni a su señor les agradaba hacer tratos con cambiaformas, pero no les quedaba otro remedio si querían conseguir el mineral y, de paso, acabar con los traficantes y con Crin de Viento.


Había aceptado sin pensarlo; parecía fácil. Solo tenía que infiltrarse, abrir ojos y oídos para averiguar dónde y cuándo sería el intercambio y escabullirse para dar la información a su contacto, algo fácil cuando podías cambiar de forma. Lo que no había esperado era que Crin de Viento tardara tanto en concertar esa reunión y tuviera que pasar meses atrapado en ese bosque, haciendo de secuaz de semejante idiota.

Así que no podía estar más contento cuando cumplió con su parte, pero entonces le hicieron una última exigencia: que se mantuviera en su puesto y contribuyera a generar el caos desde dentro cuando les emboscaran. Afirmaron que le darían su premio cuando la emboscada hubiera acabado.

¿Solo en el bosque, rodeado de soldados al servicio de un lord que había jurado acabar con el mal en sus tierras? Quedaba claro que le traicionarían.

Cuando el intercambio entre los centauros y los traficantes estaba en su punto álgido y las flechas comenzaron a volar, cambió su forma para que pareciera que una le había atravesado el ojo y se tumbó en el suelo, muy quieto. La batalla acabó rápido y, tal y como esperaba, escuchó al señor del artificiero decir, cuando se acercó a su supuesto cadáver:

-Una flecha perdida nos ha ahorrado tener que matar a ese engendro. Mejor, así no faltaremos a nuestra palabra.

-No íbamos a faltar, de todos modos, mi señor -respondió el artificiero-. El arma que pedía está escondida entre los árboles. La idea era dársela, lo que habría cumplido el trato, y luego matarle por pirata y traidor.

Eso era todo lo que necesitaba oír para ejecutar su venganza. Cambió su forma y, antes de que pudieran darse cuenta de lo que pasaba, la bestia en que se había convertido les había despedazado. Antes de que los soldados lograran reaccionar, volvió a cambiar hasta transformarse en un ratoncillo que se escabulló entre la espesura.

Se dispersaron para dar con él, pero eso jugaba a su favor. Cuando encontraba a uno cerca, volvía a cambiar y acababa con él, tras lo cual se transformaba de nuevo en un insignificante ratoncillo. Pronto, los que no habían muerto, huían en desbandada, y pudo dedicarse a buscar entre los árboles el preciado objeto que buscaba.


Cuando por fin lo encontró, sonrió. Se lo ató bien a la cintura y, adoptando una de sus formas favoritas, el hombre alado, emprendió el vuelo de vuelta al barco. Ahora que podían defenderse de los ataques del rey, volvería a ser el terror del mar.


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