Relato: “El gran parecido” por Natalia S. Castrege

Por Naticastrege

“Disculpe señor, usted es…?”
No lo dejo terminar y con mi peor cara de cansado, con voz molesta y cortante le digo “No, no soy”.
Ah disculpe, es que es usted muy parecido entonces, ¿se lo han dicho?
“No sea ridículo hombre” le contesto, y me doy vuelta para seguir.
Hace unos meses que un 50% de la gente que cruzo se me queda mirando o me dice que tengo un gran parecido a un actor que se hizo popularmente reconocido por una serie de una cadena internacional.
Me pregunto si la gente no se da cuenta que ese actor jamás caminaría sin custodia por una ciudad, o se vestiría con un traje tan viejo como el mío, ni hablaría el español, ni iría a trabajar a una oficina. Sin embargo, ser parecido a alguien es casi un elogio, o una curiosidad, y la gente no puede aguantarse la necesidad de nombrarlo.
Cuando mis compañeros de trabajo empezaron a insistir en que mi cara y mis expresiones eran parecidas a la de este hombre, me reí. En verdad no tenía ni idea de qué me hablaban, pero a ellos parecía agradarles que yo me parezca a alguien de Hollywood. Ellos continuaron varias semanas con los comentarios, que al fin de cuentas terminaron por agotarme y enojarme un poco. ¿A quién le importan los parecidos?. Nunca me dieron conversación ni me preguntaron qué tal, pero de repente, por un insignificante parecido, pasé a ser el centro de atención. ¿Sacaría algún rédito de esto?. Ninguno por supuesto. Ser parecido a alguien es lo menos original y meritorio del mundo. Lo peor de todo es que me hacen repetir una frase, típica de esta serie, mientras preparan sus celulares para filmarme. Hasta propusieron que yo aparezca diciéndola en el próximo institucional de la empresa. Me río para no llorar.

Subete Marcus, el mundo es nuestro

Cuando me mostraban algunas fotos del actor en la hora del café mi impresión era: “Bueno, tal vez tenga un leve aire, la forma de los ojos o la boca”. Pero finalmente mi conclusión era, “Sí, podría ser un primo, lejano, pero no lo soy”.
La cosa es que se generó una especie de reacción en cadena pues el mozo del bar donde concurro habitualmente también me lo dijo; la chica que atiende el kiosco donde compro mis cigarrillos cada mañana, cuando me daba el vuelto, también lo mencionó; el portero del edificio en una charla del consorcio y en el medio de una discusión de los propietarios deudores dijo:
“El señor Jorge Aran, del 5to A tiene una deuda de 63.000 pesos con 50 centavos. A propósito Pedro, usted se parece al actor de la serie que estamos viendo con mi señora. En la avenida hay un cartel enorme. ¿Qué se siente ser tan famoso?”.
Como no me esperaba este comentario, en medio de una discusión de consorcio, ni tampoco las miradas del resto de la gente, que enseguida empezó a asentar con la cabeza y a decir “es verdad, es igual”, me sonrojé un poco, y para esquivar los comentarios inútiles, me levanté y dije, tratando de ser gracioso: “Me están esperando para filmar una escena”, y me fui. Nunca me había ido antes de una reunión de consorcio. Siempre me quedo ayudando a ordenar las sillas, pero esta vez, el impulso fue más fuerte.
Cuando llegué a mi departamento esa noche, un poco avergonzado por mi reacción, fui hasta mi escritorio, abrí mi computadora y lo busqué. Miré fotos del actor en otras películas, que desconocía, algunas de comedia, otras de ficción, los premios que había ganado, las mujeres con las que se había casado, etc. Pero realmente no soy muy cinéfilo y esto de las series no me llama la atención. Ni siquiera sé cómo hacer para verlas. Siempre que intento bajar alguna lleno mi máquina de cientos de virus que la hacen más lenta e inservible.
Enseguida empecé a preguntarme cuánta gente mira esta serie. Si en mi país la gente se asombraba, no quiero ni pensar lo que sería en los Estados Unidos. La gente se querría sacar fotos conmigo.
¡Justo yo tengo que ser el que se parece!. Estoy seguro de que otras personas sacarían algún beneficio, por ejemplo mi compañero de trabajo Ricardo, que siempre va a la oficina vestido para una fiesta, impecable, el pelo con gomina, el traje recién salido de la tintorería. Se debe preparar como dos horas antes y aún así la chica de la segunda planta, a la que siempre hace bromas e invita a salir, todavía no le dio ni la hora. Es una chica muy guapa, y debe tener varios amantes pero ninguno le interesa demasiado. Una vez viajamos juntos en el bus y ella se sentó al lado mío. Yo me puse muy nervioso y me transpiraban las manos. Ella, muy fresca, me contó todo lo que tenía que comprar en el supermercado ese día, me habló de que se quería mudar y de que tenía dos hermanos, y que yo le hacía acordar a uno, con el que no se habla desde que él se fue a vivir al extranjero. Casi llorando me dijo que lo extrañaba pero que no sabía si lo volvería a ver. Cuando llegó la hora de bajarme, quise continuar con la charla, pero ella recomponiéndose me dijo: “‘¿Pedro usted baja aquí?”, y no me quedó otra que bajarme. Otra vez la volví a cruzar en el ascensor del trabajo, pero Ricardo se encargó de darle charla. Otras veces tuve que dejar informes cerca de su escritorio, pero nunca me animé a preguntarle nada, aunque ella seguía saludándome con una sonrisa amable.
A veces las personas sólo necesitan un buen oído que las escuche, y resulta que yo soy bueno para escuchar. Tampoco mi vida es tan interesante como llenar horas de conversación fascinante.
Nunca me gustaron los elogios ni llamar demasiado la atención. Soy bastante solitario, y disfruto esa soledad.
No me interesa agradar a nadie, pero a veces mi forma de ser atrae a personas que les intriga conocerme.

El Aleph

Una vez una maestra de 6to grado me dijo que tenía que hacer un esfuerzo por sociabilizar. Ni siquiera entendí qué significaba esa palabra, pero me di cuenta por contexto que debía integrarme a alguno de los grupos que ya estaban formados en el aula. Y lo intenté, pero no encajé en ninguno.
Lo más curioso fue que el martes por la tarde lo encontré a Ramiro, uno de los líderes en la escuela, en el dentista. Yo no suelo ir a ese dentista, pero me lo recomendaron especialmente para un tratamiento que debo hacerme. Cuando llegué al consultorio me dirigí hacia la secretaria y me anuncié. Cuando volví a sentarme, mi ex compañero, saltó de la silla con cara de sorprendido y en voz alta dijo: “Pedrito querido, qué alegría viejo, tanto tiempo!”. Yo lo reconocí enseguida, la verdad es que, salvo por algunas arrugas, está igual que siempre. Y parece que yo debo conservar algo de esa adolescencia, porque él no dudó ni un segundo en que fuera yo.
A pesar de mi resistencia interna y mi confusión, tuvimos una charla amena hasta que él entró al consultorio.
Es muy extraño como a la distancia las cosas y las personas se ven distintas. Como si el hecho de no habernos visto todo este tiempo haya despertado una nostalgia, o algún tipo de cariño. Éramos chicos y a veces cuando uno es chico ve las cosas de otra manera. Yo que sé!.
Esa misma noche soñé con él y con mis compañeros. Estábamos en el gimnasio de la escuela y yo entraba vestido con ropa de oficina, pero de la buena. Todos se daban vuelta y venían a abrazarme, pero en vez de llamarme Pedro me decían “Oliver”, el nombre del actor al que me parezco. De repente el gimnasio estaba lleno de gente y todos me aplaudían, pero mi vista se nublaba y sólo veía a la profesora de literatura, que con un libro en la mano- El Aleph-me susurraba “Beatriz, Beatriz querida”.
Me desperté absolutamente confundido por ese sueño, que me pareció muy real y vívido.
Pero Beatriz no estaba en el sueño.
Beatriz fue compañera nuestra en los dos primeros años del bachiller. Su padre, que trabajaba para una empresa de cereales, fue trasladado al interior del país y toda la familia tuvo que emigrar. Ella era una persona muy alegre y muy buena conmigo.

Ring, ring

– “Hola, mi nombre es Pedro, en qué puedo ayudarlo”
– “Pedro querido, Ramiro, tu compañero, tenés unos minutos”
– “Ramiro, si digame. Perdón decime, pasó algo?
– Noo nada, nada malo. A raiz de que te vi aquel día se me ocurrió organizar un encuentro con todos nuestros ex compañeros. ¿Me podrías ayudar a contactarlos?.
En ese momento mi corazón empezó a latir rápidamente, pensé en si me gustaría verlos a todos nuevamente. Enseguida me salió dar una excusa.
– “Mirá Ramiro, vos sabés que yo no tuve mucha relación con la mayoría y no tengo los contactos de nadie. Bueno, a Marisol de vez en cuando la cruzo porque vive a la vuelta de casa, pero..
– “Hagamos una cosa” me dijo Ramiro, “venite hoy a la noche a mi casa, tomamos unas cervezas, te presento a mi familia. Hoy es el cumpleaños de una amiga de mi mujer, así que se va a ir con las nenas, y nosotros podemos empezar a planificar todo. ¿Qué te parece?”.
– ¿Hoy a la noche? contesté.
Quería decirle que NO, pero no tenía ningún plan ni otra excusa, por lo que me salió decir: “¿Como a las 20?, pasame la dirección”.
La simple idea de tener un plan me empezó a entusiasmar. Estuve todo el día pensando en la reunión, ¿Cómo sería reencontrarme con todos?.
Trabajé con una sonrisa e hice bromas con mis compañeros.
¿Pedrito estás contento hoy? me decían mis compañeros, a lo que yo respondía: “El mundo es nuestro Marcus”.
Salí del trabajo a las 18hs en punto y fui directo al centro a comprarme algo de ropa. Hacía algunos años que no compraba ropa normal, como para salir o tomar unas cervezas.
Me fui a un lugar que siempre me pareció caro, y sin importarme, me compré dos vaqueros, varias remeras, un sweater, medias y calzoncillos. Por primera vez no sentí ningún tipo de culpa ni me pareció una idiotez hacerlo. Es más, lo disfruté. Luego pasé por una vinería y compré un buen vino para llevar. Fui a mi casa, me di un baño, llamé un taxi, y salí. 
No puedo decir que fue un encuentro perfecto, pero fue maravilloso. ¿Cómo podía ser que dos personas con nada en común, sólo haber estado en el mismo aula durante 10 años, ahora tengan tanto de que hablar?.
Hablamos de política, de mi trabajo, de mi parecido con el actor (hasta su señora lo nombró al irse), de la vejez, de los proyectos, de los compañeros, de las maestras.
Nunca nombramos mi fobia social, pero parecía no importar. Él valoraba mi observación pasiva de todo, y hasta sentí que podía comprender mi comportamiento durante esos años. Ahora él podía verlo de otra manera.

Acción

Nos juntamos exactamente seis veces para organizar el encuentro, y en las últimas dos reuniones ya éramos cinco: Ramiro, Juan, Manuel, Ruth y yo.
Logramos contactar a casi todos, aunque Beatriz seguía sin aparecer. No encontramos ningún rastro de ella. Supusimos que viviría en el exterior, aunque Ruth dijo haber encontrado a su hermana por la red social, pero ella nunca contestó el mensaje que le mandó contándole de la reunión.
Para la reunión conseguimos un salón en un club de golf. Algunos de mis compañeros están en buena posición económica y como son socios, pudieron pedirlo prestado.
Yo me encargué de seleccionar la música, Ruth de la comida, Ramiro de la logística, Juan de las bebidas y Manuel de hacer un grupo en el teléfono y llenarlo de bromas y memes. Un buen equipo!.
Comida, aperitivos, buenas charlas, sorpresas, anécdotas. El ser parte de la organización hizo que me sintiera más relajado y cómodo. No hubo uno que no nombrara mi parecido al actor.
Ruth y Manuel me sugerían hacerme pasar por él en la vida, como un juego. Había mucho alcohol y esos encuentros no se dan dos veces, por lo que, lejos de molestarme, yo les seguía la corriente y bromeaba haciéndome pasar por el actor y recitando su frase célebre.
Cuando la reunión estaba por terminar, entró por la puerta una mujer. Era tal el nivel de alcohol de todos, que quedamos petrificados ante tanta hermosura y elegancia. Era Beatriz que se reía y, sin soltar la valija de la mano, caminaba hacia nosotros cada vez más rápido. La primera en reaccionar fue Ruth, que salió a abrazarla: “Beatriz!”.
No pude contener la emoción y aprovechando el revuelo, me escabullí entre todos y me fui corriendo al baño a vomitar. Ya estaba bastante borracho. No suelo tomar demasiado, por lo que a partir de ahí no recuerdo más nada.
Al otro día me desperté con dolor de cabeza y de estómago. En realidad me dolía hasta la mandíbula de haberme reído tanto.
No tenía idea de cómo había terminado todo, sólo recordaba a Beatriz entrar por esa puerta. Seguramente ella vino esa noche para estar con nosotros en un viaje relámpago y se iría al día siguiente o en 2 días. Pero yo había perdido mi oportunidad. Su primera nueva impresión de mí estaba arruinada.
Ella era distinta, era especial. ¿Estaría casada?. Mujeres como ella se merecen a un hombre que las ame para siempre y que sea incondicional.
Mi ilusión se esfumó rápidamente y me sentí decepcionado conmigo, por mi vida, por haber ido a esa reunión, dejarme llevar por toda esta mentira, por mi trabajo, por haber creído ser distinto pero ahora volver a ser el de siempre.
Un enorme vacío se apoderó de mí. Decidí dormir todo el sábado y el domingo, cerrar las ventanas y esconderme. Simplemente desaparecer. Sentía mucha verguenza, pero no podía dejar de pensar en todo lo que había pasado. Algo había pasado.

Oliver despierta

Cuando me levanté el lunes para volver a trabajar y prendí el teléfono, tenía 34 mensajes, 12 correos de voz, fotos, videos y solicitudes nuevas en la red. Según los mensajes todos terminaron casi como yo, borrachos. Había varios de teléfonos desconocidos, había reuniones próximas, salidas, memes de Oliver y míos. Entre todos, un mensaje que decía:
“Me quedé con ganas de saber de ti. Cuando te recuperes avísame. Por cierto, hay un actor que se parece mucho a ti, ¿alguien te lo ha dicho? Llámame, B.”
Como si el alcohol hubiese dejado alguna rara secuela en mi o como si esos dos días de oscuridad me hubieran transformado, llamé a la oficina y avisé en mi trabajo que tomaría el día libre.
Jamás en 8 años lo había hecho, por lo que me dijeron sin dudarlo que si.
Entré al baño, me duché, ordené mi casa y tiré todo mi placard. Un fuerte impulso y mis pensamientos sabían que nada era como antes. No iba a volver a trabajar, ni hoy ni nunca más. El nuevo Pedro empezaba a tomar decisiones.
Agarré el teléfono, completamente decidido y contesté el mensaje que más me importaba:
“Supongo que la B no es de Batman sino de Beatriz. Hola Beatriz, soy Pedro. Qué curioso lo del actor!. Todos dicen que yo me parezco a él, pero que él se parezca a mí es una nueva perspectiva. Tengo el día libre. ¿Café o almuerzo?”.

“Los dos. El mundo es nuestro Pedro”, contestó.