Relato: El pozo de los deseos

Por Déborah F. Muñoz @DeborahFMu

Tocaba volver a lanzar los dados y aquí está el resultado...

El pozo de los deseos

Le dijeron a Bego que, si pedía un deseo mientras lanzaba una ofrenda de sangre y dinero, el pozo lo cumpliría. No tenía efectivo encima y no creía en esas tonterías, pero lanzó una de sus tarjetas de crédito empapada con una gota de sangre que sacó de un cortecito minúsculo en el dedo, por hacer la gracia.

Nada más decir que quería que se cumplieran todos sus deseos, se apresuró a desinfectar y vendar la heridita y apuntó en su agenda que, en cuanto llegara a un lugar con cobertura, tenía que llamar al banco para anular esa tarjeta y pedir que le mandaran otra.

El hada del pozo se ofendió profundamente y decidió darle una lección. Los humanos pensaban que los de su especie no existían y que, de hacerlo, no sabían nada de la vida moderna. Nada más lejos de la realidad: a través de la sangre, podían conectar con las mentes de quienes pedían un deseo y aprender de ellos todo lo que necesitaban para desenvolverse en el mundo humano.

También eran muy rápidos, así que, para cuando Bego llegó a un lugar con cobertura y anuló su tarjeta, esta ya había recibido un pequeño cargo a nombre de Pozo de los deseos, S.A. Eran apenas unos céntimos, nada que llamara la atención, así que ni siquiera se enteró.

Desde ese momento, todos sus deseos se cumplían, sí, pero de la forma más retorcida posible. Tanto que no podía creerse su mala suerte. Al menos, hasta que consultó los extractos de la tarjeta y se encontró con ese pequeño cargo inesperado. Nunca había creído en esas tonterías, pero la situación empezaba a ser tan desesperada que volvió al pozo con un montón de monedas, se hizo un corte profundo en la mano y pidió, mientras lo lanzaba, que sus deseos dejaran de cumplirse.


El hada, satisfecha con la ofrenda, retiró la maldición. Bego pudo volver a vivir tranquila desde ese momento pero, aunque intuía por qué había recibido la maldición, nunca, jamás, volvió a pedir un deseo en ningún otro lugar. Nunca se sabía cuándo podías meter la pata y ofender a una criatura mágica.

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