Procedo a publicar mi primer relato de Septiembre dentro del #OrigiReto2018, la iniciativa de escritura creativa ideada por Stiby y Katty. El título del relato es EL SOTO, y con él, aparte de intentar ofrecer una atmósfera cargada con tintes de terror, trato de cumplir el ejercicio 15 del #OrigiReto2018: Escribe una historia con un incendio como protagonista como si fuera un ser vivo. Espero que os guste.
Hoy no hay insectos. Me ha despertado la ausencia de zumbidos, las abejas no han acudido a la cita diaria. Es extraño, porque nunca se retrasan y aún es pronto para que se hayan marchado a otro lugar. La floración está en su máximo esplendor, y el soto se muestra como un caleidoscopio de colores y fragancias irresistible. No comprendo este silencio.Tampoco hay rastro del frescor nocturno esta mañana. Es raro, porque antes de quedarme dormida sentí un agradable relente que prometía una noche poco cálida. He dormido profundamente, como casi siempre, pero al despertar he notado las hojas más mustias de lo habitual, como si no hubiera descansado. Me cuesta desperezarme. Y no hay insectos.Noto que la tierra tiembla con una vibración lejana y ligera, diferente a la que produce la lluvia, diferente a la que producen los hombres. ¿Qué la puede estar causando? Intento estirar mi tallo por encima de mis compañeras, pero no consigo alcanzar un ángulo de visión suficiente. El suelo está demasiado seco, y tengo las raíces agarrotadas, lo que limita mi ya de por sí pobre capacidad de oscilación. Sin embargo, una repentina y cálida corriente me zarandea y por un segundo puedo ver el cielo. Una columna gris y fea lo ensombrece. ¿Qué será? Parece un monstruo gigante que no deja de crecer, pero no entiendo su procedencia. De pronto, una familia de corzos que suele venir al soto a descansar aparece de la nada y pasa a mi lado corriendo con desesperación, sin mirar por dónde pisan y aplastando varios arbustos pequeños en su espantada. ¿Estarán huyendo del monstruo humeante?Este es un lugar de paz, en el que la calma solo se rompe con la algarabía de los días de lluvia suave. En cambio ahora, a mi alrededor, todo bulle con una incipiente y ruidosa confusión. Entre los habitantes del soto comienza a cundir la alarma, al comprender de golpe que algo extraño está pasando. Se establece una encendida discusión encabezada por las estridentes voces de las buganvillas y los hibiscos, que pugnan por hacerse oír sobre la ronquera de robles y encinas. Todo es una cacofonía incomprensible que nos divide en varios bandos. Sin que nos demos cuenta, el sustrato bajo la superficie en la que nos asentamos está perdiendo su cualidad húmeda a gran velocidad, adquiriendo una sequedad que lo endurece todo y hace que la savia se densifique. Esto es grave. Las copas de los árboles más altos comienzan a ejecutar una danza desacompasada, como si estuviesen siendo forzadas a cumplir un frenesí enajenado. La luz, habitualmente una joven madre opalescente que nos acaricia con mimo, es ahora un pariente lejano y hosco que nos incordia con una impaciencia febril. Además, el mundo se está volviendo amarillo. Amarillo y gris. Estoy asustada.El terreno palpita cada vez más fuerte, cada vez más rápido, al tiempo que un crepitante rumor empieza a acallar nuestro debate. Es entonces cuando, por primera vez, la profunda voz de los viejos sauces penetra en cada habitante del soto. Sus palabras son como puñaladas de hielo que por un momento nos hacen olvidar el notable aumento de temperatura que sufrimos. Dicen que arrojemos nuestra consciencia lejos de aquí. Que abandonemos este campo y dejemos morir nuestros tallos, nuestras hojas, nuestras raíces. Que nos sumerjamos en la esencia del verde y desde allí busquemos otro destino en el que crecer y establecernos. Que olvidemos esta vida, este lugar. De repente, una explosión de luz naranja. Hace calor en el soto, mucho calor. Sé que los sauces son ancianos y que su sabiduría curtida por el tiempo es incuestionable, pero me niego a aceptar su mensaje derrotista. No voy a irme. Puede que no tenga armas con las que defenderme, pero pertenezco a esta tierra en la que nací, y es ella quien ha de verme morir. No he contado muchos años desde aquel lejano primer rayo de sol, y puede que no esté lista para desaparecer, pero prefiero secarme antes que huir. No estamos acostumbrados a actuar con esta velocidad, pero algunos no se lo piensan y se van. Puedo ver sus frágiles troncos cayendo laxamente al suelo, blandos y rígidos al mismo tiempo, como objetos inertes ya totalmente vacíos. Otros se quedan, o al menos dudan. Oigo gritos apagados que transmiten una angustia que eriza mi frágil corteza. Advierto que el norte del soto está en llamas, el monstruo ya está aquí y nada puede pararle. Empiezo a sentir una dureza extrema en la tierra que es mi hogar, un sabor desértico que me rodea y penetra en mi dermis consumiendo cualquier rastro de humedad. Rezo. Le rezo al dios de la lluvia, el único que conozco. A través del aire arruinado vuelan pétalos muertos, arrastrados por las corrientes sofocantes que son la avanzadilla de mi ardiente destino. Antes de marchitarme del todo, alcanzo a ver la gigantesca silueta de un ser extraño, que surca el cielo como si fuera un dragón majestuoso. Tal vez es un heraldo que viene a anunciar al destructor que nos consume; tal vez el vigilante de algún otro dios desconocido; tal vez solo el recolector que ha de llevarse nuestras almas. Aparto la mirada e intento concentrarme en lo único que puedo hacer: resistir hasta que la asfixia me apague por completo. Los latidos se ralentizan mientras las raíces se mueren. El verde se está consumiendo, y mi mente se extingue poco a poco. Me abandono.
Mi desmayo se interrumpe con un sobresalto, al notar un disparo de agua fresca alcanzando mis hojas. ¿Ya estoy en el otro lado? No, aún no. No hay nubes en el cielo, pero llueve. Está lloviendo. El dios ha atendido mis súplicas. Su voz es un rugido mecánico que desciende hasta mí a intervalos regulares, acallando el estruendo crepitante que reinaba en el soto. Veo hombres moviéndose cerca, haciendo que llueva por todas partes. Estoy viva. Pero hay flores negras sembrando el suelo hasta donde alcanza mi vista. Mis compañeras están carbonizadas, sus cuerpos de algún modo fueron una barrera que me permitió sobrevivir. Y todo es un erial lóbrego y mudo azotado por las nieblas. Y estoy viva. Y maldigo al dios de la lluvia.
#OrigiReto2018 es una iniciativa creada por Stiby y Katty. Podéis acceder a las reglas en sus blogs Sólo un capítulo más y La Pluma Azul de Katty.
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